Quienes luchamos desde diversas trincheras en las décadas
de la llamada Transición a la Democracia siempre vimos en los
instrumentos cívicos un ideal a perseguir: el plebiscito, el referéndum,
las consultas y, sobre todo, las candidaturas ciudadanas. Con
sinceridad democrática, veíamos en estas herramientas un camino para
aumentar la representatividad de nuestra democracia y lograr que la
administración pública lo fuera genuinamente.
En ese contexto, el
de la Transición, hubiera resultado inconcebible que un demócrata
criticara tan duramente la figura de las candidaturas independientes
como lo hizo el actual presidente del Instituto Nacional Electoral,
Lorenzo Córdova.
“Las candidaturas independientes puedan acabar
siendo una ruta privilegiada para que al final del día lleguen a los
órganos de representación intereses que no queremos que no estén ahí
representados. No porque no seamos democráticos sino porque no son
legales”, afirmó Córdova Vianello.
No le falta razón. Día con día
vemos ya no señales de alerta, sino claras y evidentes confirmaciones,
de que la delincuencia organizada busca colocar sus alfiles dentro de
las estructuras gubernamentales y apoderarse de sus más valiosos
activos: la estructura territorial, la información que manejan y la
capacidad de fuerza de las corporaciones policiacas.
En este
sentido, el ejemplo de Ayotzinapa es tan trágico como contundente. La
raíz de todo este mal se encuentra en un candidato que escapó los
controles de confianza de un partido, y no cualquier partido, sino uno
de los tres más grandes de la república, para llegar hasta un espacio de
poder que se usó no para servir al pueblo igualteco, sino a intereses y
padrinazgos oscuros. Se trata, por supuesto, de un ejemplo extremo, que
se reproduce en menor medida en diversos órdenes de gobierno.
La
solución no estriba en traicionar los ideales de la Transición
Democrática cancelando las candidaturas independientes, sino en
haciéndolas cada vez más transparentes y abiertas al escrutinio público.
Pero, sobre todo, en ir consolidando un electorado y medios de
comunicación más maduros y críticos, que no brinden carta blanca a un
candidato tan solo porque lo respaldan las siglas de un partido
político.
Lo que hay que analizar no son ideologías o militancias
que poco o nada dicen, mientras que mucho ocultan. Lo genuinamente
valioso es sufragar por candidatos con prestigio por su reconocido
raigambre social y por su acreditada trayectoria de servicio, justo el
tipo de abanderados que han dejado de ofrecer a la sociedad los partidos
tradicionales.
Es ahí, en los lazos comunitarios de los
candidatos y no en el color de su camiseta, donde se encuentra la
verdadera prueba de honestidad y de capacidad para servir a México.
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