sábado, 17 de enero de 2015

Manuel Espino - Convivir con los corruptos

La más reciente visita de Felipe Calderón a Chile fue empañada no por sus dichos, sino por una de sus acciones: cenar con diversos políticos chilenos envueltos en un escándalo de corrupción, durante el “III Encuentro Internacional Oswaldo Payá: reflexiones sobre la vigencia del pensamiento humanista cristiano”.
Según la prensa local, a Calderón lo invitó Sebastián Piñera a cenar a su casa “e incluyó entre los comensales en el ojo del huracán por el escándalo de corrupción política asociado al Caso Penta.
Es que a la cita llegaron el diputado Ernesto Silva y el senador Iván Moreira, ambos salpicados por los pagos irregulares y las boletas falsas emitidas para financiar campañas políticas”.







Calderón podría haber rechazado la invitación, pero si encumbró a César Nava y Germán Martínez, evidentemente la corrupción no le es un tema vergonzoso.
He ahí uno de los primordiales yerros de los políticos que nos ha tocado padecer en los últimos años: no condenan al corrupto, no se desmarcan, no solo lo toleran sino que incluso lo hacen parte de su círculo social y le conceden poder y recursos para ejercer sus artes oscuras.
Allí está el caso de Miguel Ángel Yunes, que recibió de Felipe Calderón un apoyo decisivo para tejer redes de corrupción que acabaron por hundir al PAN en el desprestigio. Hoy —a pesar de su negro historial— Yunes encabeza una de las cinco listas plurinominales de candidatos a diputados federales.


Pero lo mismo sucede en instancias como la Global Quality Foundation, que nombró como “alcalde del año al nayarita Hilario Ramírez Villanueva, alias “El Layín”, quien durante su campaña confesará haber robado “nomás poquito”.


Ese tipo de reconocimientos son la raíz de dichos tan perniciosos para nuestra sociedad como “el que no tranza no avanza” o “el poder corrompe”, cuando son las personas quienes se corrompen a sí mismas, eligiendo traicionar a la sociedad en la búsqueda de poder y riquezas.


Como personas que no se limitan a ser habitantes sino se elevan hasta el nivel de ciudadanos, tenemos el deber de recordar que la corrupción se combate no solo en los tribunales, sino también en los espacios de convivencia, en la opinión pública y hasta en ese momento en el que decidimos a quién invitamos a sentarse a nuestra mesa.


Pues mientras no haya una condena comunitaria generalizada y tajante a los corruptos, se les seguirá otorgando tácitamente el permiso para seguir carcomiendo el alma de nuestra sociedad.
 

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