En estos últimos días visitó nuestro
país una joven y valiente mujer venezolana; sus amigos la acogieron con
cariño pero partió con las manos vacías. Lilian Tintori, la esposa de
Leopoldo López, el opositor venezolano encarcelado sin proceso por el
gobierno chavista de Maduro; acudió a una serie de eventos de
comunicación programados en México, pero también viajó a nuestro país
buscando solidaridad para su marido. No la encontró.
Hasta
donde sé, nadie del gobierno —Presidencia, Relaciones Exteriores,
Gobernación— se atrevió a recibirla. Asimismo, con la excepción de un
par de legisladores priistas, ningún jerarca del partido de gobierno
—Manlio, Gamboa, César Camacho— accedió a verla, a pesar de varios
intentos. No sé si algunos legisladores de Acción Nacional se reunieron
con ella —cuando vino a México Leopoldo López, hace un par de años, pude
juntarlo con algunos—, y obviamente nadie de la izquierda tuvo la
audacia de desafiar a los caudillos tropicales de Cubazuela y pedir la liberación del preso político más conocido de las Américas hoy.
En
el caso de Peña Nieto y sus colaboradores, se entiende, aunque me
resulte altamente reprobable su actitud arcaica y aberrante, procedente
del siglo pasado. Entre su ignorancia de la historia real de la política
exterior de México, por sus tonterías de no-intervención y el pavor que
les da la peregrina idea de que cubanos y venezolanos apoyen a AMLO y/o
a los #132 o #43, se puede comprender que se mantengan pasmados. No
recuerdan que hubo opositores a otros gobiernos latinoamericanos que
recibieron apoyos mexicanos: desde Sandino hasta las guerrillas
salvadoreña y guatemalteca, pasando por Castro y los chilenos
antipinochetistas. Los burócratas de la cancillería y del PRI
replicarían que en esos casos se trataba de patriotas combatiendo a
dictaduras, y que Maduro fue electo democráticamente. Claro: como los
presidentes mexicanos antes de Zedillo, o como Calderón, según AMLO, o
como los Somoza durante décadas o los Castro durante medio siglo. Que el
alto comisionado para Derechos Humanos de la ONU reciba a Lilian no les
afecta; el pobre príncipe jordano no sabe de lo que habla.
Pero
en el caso de la izquierda —toda ella: PRD, Morena, UNAM, Politécnico,
Ayotzinapa, Cárdenas, Ebrard, Mancera, etcétera—, la actitud es
incomprensible. Están inmersos en una lucha supuestamente centrada en
el respeto a los derechos humanos, contra la represión y desaparición de
estudiantes, y que ha suscitado una amplia simpatía internacional. Pero
las mismas luchas, la misma represión, las mismas desapariciones o
ejecuciones en países gobernados por regímenes que gozan de su simpatía,
no merecen esa misma solidaridad. Entonces una de dos: o son más
rústicos e insulares que los priistas (no me sorprendería: de allí
vienen), o detrás de la retórica de “sociedad civil”, derechos humanos,
protesta pacífica y movimiento estudiantil, hay una agenda política
inconfundible. O tal vez ambas cosas: la mediocridad y la revolución.
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