viernes, 12 de diciembre de 2014

Francisco Martín Moreno - Realismo presupuestal

Es evidente y conocido que el presupuesto federal de egresos se financia en más de 30% de las exportaciones petroleras. De acuerdo a esta afirmación incontestable si el precio del crudo se desploma de 102 dolares a 80, un rango a partir del cual se estructuró el presupuesto para 2015, en ese orden de ideas la política de gastos e inversiones públicas debería ajustarse técnicamente hasta llegar a los actuales 54 dólares por barril y evitar así caer en políticas temerarias e irresponsables. De todos es sabido que hay una garantía de 76 dólares por barril para el petróleo mexicano, sí claro, sí, sólo que este seguro no cubre todas las exportaciones en el precio que sea. ¿Cuáles son las opciones que las autoridades financieras podrían administrar?

Una sería, como ya quedó asentado, ir reduciendo el presupuesto federal de egresos según se vaya ajustando el precio del petróleo con el ánimo de no volver a perder la salud financiera muy a pesar de la frustración que implicaría dicha medida de cara a los planes financieros del actual gobierno. Dos: bien podría optarse, como ya se hizo en otros tiempos, por financiar el déficit presupuestal mediante la emisión de dinero fresco tratando de acabar de un plumazo con la autonomía del Banco de México. Tres: para paliar la crisis financiera se podría recurrir a la contratación de más deuda pública, mucho más que de la que ya se contrató mucho antes de la presente crisis solo para llegar a los catastróficos escenarios conocidos de 1976 y 1982.









La realidad inescapable consiste en no perder nunca de vista que a partir del descubrimiento de gigantescos yacimientos petrolíferos en México a partir de 1980, se prefirió financiar casi el 40% del presupuesto federal de egresos con cargo a las exportaciones de crudo, en lugar de instrumentar una política tributaria audaz y valiente que no dependiera de los ingresos de divisas provenientes de las ventas de crudo. Dicha reforma bien pudo haber consistido en la imposición de un IVA universal incluidos la canasta básica, las medicinas y los alimentos. ¿Qué sucede al día de hoy? Que el populismo tributario, esa demagogia fiscal que facilitó la estancia del PRI en el poder a partir de esa fecha, hoy se convierte en una crisis en el entendido de que el desplome de los precios del petróleo implica la cancelación del proyecto faraónico de obras públicas imprescindibles, eso sí, que tenía planeadas el presidente Peña Nieto. ¿Por qué la demagogia tributaria? ¿Por qué nos negamos a “despetrolizar” las finanzas públicas que dependían de los precios internacionales del crudo?

Es evidente que la imposición de gravámenes federales implica un evidente desgaste político para los partidos en el poder, desgaste que se ignoró por la vía de los hechos muy a pesar de los temerarios peligros que esta situación conllevaba. Hoy se cae el precio del petróleo y se deben contraer severamente las políticas presupuestales antes de caer en un nuevo populismo financiero de fatales consecuencias. El hecho de que se pretenda financiar  el desplome de los ingresos petroleros mediante la emisión de dinero fresco o de incrementos irresponsables al déficit o por medio de más contratación de deuda pública, cualquiera de estas últimas opciones, significaría que las actuales autoridades financieras jamás aprendieron nada de la historia económica y monetaria de México.

Por más que agreda, y por más que duela cancelar promisorios proyectos de obras públicas de gran lucimiento político, ante la ausencia de una valiente estructura tributaria, se debe reducir proporcionalmente el presupuesto federal de egresos para que jamás se vuelvan a repetir los escenarios del año 76 o del 82. Se debe imponer una disciplina financiera realista para no volver a padecer los horrores de nuevas devaluaciones monetarias producto evidente de la incapacidad financiera de nuestros políticos ante la falta de una estructura autónoma tributaria que se debió haber construido en los últimos 44 años. ¿Resultado? Ahora los mexicanos no tendríamos que sufrir los costos de una contracción presupuestal ni caer en la tentación de precipitarnos en una nueva inercia de endeudamiento del que únicamente podría advenir el caos.



Leído en http://www.debate.com.mx/opinion/Realismo-presupuestal-20141212-0029.html


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