lunes, 8 de diciembre de 2014

Jorge G Castañeda - Ni el gobierno ni la izquierda se atreven contra 'Cubazuela'

En estos últimos días visitó nuestro país una joven y valiente mujer venezolana; sus amigos la acogieron con cariño pero partió con las manos vacías. Lilian Tintori, la esposa de Leopoldo López, el opositor venezolano encarcelado sin proceso por el gobierno chavista de Maduro; acudió a una serie de eventos de comunicación programados en México, pero también viajó a nuestro país buscando solidaridad para su marido. No la encontró.

 Hasta donde sé, nadie del gobierno —Presidencia, Relaciones Exteriores, Gobernación— se atrevió a recibirla. Asimismo, con la excepción de un par de legisladores priistas, ningún jerarca del partido de gobierno —Manlio, Gamboa, César Camacho— accedió a verla, a pesar de varios intentos. No sé si algunos legisladores de Acción Nacional se reunieron con ella —cuando vino a México Leopoldo López, hace un par de años, pude juntarlo con algunos—, y obviamente nadie de la izquierda tuvo la audacia de desafiar a los caudillos tropicales de Cubazuela y pedir la liberación del preso político más conocido de las Américas hoy.








En el caso de Peña Nieto y sus colaboradores, se entiende, aunque me resulte altamente reprobable su actitud arcaica y aberrante, procedente del siglo pasado. Entre su ignorancia de la historia real de la política exterior de México, por sus tonterías de no-intervención y el pavor que les da la peregrina idea de que cubanos y venezolanos apoyen a AMLO y/o a los #132 o #43, se puede comprender que se mantengan pasmados. No recuerdan que hubo opositores a otros gobiernos latinoamericanos que recibieron apoyos mexicanos: desde Sandino hasta las guerrillas salvadoreña y guatemalteca, pasando por Castro y los chilenos antipinochetistas. Los burócratas de la cancillería y del PRI replicarían que en esos casos se trataba de patriotas combatiendo a dictaduras, y que Maduro fue electo democráticamente. Claro: como los presidentes mexicanos antes de Zedillo, o como Calderón, según AMLO, o como los Somoza durante décadas o los Castro durante medio siglo. Que el alto comisionado para Derechos Humanos de la ONU reciba a Lilian no les afecta; el pobre príncipe jordano no sabe de lo que habla.
Pero en el caso de la izquierda —toda ella: PRD, Morena, UNAM, Politécnico, Ayotzinapa, Cárdenas, Ebrard, Mancera, etcétera—, la actitud es incomprensible. Están inmersos en una lucha supuestamente  centrada en el respeto a los derechos humanos, contra la represión y desaparición de estudiantes, y que ha suscitado una amplia simpatía internacional. Pero las mismas luchas, la misma represión, las mismas desapariciones o ejecuciones en países gobernados por regímenes que gozan de su simpatía, no merecen esa misma solidaridad. Entonces una de dos: o son más rústicos e insulares que los priistas (no me sorprendería: de allí vienen), o detrás de la retórica de “sociedad civil”, derechos humanos, protesta pacífica y movimiento estudiantil, hay una agenda política inconfundible. O tal vez ambas cosas: la mediocridad y la revolución.
 

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