El fundamentalismo es definido como aquel pensamiento considerado como una verdad absoluta, “fundamental”, revelada por la divinidad, y que por lo tanto debe ser obedecida por todos los seres humanos. El apego al dogma religioso, que en el mundo de lo privado es un derecho de cada individuo en lo particular, en el terreno político representa el triunfo de la intolerancia y el totalitarismo. La división entre religión y Estado en la sociedad occidental representó el punto de quiebre que permitió a la democracia convertirse en un modo de vida a pesar de los retrocesos históricos dominados por el autoritarismo.
Es cierto que existe también un fundamentalismo laico basado en principios ideológicos, raciales o eminentemente políticos, que pretenden expulsar de la sociedad a diferentes grupos, ya sea por sus prejuicios, o por simplemente ser incompatible con su visión del mundo. Sin embargo, el reforzamiento del Estado de derecho en un régimen democrático, disminuye el potencial de crecimiento de estas expresiones excluyentes. La tolerancia a los intolerantes forma parte de la democracia siempre y cuando éstos últimos se ciñan a la legalidad establecida.
El fundamentalismo religioso pretende interpretar literalmente las escrituras originales desde las cuales sustenta su existencia e imponerlas a todos. Al luchar por el poder u obtenerlo, el fundamentalismo religioso parte de la premisa según la cual el fin justifica los medios, y en este sentido el valor de la vida humana es inferior al del cumplimiento de los preceptos religiosos establecidos. Bajo este régimen los infieles, homosexuales, mujeres violadas o adúlteras son ejecutados en juicios sumarios sin que exista posibilidad de defensa alguna. El totalitarismo fundamentalista ahora presente en los diferentes grupos armados en Asia y África, lleva hasta sus últimas consecuencias la práctica de exterminio del diferente.
Para muchos intelectuales de occidente este tipo de pensamiento resulta fascinante y atractivo. Tras el desmoronamiento del discurso revolucionario antiimperialista y la ausencia de otro planteamiento capaz de cuestionar a los Estados Unidos como superpotencia, el fundamentalismo islámico se convirtió en la respuesta adecuada a la hegemonía imperial norteamericana. Así como el nacionalsocialismo alemán fue atractivo para algunos sectores de la izquierda por su antinorteamericanismo, hoy el 16% de los franceses simpatiza con la organización Estado Islámico, de acuerdo con la encuesta realizada por el ICM Research, a pesar de los brutales crímenes llevados a cabo por los
Esta complacencia occidental con el extremismo islámico, forma parte de las culpas históricas no superadas por parte de ciudadanos de países cuyo pasado colonialista les impide diferenciar entre la barbarie islámica y el derecho a la autodeterminación de sociedades ajenas a los valores occidentales. Ninguna de las expresiones fundamentalistas, desde Hamas y Hizbollah hasta Al Nusra y el Estado Islámico, pasando por Boko Haram y los Hermanos Musulmanes son capaces de conciliar su apego a los textos del Corán con los derechos universales del hombre.
No se trata aquí únicamente de las diferencias culturales entre Oriente y Occidente, sino de la reafirmación del Islam político como la única opción para la humanidad en su conjunto. Frente a esto no hay negociación posible, porque el objetivo último de estos grupos es la eliminación de la cultura occidental y el retorno al absolutismo religioso dispuesto incluso a aniquilar a los otros fundamentalismos distintos a su visión sectaria. Como con todo totalitarismo, la derrota de éste sólo es viable a través de una combinación de fuerza, sequía de recursos y el arrebatarles su base social también condenada a la muerte como el resto de la humanidad.
| Periodista @lydiacachosi www.lydicacho.netLeído en http://periodicocorreo.com.mx/plan-b-01-septiembre-2014/
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