Huerta Victoriano
1845-1916
Nace en Colotlán, Jalisco, el 23 de marzo de 1845. Estudia en Guadalajara las primeras letras y en 1869 se ofrece como voluntario cuando pasa por su pueblo natal el general Donato Guerra, a quien sirve y con cuya ayuda ingresa al Colegio Militar en 1871. Es uno de los mejores alumnos de su generación, se dice que merece el elogio de Benito Juárez. Al egresar, su carrera corre paralela al gobierno de Porfirio Díaz y se inicia como teniente de la Plana Mayor Facultativa de Ingenieros. En 1879 participa en la campaña de Occidente a las órdenes de Manuel González. Desempeña varias comisiones no de armas en los estados de Puebla, Veracruz y Chihuahua. En 1901 es adscrito a la Plana Mayor del ejército y es enviado a combatir la rebelión de Rafael del Castillo Calderón en el estado de Guerrero. Es ascendido a general brigadier y en 1902 es nombrado jefe de armas en ese mismo estado.
Combate la rebelión maya con mano férrea bajo el mando de Bernardo Reyes y es promovido a general de brigada. “La mezcla de violencia, brutalidad y traiciones con que se empleó en las campañas contra los indígenas dan la medida del talante autoritario y mezquino del futuro presidente usurpador de México [...] ”. (Grandes Personajes de México)
Es subinspector de Infantería, Caballería y Almacenes Generales de Vestuario y Equipo. Asimismo, es magistrado del Supremo Tribunal Militar.
Amigo del general Bernardo Reyes, gobernador de Nuevo León, en 1905 se traslada a Monterrey a hacerse cargo de las obras de pavimentación, entre otras. Regresa a México en 1909, cuando Reyes es enviado al extranjero por Díaz, quien por esa relación mantiene a Huerta marginado, por lo que se licencia. Al estallar la revolución vuelve al servicio activo. Triunfante el maderismo en 1911, Huerta escolta al exdictador a Veracruz al iniciar su exilio. El presidente León de la Barra lo envía a Guerrero y a Morelos a combatir el zapatismo, aun en contra de la oposición de Madero, lo que provoca la sospecha de Zapata acerca de las verdaderas intenciones de Madero y su posterior desconocimiento de su gobierno.
En las Memorias atribuidas a Huerta y fechadas en 1915 en Barcelona (el autor parece ser Joaquín Piña, periodista de El Imparcial), se da cuenta de que pudiendo exterminar al zapatismo no lo hace porque no conviene a sus intereses políticos: “Pero pensé que si mataba a Zapata, crecía mi prestigio militar, pero también terminaba mi encumbramiento, que se iniciaba tan bien, pues Madero no me perdonaría que yo acabara con la fuerza que quería conservar para batir a De la Barra en el caso de que éste no quisiera entregarle la Presidencia”. Sin embargo, los maderistas tampoco le brindan su confianza porque lo consideran “reyista”, pese a que Huerta se deslinda abiertamente del general Reyes, su antiguo protector y deja de intervenir en sus acciones políticas y subversivas.
En 1912, ante la derrota del ejército federal en Rellano, infligida por Pascual Orozco, el presidente Madero le encomienda el combate contra los sublevados. Huerta crea la División del Norte, derrota la rebelión orozquista en Chihuahua y asciende a divisionario. En las Memorias citadas se lee: “Una derrota violenta significaba para mí escaso éxito. Se hubiera hablado de mi División, se me hubiera ascendido; pero nada más. ¡Y yo no quería un ascenso: yo iba a exigir por aquella campaña, el Ministerio de la Guerra! Es tan antigua como el Ejército mexicano la táctica de prolongar las campañas. Las campañas producen prestigio y dinero. Mientras más larga es la campaña, es más productiva.”
En efecto, su victoria sobre los rebeldes convierte a Huerta en “el salvador de la Revolución” y el Senado aprueba su ascenso a general de división. Fomentada por la prensa reaccionaria, su popularidad crece al grado de que tiene que regresar a México para aclarar rumores de su posible traición y es relevado del mando de la División del Norte. Entonces comienza a ser identificado por los exporfiristas como el único capaz de derrocar a Madero. Es así como Huerta inicia sus reuniones con Nemesio García Naranjo, director de La Tribuna y miembro del llamado “triángulo parlamentario”, grupo de diputados reaccionarios, integrado además por José María Lozano y Francisco M. de Olaguíbel, al cual se incorporó más tarde Querido Moheno, formando el “cuadrilátero”.
El 9 de febrero de 1913 ante la rebelión de Bernardo Reyes y Félix Díaz, Madero lo nombra comandante militar de la capital en sustitución del general Villar que resultó herido. Huerta hace contacto con los sublevados mediante su compadre Enrique Cepeda. En las Memorias citadas se lee: “Comprendí la situación. Los sublevados estaban a mis órdenes, podía aniquilarlos en un momento; por otra parte, el señor Presidente estaba en mis manos, pero no podía tocarlo porque todas las fuerzas eran irregulares, es decir, maderistas. Di tiempo suficiente para que los sublevados adquirieran alguna fuerza y a que se organizaran, pues era notoria su debilidad.”
