sábado, 18 de octubre de 2014

Manuel Espino - Guerrero en guerra

Pocas veces en la historia del México contemporáneo hemos visto una entidad de la república alcanzar tan vertiginosamente una tormenta como la que hoy azota a Guerrero. De atender a la prensa de hace tan solo unos meses, podríamos haber visto a ese estado como una comunidad con retos pero de ninguna manera al borde de la ruptura social como hoy se encuentra: con estallidos de brutalidad del crimen organizado, con manifestaciones violentas fruto de la indignación cívica y con gobiernos locales llanamente colapsados.

Para todos los demás estados y para el Distrito Federal hay dos lecciones claras y contundentes que deben ser atendidas con la mayor celeridad, atención y compromiso.








La primera tiene que ver con la pasmosa debilidad institucional que mostró el estado (y el Estado) de Guerrero. En cuestión de días vimos desmoronarse su arquitectura oficial. Policías, procuradurías, sistemas ejecutivos, hoy poco o nada pueden o siquiera intentan hacer. Es especialmente grave que el gobierno estatal esté, de manera literal y figurada, en llamas: en cuestión de días perdió toda capacidad de maniobrar política o jurídicamente para preservar el orden o mantener estándares mínimos de operación.


La segunda lección tiene que ver con involucrar a la ciudadanía de manera organizada y efectiva en las decisiones públicas. Si se relega a los ciudadanos, si solo se les corteja en las campañas, si les niegan espacios de participación reales y efectivos, se siembran semillas de violencia como las que ahora han germinado. Para un manifestante es mucho más fácil y justificado incendiar un edificio público que no siente suyo.

Para toda comunidad, lograr niveles de gobernabilidad sólidos tiene que ver también con la capacidad de actuar con visión de Estado: mientras haya figuras como el alcalde de Iguala y su esposa, buscando crear una dinastía familiar en el municipio, o como el gobernador Aguirre, aferrado al cargo, jamás podrá haber instituciones firmes. Se necesita contar con líderes políticos mucho más preocupados por la paz social que por conservar el poder y ganar votos.

Para todos los estados hay una señal de alerta que deben atender, revisando qué tanta armonía hay entre gobernantes y gobernados y qué tanta solidez institucional gozan. Pues entre más unidad hay entre Estado y sociedad, mayor es el blindaje contra la violencia generalizada.


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