¿Qué sucede? ¡Los monaguillos se fueron de parranda! Aunque la noción de “intelectual panista” suele ser un oxímoron, Carlos Castillo Peraza logró ejercerla (“es que sabe mucho de beisbol”, me explicó uno de sus admiradores); conservador culto, invocó a Santo Tomás de Aquino para luchar contra el condón. Esta causa se ajustaba a los graníticos principios de un partido pudibundo. De modo previsible, en su papel de secretario del Trabajo, Carlos Abascal aconsejó a los obreros ampararse en la Virgen de Guadalupe. Lo imprevisto es que los expertos en señalar pecados ajenos se dediquen a ejercerlos sin tapujos. El PAN detectó la corrupción para aprovecharla.
Durante su campaña a la Presidencia, Fox habló de “tepocatas”, “víboras prietas” y otras alimañas que se apoderaban del presupuesto y que él pensaba aplastar con su botas de avestruz. Pero esta folclórica lección de zoología sirvió de poco. En cuanto colgó su sombrero de cowboy en Los Pinos, el primer presidente panista se olvidó de sanear los usos políticos.
Esto en modo alguno redime a las demás opciones políticas. Baste recordar a los miembros del PRD recibiendo dinero del empresario Carlos Ahumada en maletines o bolsas de pan Bimbo, los desfiguros del Niño Verde y los escándalos dignos de Calígula del priista Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, exonerados por su propio partido. La inmoralidad es una moneda corriente que unos dilapidan más que otros.
71 años de “Partido Oficial” permitieron que el recurso más eficaz para hacer negocios fuera el tráfico de influencias, y el trámite más rápido, la “mordida”. Esta larga tradición obliga a revisar un concepto que en vísperas de las fiestas patrias Peña Nieto juzgó “cultural”: la corrupción.
El PAN rebajó la inmoralidad a tal grado que provocó una insólita confusión. No se añoró la inexistente honestidad de los gobiernos anteriores, pero sí su destreza para gobernar mientras robaban. En su espléndido documental Los ladrones viejos, Everardo González muestra a los “amigos de lo ajeno” que en los años setenta del siglo pasado entraban a las casas sin más arma que una ganzúa. Como hasta en el crimen hay niveles, los “cacos” que arriesgaban el pellejo para quedarse con un abrigo de visón sin lastimar a nadie producen cierta nostalgia.
Los delitos del PRI no estuvieron revestidos del romanticismo del pillo que corre riesgos para evitar daños peores, pero 12 años de panismo llevaron a extrañar a los ladrones viejos. “Ellos sí sabían robar”, dice un refrán de la restauración política.
El PRI es percibido como eficaz gestor de los problemas que él mismo crea. Expolia pero reparte, como un “ogro filantrópico”, según la certera formulación de Octavio Paz.
Cercano a los sectores más retardatarios del clero y amparado en la ideología moralista de las familias “decentes”, el PAN prometió un país aburridísimo que por lo menos tendría beata probidad. Pero de tanto señalar vicios ajenos acabó aprendiéndolos. Su principal legado ha sido degradar aún más el soborno y los “moches”. No es lo mismo quedarse con una “comisión” por hacer bien una presa que saquear las arcas sin presa de por medio. Cerca de mi casa apareció un graffiti: “¡Que se vayan los ineptos y que vuelvan los corruptos!”. El lema no libraba a los panistas del desfalco; señalaba que además de ladrones eran incapaces de resolver problemas.
En la declaración patrimonial de los miembros del gabinete de Peña Nieto hay propiedades recibidas por “donación”. Comparada con el aquelarre panista, esta injustificable economía de la dádiva cobra un extraño valor de cambio: es la “propina” de quienes hoy festejan las reformas, las detenciones del Chapo y la Maestra, la creación de un nuevo aeropuerto y otras metas que no alcanzaron
Fox o Calderón.
No es de extrañar que Peña Nieto considere que la corrupción es “cultural”. Los panistas consumaron la inaudita tarea de rebajar la “calidad” del abuso. En ese contexto, el PRI no representa la lucha por la transparencia, sino la posibilidad de corromperse “mejor”.
Leído en http://criteriohidalgo.com/notas.asp?id=265212
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