En el pasado, aliadas forzosas. Hoy, rivales enfrentadas. Si, pese a los grandes avances conseguidos en las últimas décadas, pocas veces hemos tenido ocasión de atestiguar el ascenso de las mujeres a la primera línea de la política -de Margaret Thatcher a Cristina Kirchner y de Angela Merkel a Michelle Bachelet-, menos común resulta que sean dos mujeres quienes acaparen la atención de los votantes en una apretada disputa electoral, como hoy ocurre en Brasil. Pero, tras la trágica muerte de Eduardo Campos, del Partido Socialista, su sustitución por Marina Silva dividió al País en dos bandos, encabezados por ella y por la presidenta Dilma Rousseff, quien hasta hace poco parecía muy cerca de una sencilla reelección.
Los itinerarios de estas políticas excepcionales podrían inspirar unas Vidas paralelas donde sería posible mostrar tanto sus múltiples puntos de contacto -dos mujeres que se hicieron a sí mismas; dos apasionadas luchadoras sociales; dos carismáticas integrantes de la izquierda; dos mujeres que debieron enfrentarse a todos los obstáculos, de la dictadura a la discriminación, para ocupar sus actuales posiciones; dos guerreras imbatibles- como las irremediables diferencias -una blanca y otra negra; una proveniente de la clase media y otra de los sectores más populares; una agnóstica laica y otra evangélica practicante; una representante del nuevo sistema articulado en Brasil a partir de la Presidencia de Lula y otra una acerba disidente de ese mismo sistema- que ahora las oponen.
Descendiente de inmigrantes europeos -un padre búlgaro, antiguo comunista, cuyo apellido original era Rúsev- y educada en colegios privados en los valores antiautoritarios de los sesenta, Dilma no dudó en sumarse a la guerrilla que combatió a la dictadura militar. Capturada y torturada, se integró al Partido Laborista Brasileño y luego al Partido de los Trabajadores, donde se encontró con Luiz Inácio Lula da Silva, el líder sindical que pronto sería su principal líder y, luego de cuatro intentos, Presidente del País. Alejada del radicalismo de su juventud pero firme en sus convicciones socialdemócratas, Dilma ocupó la cartera de Minas y Energía y luego la jefatura del gabinete de Lula.
Elegida como la primera mujer gobernante de Brasil, Rousseff no se conformó con ser un peón de su predecesor, en su momento uno de los dirigentes políticos más populares del planeta, y de inmediato dejó clara su propia personalidad. Alejada del populismo vitalista de Lula, más discreta y menos inclinada a los fastos escenográficos o a las cuestionables alianzas internacionales de su maestro, desde entonces Dilma se ha enfrentado a un sinfín de conflictos, desde las acusaciones de corrupción contra algunos de sus colaboradores hasta el drástico freno experimentado por la economía brasileña -promovida durante la Presidencia de Lula como el gran milagro latinoamericano-, e incluso a los dispendios y la ignominiosa derrota de su equipo durante la Copa del Mundo.
Del otro lado, Marina Silva siguió un trayecto muy alejado hasta que ambas formaron parte del gobierno de Lula. Proveniente del sector negro de la población, el más deprimido en términos económicos, Silva debió realizar un esfuerzo mayúsculo para salir adelante en una familia de once hermanos -fue la primera que aprendió a leer- e inició una carrera política basada en la defensa del medio ambiente y los sectores más desfavorecidos. Tras sus primeros conflictos con Lula, de quien fue efímera ministra de Ecología, Silva abandonó el PT y, ensalzada como candidata del Partido Verde, obtuvo un respetable tercer sitio en las elecciones.
No deja de ser paradójico que, pese a su formación en la izquierda revolucionaria, Dilma ahora sea la representante del establishment frente a Silva, a quien se percibe como demasiado imprevisible. Al asumir el relevo en el Partido Socialista, Silva subió aceleradamente en las encuestas, al grado de parecer que podría derrotar a Rousseff en la segunda vuelta. La reacción de la Presidenta fue fulminante: una campaña que no dudó en emplear el miedo como principal arma contra su antigua correligionaria. Menos adiestrada en el manejo de su imagen, Silva cometió numerosos traspiés y sufrió toda suerte de críticas por su inexperiencia. Los últimos sondeos pronostican, de nuevo, una victoria de Dilma, la astuta guerrera que no dudó en acomodarse a los modos de la política, frente a Marina, la guerrera indomable que, al parecer, continuará en sus márgenes.
Leído en http://www.am.com.mx/opinion/leon/guerreras-12315.HTML
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