Este editorial tal vez debió estar
dedicado a la carta publicada por el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas sobre
la crisis del Partido de la Revolución Democrática. Sin embargo, la
intolerancia —por decir lo menos— con que fue recibido el editorial
pasado, me hizo ver, con más claridad, que las libertades en México
están en riesgo.
¡Vaya paradoja! Los primeros que se
envuelven en la bandera de la democracia, los primeros que han hecho de
la defensa de la libertad de expresión una causa de vida, los primeros
que denuncian prácticas y discursos autoritarios son los que hoy
utilizan los medios de comunicación, especialmente las redes sociales,
para acosar, amenazar y difamar a quienes no coinciden con SU VERDAD.
La desaparición y probable homicidio de
los 43 normalistas de Ayotzinapa merece que se haga justicia, y mucho
más que justicia. Pero, lo que no merecen los padres de familia de esos
jóvenes —y lo que tampoco merecen los mexicanos, ni el país mismo— es
que esa posible masacre, perpetrada, urdida con ayuda del crimen
organizado, termine por servir a los intereses desestabilizadores del
crimen mismo.
Decir que las libertades en México están
en riesgo tiene su fundamento. Las expresiones de protesta más
violentas de los últimos tiempos, sean físicas o verbales, tienen una
peculiaridad: responden a una estrategia utilizada por el fascismo donde
lo primero consiste en crear miedo y zozobra; lo segundo, descalificar
al adversario para dejarlo paralizado, y lo tercero es provocar su
aniquilación.
Existe la intención de que quienes
escriben o hablan con libertad dejen de hacerlo. Existe el interés de
instaurar un régimen de miedo para que sólo fluya e impere la verdad de
unos. Existe el evidente interés de convertir a cada mexicano en un
sujeto enajenado, sometido —como en el estalinismo— a una doctrina.
Alguien quiere llevar México ya no sólo a
la desestabilización sino a una dictadura, pero para lograrlo, primero
se tiene que dejar sin iniciativa, sin voluntad, lo mismo al gobierno
que a la sociedad.
Ése es el objetivo que hoy tienen las campañas organizadas a través de las redes sociales y de otros espacios.
Lo que más duele al autoritarismo es que se le desenmascare. Sobre todo, cuando gusta vestirse de demócrata.
Repito aquí lo que varios líderes
sociales han dicho: Después de Iguala, México ya no es, ni debe, ni
puede ser el mismo. Esta crisis, sin duda moral, política y de justicia,
no podrá resolverse a partir de reglas, políticas, métodos o prácticas
tradicionales.
Y esto es algo que tenemos que entender
todos. Todos sin excepción. Los más de 50 millones de pobres que existen
en el país —la mayor parte de ellos jóvenes— son la savia de la cual
hoy se nutre el crimen y las agrupaciones políticas más violentas.
Ahí, en ese mar de injusticia, es donde tendrá que darse, a partir de un pacto nacional, un golpe de timón.
Golpe de timón en la toma de decisiones.
En la conducta de las autoridades. No un golpe de Estado, como algunos
quieren. Y lo quieren no para beneficiar a México, sino para
beneficiarse ellos mismos. Para instaurarse, al margen de cualquier
procedimiento legítimo, en el poder.
¡Qué curioso! La revista Siempre!
ha tenido muchas veces que utilizar este espacio no sólo para
defenderse de la censura oficial, sino para defender a otros colegas
periodistas de la persecución.
Hoy , sin embargo, quienes persiguen,
quienes censuran, quienes prohíben la libertad de pensamiento, el
disenso, forman parte de algunos medios de comunicación y los utilizan
para acatar la orden de quienes tienen urgencia de crear caos. La orden
es clara: ¡linchar!
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