Una democracia necesita perdedores. Sin derrotas no hay democracia. Así lo ha visto el politólogo polaco Adam Przeworski quien definió la democracia precisamente como un sistema donde los partidos pierden elecciones. Lo dijo para mostrar la incertidumbre que envuelve sus procesos: alguien ganará y, necesariamente alguien perderá en las votaciones. Lo dice también para subrayar que el proceso democrático, inevitablemente lastima a alguien. Quien gana ahora puede perder después. No puede haber partidos imbatibles. Si hay actores políticos (o agentes económicos) que no pierden nunca, que no pueden perder, ese régimen merece otra denominación. Las elecciones son pieza clave de la rendición de cuentas: el electorado puede, el día de la elección, cobrárselas a quienes no entregan buenos resultados. Para adquirir sustancia, el voto necesita ser amenaza. Si el voto no intimida a la clase política no tiene el vigor indispensable del voto. Acepto que las elecciones pueden ser débiles proyecciones de la voluntad colectiva pero pueden ser eficaces instrumentos de castigo. Son por ello menos útiles para expresar lo que se quiere que para reprender lo que se rechaza.
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