miércoles, 3 de diciembre de 2014

Jan Martínez Ahrens - El enemigo es la inseguridad

Lo saben bien los capitanes de barco. Ni el mar ni el tiempo ni la propia nave; en una travesía no hay enemigo más venenoso que el desánimo de la tripulación. Es la tormenta interior. La misma que ahora atraviesa México, un país que, tras haber culminado una profunda reforma de sus estructuras productivas, podría mirar el horizonte con calma mientras sus adversarios encallan en aguas oscuras. Los años dorados de la exportación de materias primas que beneficiaron a sus rivales han tocado a su fin. Brasil se ha estancado. Argentina y Venezuela, que en un pasado remoto jugaron a competir con el gigante manufacturero, han entrado en la espiral de la recesión. Incluso Latinoamérica verá constreñirse este año su crecimiento a un tímido 1,3%, casi la mitad que México (en torno al 2,3%, según el Gobierno). Pero nada de esto basta.







El espanto por la barbarie de Iguala ha catalizado una inesperada crisis emocional. La idea de que la impunidad y la corrupción siguen imperando han abonado en este país de 120 millones de habitantes la sensación de que, al final de la travesía, espera el mismo punto de partida. "Hay un clima de pesimismo que puede afectar a la economía. El papel presidencial se ha desdibujado y eso tiene efectos en cadena. Se aprecia una pérdida de confianza", señala Raúl Feliz, profesor del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).

En este ambiente, de poco sirve que el FMI prevea que el próximo año su PIB vaya a triplicar el crecimiento de 2013 o que EE UU, que absorbe el 80% de sus exportaciones, avance a toda máquina. Ni siquiera consuela que el cuadro macroeconómico, incluida la inflación, los tipos de cambio y las reservas, muestren una estabilidad a prueba de huracanes. "Nuestros resultados son excelentes este año, pero hacía mucho tiempo que no veía un pesimismo así, es como haber escalado una montaña y ver que aún queda otra", señala un alto directivo bancario.

El efecto de este desencanto es imposible de calcular. Pero las alertas están ahí. Y la primera procede de la violencia. El gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, poco dado a las alharacas, ha reconocido que la inseguridad se ha vuelto un factor de "desincentivación" y su última encuesta revela que ya es percibida como el principal problema económico entre los analistas. Algunos indicios, como la caída del 60% del turismo en Acapulco (en el violento Estado de Guerrero), advierten de la magnitud que puede adquirir esta bola nieve.

En la génesis del desánimo no solo figura la reaparición del espectro de la ultraviolencia. La economía mexicana arrastra un largo historial de fatiga. Desde 1981 su crecimiento medio se ha limitado al 2,4% del PIB. En un país con 52 millones de pobres, el salario mínimo figura a la cola de la OCDE, el poder adquisitivo no ha dejado de caer en dos décadas y la reforma fiscal, el primero de los grandes cambios estructurales, ha generado un profundo malestar en la clase media por la subida de impuestos.

Este cuadro lo ha completado el brusco desplome del precio del petróleo, el principal sostén del Estado mexicano. El descenso ha coincidido además con la salida a escena de la reforma estrella: la histórica apertura del mercado del crudo al capital privado y extranjero. El golpe, cuyas consecuencias están por medir, ha propiciado una tormenta perfecta.

"Como dice el refrán mexicano: 'Ni muy, muy, ni tan, tan'. De la nada no se podía generar un crecimiento fulgurante, ni tampoco ahora una ola de pesimismo va a tumbar la economía. Las reformas darán un impulso adicional y permitirán situar las cifras del PIB en la parte superior del ciclo", señala Joost Draaisma, analista del Banco Mundial.

Para reactivar la economía, el Gobierno ha puesto en marcha un gigantesco plan de gasto (590.000 millones de dólares en cuatro años, unos 472.300 millones de euros) y se espera que la inversión extranjera entre a raudales en los próximos años. Las agencias de calificación de deuda confían en que México aguantará el tirón. Quizá lo haga. Pero a bordo falta alegría. Y cualquier capitán sabe lo que significa.



Leído en http://internacional.elpais.com/internacional/2014/12/01/actualidad/1417470032_667475.html 

 

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