sábado, 18 de octubre de 2014

Beatriz Pagés - Impunidad

El que tenga oídos para oír que oiga y quien tenga que entender que entienda: después de Iguala estamos ante un México totalmente diferente: con las entrañas abiertas y la conciencia mutilada.
 
La suma es letal para un país que se dice democrático y en vías de convertirse en una potencia emergente. A los seis jóvenes asesinados y a los 43 normalistas desaparecidos se suma una infinidad de fosas clandestinas cuyo descubrimiento nos confirma como una nación dominada por la barbarie, donde reina, domina y se impone como “ley” la impunidad.
 
Ante el horror, el discurso oficial se escucha hueco, trillado y débil. ¡Cuidado! Los mexicanos, especialmente los guerrerenses, no se sienten reflejados; no encuentran comprensión total a su dolor e indignación en el comportamiento político que ha seguido hasta ahora el gobierno local y federal.
 
 
 
 
 
 
 
 

Es cierto que nadie está preparado para responder de manera automática a la sorpresa, pero también es verdad que ya han transcurrido suficientes días para entender la dimensión, gravedad y posibles consecuencias de una serie de acontecimientos y de hallazgos vinculados con el crimen, y que emparentan a México con los países más atrasados del planeta.

 
¿Hacer qué? México necesita en este momento que el presidente Enrique Peña Nieto utilice todo su liderazgo, el mismo liderazgo con el que llegó al poder el 1 de diciembre de 2012 y que mostró en la aprobación de las reformas, para acabar con la impunidad en el país.
 
Así como el país tuvo un líder al frente del Pacto por México, así como lo ha tenido al frente de desastres naturales y de otras eventualidades, hoy es imprescindible ver al frente de la tragedia que viven 43 familias de los 43 jóvenes desaparecidos al primer mandatario de la nación.
 
De nada servirán —los hechos lo demuestran— cien o mil cruzadas contra el hambre; de nada servirá hablar de inversión y desarrollo, de salud en la macroeconomía, si en contraparte no se hace frente a la ilegalidad que cabalga sin freno por todo el territorio nacional dejando a su paso pobreza, rencor y muerte.
 
Porque, si se mira bien, es la corrupción una cultura, un estilo de vida y de mentalidad, presente en todos los niveles de gobierno y en todos y cada uno de los ámbitos de la vida nacional, lo que explica, en gran parte, el atraso de México.
 
Hoy, por lo tanto, más que hablar de un México en paz, es imprescindible hablar de un México sin impunidad.
 
Y es que hay algo que no debe ser inadvertido. En todos y cada uno de los señalamientos que han hecho lo mismo la OEA que Estados Unidos o el Parlamento Europeo sobre la crisis en Guerrero, se subraya la impunidad como causa del horror en el que se encuentra sumido México.
 
En la agenda del Senado de la República está pendiente la discusión de la Ley Federal Anticorrupción. Después de lo que ha sucedido, esa iniciativa debe dar un vuelco y llamarse Ley Federal contra la Impunidad. ¿Por qué? Porque la falta de castigo, de consecuencias, la ausencia en la aplicación de la norma es lo que ha impedido construir el Estado de derecho.
 
Después de Iguala, nada será igual. ¡Vaya con la similitud en la sonoridad de la frase! Y vaya también con la coincidencia histórica: ahí arrancó la Independencia de México y ahí también acaba de nacer otro país.
 
 
 
 
 
 

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