Hernán Domínguez Nimo (1969) |
¿Qué harías tu último día?
¿Qué pondrías en tu lista de prioridades? No es tan fácil elegir. Después de todo, la clase de cosas que uno sueña con hacer —viajar, conocer, aprender— llevan más de un día. Muchas veces, toda la vida no alcanza.
Ya sé: nadie se plantea hacer esa lista. Todas las fechas programadas con anticipación para el fin del mundo —el 999, el 1999— pasaron de largo por nuestras vidas como tren expreso. ¿Cómo saber, entonces, que tu mundo se va a acabar? A menos, claro, que vos decidas ponerle fin. Mis sueños son muchos, demasiado grandes para un día. Por eso limité mi lista a las cosas chiquitas que voy a extrañar, esos pequeños placeres de todos los días a los que uno no presta atención suficiente si no los siente en falta. La plata que tengo ahorrada no es mucha en comparación con mis sueños pero suficiente para un día a pleno.
Para empezar, falto al trabajo. Dudo en seguir durmiendo, por el placer de apagar el despertador y volver a apoyar la cabeza en la almohada, pero no quiero perderme la mitad de mi último día. Y tampoco que mamá sospeche que algo anda mal.
Así que me levanto y dejo que me acompañe hasta el subte como de costumbre. En lugar de bajar en el centro, sigo hasta Retiro y me tomo el tren hasta Tigre, a contramano de la marea humana. ¿Hay algo más hermoso que la modorra del traqueteo en soledad, sin gente apretujándote? ¿O tirarse al césped con el sol de primavera acariciando y tostando la piel antes de que la envuelva la palidez sepulcral de la oscuridad?
Una cerveza, milanesa y papas fritas mientras miro el río. Los veleros me llaman desde las olas iridiscentes pero mi día es corto para ese sueño. Acelero mi corazón con los gritos de la montaña rusa y el tren fantasma y los aquieto mientras desando el camino, en el tren, aún lejos de la hora pico.
En el zoológico me deslumbro como un niño con la elegancia de la jirafa y la placidez del hipopótamo. Absorbo cada pizca de libertad en los movimientos circenses de los monos. Indago en los ojos añosos del elefante, en la tristeza prisionera del león, buscando sabiduría, respuestas silenciosas. ¿Está bien lo que voy a hacer? ¿Es mi única salida? La punzada ante la vista de una pareja enamorada me responde. Es el dolor de la soledad, un dolor del que soy víctima, no culpable.
Diluyo mi pena en la pantalla llena de aventuras de un cine de Lavalle. Cuando salgo ya es de noche. Paso cerca de una panchería y un local de juegos electrónicos. Están en mi lista, como tantas cosas. Pero ya no tiene sentido dilatar el final. Paro un taxi para que me lleve a casa.
Cuando le pago al tachero y enfrento la puerta del edificio, la pistola pesa más que nunca en mi bolsillo derecho. Subo en el ascensor. Quizá sea mi último viaje, solo, en ascensor. Cuando baje, alguien va a estar llevándome.
Abro la puerta de casa y voy hasta el living. Ya empuño la pistola antes de entrar. “Hola, papá” le digo y descargo todo mi odio en el gatillo, hasta que no salen más balas. Luego, me siento a esperar la policía.
Leído en https://lacanciondelasirena.wordpress.com/2010/02/26/que-harias-tu-ultimo-dia/
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