¿Es posible convivir democráticamente con quien no comparte los fundamentos de la democracia?
¿Cómo se juega un juego donde los participantes usan diferentes reglas, simultáneamente?
¿Hay valores esencialmente democráticos que excluyen de la democracia a
las personas que no comulgan con ellos? ¿Se debe renunciar a la propia
identidad para alcanzar un parámetro de vida en común y consensuado? ¿O
se debe afirmar la identidad de cada uno como a cada uno le plazca y
exigirle a los demás que la respeten y toleren?
En concreto, en un país democrático, abierto, igualitario: ¿cómo se
gestionan las identidades individuales y colectivas? ¿Debe el islámico
debilitar su identidad para adaptarla a la forma de vida de un país
europeo? ¿Debe el cristiano negar algunos de sus dogmas para evitar el
choque con algunas formas de vida contemporáneas? ¿Debe el judío
entender que algunas de sus costumbres son, a la vista de los ojos del
hombre postmoderno, anticuadas e, incluso, "mutilantes"? ¿Debe el
occidental laico, escéptico, crítico, o lo que fuere, dejar de ser
irónico respecto a las creencias de los demás y limitar su libertad de
expresión? ¿O debemos, todos, aceptar que cada uno tiene su forma de
vida específica y respetarla? ¿Eso incluye respetar lo que consideramos
insostenible, como la desigualdad entre hombres y mujeres, en nombre de
una forma de vida diferente a la propia? Y si eso es inaceptable, ¿cómo
convivimos con quien piensa diferente? Y ahí está el quid de la
cuestión. ¿Imponemos nuestros valores? ¿Toleramos la intolerancia? ¿Cuál
es el límite? ¿Imponer nuestros valores no implica dejar de ser lo que
somos? Y, sobre todo, ¿cuáles son nuestros valores? Ni siquiera pudimos
ponernos de acuerdo respecto a eso. La libertad como bien absoluto
termina por imponerle a todas las identidades un debilitamiento de lo
propio en función de un consenso común. La libertad como bien absoluto
es, además, una identidad determinada que se camufló de exigencia
universal para la convivencia, pero no deja de ser eso: una identidad
más, entre otras. No es una conditio sine qua non para la vida en
común. Es una postura ideológica fundada filosóficamente en el
relativismo. Llamemos a las cosas por su nombre, sino, no nos vamos a
entender nunca.
Mientras tanto, un par de asesinos mataron a doce personas, quizás
trece, de una revista francesa que era punzantemente irónica y
políticamente provocativa. Los mataron por las cosas que publicaron. Los
mataron por pensar como fueron educados para pensar y expresarlo con
libertad. Los mataron por jugar dentro de los marcos y límites de la
democracia. Quizás los mataron por ser occidentales, si es que estas
cosas definen lo que somos. "Vengaron al profeta", si es que el profeta,
acaso, hubiese querido ser vengado, pero esa es otra cuestión. Chocaron
dos paradigmas, dos cosmovisiones, dos formas diametralmente diferentes
de entender, sentir y vivir en el mundo. ¿Pueden, acaso, convivir?
¿Cómo?
En el contexto de estos acontecimientos, la respuesta a todos estos interrogantes es urgente. Y necesaria.
En mi opinión, el problema no son las ideas, sino las personas. Existen católicos, judíos,
islámicos, escépticos occidentales, hinchas de Boca, homosexuales,
zurdos y fachos tolerantes, inclusivos y abiertos; y también existen
personas con esas mismas creencias y formas de vida que son intolerantes
y violentos. La solución a los problemas de convivencia
no pasa por negar las identidades particulares, sino por educar afectivamente a las
personas.
Construyendo sobre esa roca, quizás se haga realidad la afirmación según la cual el amor es más fuerte que el odio.
Leído en http://pampaylavia.blogspot.com.ar/2015/01/como-convivir-con-el-islam.html
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