“Nos faltó una agenda más contundente en materia de seguridad y de
Estado de Derecho. Nos quedamos cortos. No vimos la dimensión del
problema y la prioridad que debería haber tenido”, dijo a este diario
Aurelio Nuño, el jefe de la oficina de Los Pinos, brazo derecho del
presidente Peña Nieto. Lo repitió días después ante micrófonos en un par
de espacios noticiosos. Obviamente se refiere a la crisis que ha
desatado la tragedia de los 43 jóvenes desaparecidos en Iguala, síntoma
de la violencia desbordada que sacude a México.
Se agradece la confesión de Nuño. No es usual la autocrítica en materia de estrategia; los que gobiernan suelen ser bastante ingeniosos a la hora de buscar en otros las razones para una crisis. Y si bien a Peña Nieto y a su equipo no puede achacárseles el cáncer que infectó al paciente, una metástasis que avanzó a lo largo de décadas, sí son responsables de la terapia que se ha seguido para combatirlo en los últimos dos años. O mejor dicho, la ausencia de dicha terapia.
La semana pasada en este mismo espacio recurríamos a la metáfora de un tren sobre vías podridas. El gobierno de Peña Nieto asumió que las reformas económicas serían la locomotora que sacaría al país del túnel y a eso dedicó su esfuerzo los dos primeros años de Gobierno. No hacía falta abocarse al espinoso tema de la inseguridad o la corrupción, pues se asumió que de alguna forma el crecimiento económico y la modernización irradiarían al resto de la sociedad. El esquema falló porque , en efecto, no dimensionaron que con las vías podridas no habría locomotora que pudiera sacar al tren del atolladero. Ahora añadiría que la locomotora hace buen rato que también está afectada por la podredumbre de la corrupción. Alrededor de 60% de los mexicanos que trabajan lo hacen en la economía informal: un indicador poderoso de que el aparato productivo, es decir la locomotora, opera en buena medida al margen de la legalidad.
La declaración de Nuño se agradece, insisto, pero deja dos resquemores. Primero, si no se estarán quedando cortos de nuevo. Las medidas anunciadas, los diez famosos puntos presentados por Peña Nieto hace unos días, no dejaron satisfecho a nadie. Ofrecen la misma confianza que un mecánico dirigiéndose a las vías podridas con un tarro de grasa para resolverlo. Sí, se quedaron cortos antes, y se han quedado cortos de nuevo.
El segundo es aún más grave. Muchos sospechamos que la tendencia a minimizar el problema de la ausencia del Estado de derecho va más allá de un asunto de percepción. No es sólo que equivoquen el impacto de las medidas como si fuesen un arquero que simplemente debe corregir el ángulo para llegar a la distancia buscada. Comienzo a preguntarme si las dificultades de percepción obedecen en realidad a un problema de concepción. A una especie de miopía biográfica que hace que las experiencias distantes resulten borrosas. No pueden calcular la distancia simplemente porque no la conciben, no entra en su horizonte de visibilidad.
Enrique Peña Nieto, Arturo Nuño Mayer (egresado de Oxford, con apenas 37 años de edad) y los que les rodean pertenecen desde hace varias generaciones a la porción de la sociedad que camina sobre pastos verdes y suelo aplanado, ajeno a los dos tercios que se afanan en el subsuelo, embarrados de hollín y lodo, en el que la sobrevivencia exige ignorar o evitar las leyes, la mayoría de las cuales les son hostiles o nocivas.
“No vamos a ceder aunque la plaza pública pida sangre y espectáculo ni a saciar el gusto de los articulistas. Serán las instituciones las que nos saquen de la crisis, no las bravuconadas”, dijo Nuño y argumentó en la necesidad de profundizar las reformas. Es decir, otra vez, el énfasis en la locomotora.
El problema es que no hay una reforma de fondo para combatir la corrupción o la impunidad. Es decir, las vías podridas. Tampoco se ve la voluntad política. Se advierten “gestos” cada que el asunto de la inseguridad o los escándalos de corrupción saltan a los diarios internacionales. Luego del movimiento #Yosoy132, Peña Nieto prometió como presidente electo un Consejo Nacional Anticorrupción, como parte de un plan de rendición de cuentas y transparencia. Desde hace dos años el proyecto se encuentra estancado en el Congreso, pese a que el PRI podría conseguir los votos para aprobarlo (o quizá debido a ello).
