La anciana me encargó la compostura del reloj: pagaría el triple si yo lo entregaba en unas horas. Era un mecanismo muy extraño, al parecer del siglo XVIII. En la parte superior un velero de plata navegaba al ritmo de los segundos. No me costó trabajo repararlo. Por la noche toqué en la dirección indicada. La misma anciana salió a abrirme. Tomé asiento en la sala. La mujer le dio cuerda al reloj. Y ante mis ojos su cuerpo retrocedió en el tiempo y en el espacio. Recuperó su belleza —la hermosura de la hechicera condenada siglos atrás por la Inquisición—, subió al barco de plata que zarpó de la noche y se alejó del mundo.
* [Atribuído inicialmente a “Bernard M. Richardson”, aparece bajo esta autoría en la antología de Edmundo Valadés, El libro de la imaginación (México: Fondo de Cultura Económica, 1976): 183]. José Emilio Pacheco, La sangre de Medusa (México: Ediciones Era, 1990): 104.
Leído en http://www.educoas.org/portal/bdigital/contenido/rib/rib_1996/anexo/anexo24.aspx
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