La salida de capitales, la queja de los empresarios por la inseguridad, la caída del turismo en varios polos, el 60% que reprueba la gestión presidencial, la imagen de México en el extranjero; son argumentos que no exigen bravuconadas ni saciar el gusto de articulistas. Requieren meterse de lleno en las alcantarillas y reconstruir desde el subsuelo. Si se limitan al control de daños, como hasta ahora, estamos expuestos a que el azar de la violencia estalle en las calles con otro Ayotzinapa.
Twitter: @jorgezepedap
Se agradece la confesión de Nuño. No es usual la autocrítica en materia de estrategia; los que gobiernan suelen ser bastante ingeniosos a la hora de buscar en otros las razones para una crisis. Y si bien a Peña Nieto y a su equipo no puede achacárseles el cáncer que infectó al paciente, una metástasis que avanzó a lo largo de décadas, sí son responsables de la terapia que se ha seguido para combatirlo en los últimos dos años. O mejor dicho, la ausencia de dicha terapia.
La semana pasada en este mismo espacio recurríamos a la metáfora de un tren sobre vías podridas. El gobierno de Peña Nieto asumió que las reformas económicas serían la locomotora que sacaría al país del túnel y a eso dedicó su esfuerzo los dos primeros años de Gobierno. No hacía falta abocarse al espinoso tema de la inseguridad o la corrupción, pues se asumió que de alguna forma el crecimiento económico y la modernización irradiarían al resto de la sociedad. El esquema falló porque , en efecto, no dimensionaron que con las vías podridas no habría locomotora que pudiera sacar al tren del atolladero. Ahora añadiría que la locomotora hace buen rato que también está afectada por la podredumbre de la corrupción. Alrededor de 60% de los mexicanos que trabajan lo hacen en la economía informal: un indicador poderoso de que el aparato productivo, es decir la locomotora, opera en buena medida al margen de la legalidad.
La declaración de Nuño se agradece, insisto, pero deja dos resquemores. Primero, si no se estarán quedando cortos de nuevo. Las medidas anunciadas, los diez famosos puntos presentados por Peña Nieto hace unos días, no dejaron satisfecho a nadie. Ofrecen la misma confianza que un mecánico dirigiéndose a las vías podridas con un tarro de grasa para resolverlo. Sí, se quedaron cortos antes, y se han quedado cortos de nuevo.
El segundo es aún más grave. Muchos sospechamos que la tendencia a minimizar el problema de la ausencia del Estado de derecho va más allá de un asunto de percepción. No es sólo que equivoquen el impacto de las medidas como si fuesen un arquero que simplemente debe corregir el ángulo para llegar a la distancia buscada. Comienzo a preguntarme si las dificultades de percepción obedecen en realidad a un problema de concepción. A una especie de miopía biográfica que hace que las experiencias distantes resulten borrosas. No pueden calcular la distancia simplemente porque no la conciben, no entra en su horizonte de visibilidad.
Enrique Peña Nieto, Arturo Nuño Mayer (egresado de Oxford, con apenas 37 años de edad) y los que les rodean pertenecen desde hace varias generaciones a la porción de la sociedad que camina sobre pastos verdes y suelo aplanado, ajeno a los dos tercios que se afanan en el subsuelo, embarrados de hollín y lodo, en el que la sobrevivencia exige ignorar o evitar las leyes, la mayoría de las cuales les son hostiles o nocivas.
“No vamos a ceder aunque la plaza pública pida sangre y espectáculo ni a saciar el gusto de los articulistas. Serán las instituciones las que nos saquen de la crisis, no las bravuconadas”, dijo Nuño y argumentó en la necesidad de profundizar las reformas. Es decir, otra vez, el énfasis en la locomotora.
El problema es que no hay una reforma de fondo para combatir la corrupción o la impunidad. Es decir, las vías podridas. Tampoco se ve la voluntad política. Se advierten “gestos” cada que el asunto de la inseguridad o los escándalos de corrupción saltan a los diarios internacionales. Luego del movimiento #Yosoy132, Peña Nieto prometió como presidente electo un Consejo Nacional Anticorrupción, como parte de un plan de rendición de cuentas y transparencia. Desde hace dos años el proyecto se encuentra estancado en el Congreso, pese a que el PRI podría conseguir los votos para aprobarlo (o quizá debido a ello).
La salida de capitales, la queja de los empresarios por la inseguridad, la caída del turismo en varios polos, el 60% que reprueba la gestión presidencial, la imagen de México en el extranjero; son argumentos que no exigen bravuconadas ni saciar el gusto de articulistas. Requieren meterse de lleno en las alcantarillas y reconstruir desde el subsuelo. Si se limitan al control de daños, como hasta ahora, estamos expuestos a que el azar de la violencia estalle en las calles con otro Ayotzinapa.
Twitter: @jorgezepedap
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