En ese puesto, durante diez días (la “decena trágica”), Huerta es “incapaz” de tomar la Ciudadela, donde resisten los sublevados Díaz y Mondragón; tampoco hace nada para cortarles los suministros. Al contrario, manda a corporaciones maderistas a atacar frontalmente a los alzados, para así enviarlos a una muerte segura. Dicen las Memorias mencionadas: “Tuve en varias ocasiones que cañonear la Ciudadela, pues se les olvidaba a los que estaban dentro que yo era el alma y que su salvación estaba en mis manos”.
Simultáneamente, Huerta acuerda con los sublevados, con un grupo de senadores encabezados por Guillermo Obregón y De la Barra y con el embajador norteamericano Henry Lane Wilson, el Pacto de la Embajada para sustituir a Madero y convocar a elecciones. El 18 de febrero, se realiza la aprehensión de Madero y Pino Suárez en el Palacio Nacional. En el fondo, de lo que se trata es que asuma el gobierno, alguien capaz de detener la revolución campesina y de mantener el antiguo régimen, apenas tocado por la revolución maderista.
Ese mismo día, Huerta envía la siguiente carta a Henry Lane Wilson:
“Señor Embajador de los Estados Unidos de América
Presente
El Presidente de la República y sus Ministros, los tengo en mi poder en el Palacio Nacional, con carácter de presos, este acto mío ruego a su Excelencia se sirva interpretarlo como la manifestación más patriótica del hombre que no tiene más ambiciones, que servir a la Patria, sírvase su Excelencia interpretar en la forma que respetuosamente le suplico un hecho que no tiende más que a restablecer la paz en la República y asegurar los intereses de sus hijos y los de las diversas Colonias extranjeras que tantos beneficios nos han proporcionado.
Saludo a usted suplicándole con el mayor respeto se sirva poner en conocimiento de su Excelencia el Señor Presidente Taft todo lo que he tenido la honra de exponer a usted en esta nota.
Igualmente tengo la honra de suplicarle se sirva usted hacerme la gracia de dar el aviso correspondiente a las diversas Legaciones que se hallan en esta Capital.
Si su Excelencia pudiera hacerme la gracia de dar aviso a los rebeldes que se hallan en la Ciudadela, sería un nuevo motivo de agradecimiento y del pueblo todo de la República hacia usted y hacia el siempre glorioso pueblo Americano. Con el respeto de siempre quedo de su Excelencia su afectísimo.
El General en Jefe de las Operaciones, Comandante General Militar de la Plaza de México,
Victoriano Huerta
Comenta en las Memorias citadas: “Lo que más me ayudó fue el temor que abrigaban en mi país todos los gobernantes a una intervención armada de parte de los Estados Unidos... El señor embajador de los Estados Unidos hizo, pues, sus gestiones encaminadas a hacer creer al gobierno que los Estados Unidos intervendrían en México si no cesaba la lucha en la capital. La especie se propaló en un momento de terror y todo el mundo la acogió no sólo como posible sino hasta como una medida salvadora... Sucedía en mi país que el señor Embajador de los Estados Unidos, era visto como un poder superior al Ejecutivo de la República. Representaba a los Estados Unidos y este hecho le daba una influencia preponderante sobre los demás miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante el Gobierno mexicano. Se presumía que el Embajador americano, era algo así como un tutor enviado por la Casa Blanca para que vigilara de cerca la conducta de los funcionarios mexicanos... En el caso a que me voy a referir había algo de verdad en este modo de juzgar, pues el señor Wilson había cooperado a la caída del señor general Díaz, de una manera activa.”
Ese mismo día 18, Huerta y Félix Díaz publican un manifiesto al pueblo de México en el que dan a conocer la unión del ejército y que todas las libertades de nacionales y extranjeros están aseguradas bajo la responsabilidad de los jefes militares que asumen el mando, ofrece que en el término de 72 horas quedará debidamente organizada la situación legal y concluye: “El ejército invita al pueblo, con quien cuenta, a seguir en la noble actitud de respeto y moderación que ha guardado hasta hoy, e invita a todos los bandos revolucionarios a unirse para consolidar la paz nacional.”
En un segundo manifiesto, Huerta informa al pueblo que ha sumido el Poder Ejecutivo, y que "en espera de que las Cámaras de la Unión se reúnan desde luego para determinar sobre esta situación política actual, tengo detenidos en el Palacio Nacional al señor Francisco I. Madero y su Gabinete".
Al día siguiente, 19 de febrero, Madero y Pino Suárez son obligados a renunciar. Pedro Lascuráin, secretario de Relaciones Exteriores, presenta las renuncias a la Cámara de Diputados, que las admite por una aplastante mayoría y sólo con el voto en contra de unos cuantos diputados; en sesión, la Cámara toma la protesta de ley como presidente interino a Lascuráin, quien en los siguientes cuarenta y cinco minutos, nombra a Huerta secretario de Gobernación y renuncia a favor de Huerta. El general asume la presidencia una vez que el Congreso acepta esta última renuncia.
Al cesar el fuego, las campanas de la catedral repican todo el día en señal de júbilo y el arzobispo celebrará un solemne Te Deum con la presencia del nuevo "presidente". El 22 de febrero siguiente, Huerta, Félix Díaz, Mondragón y Blanquet deciden ordenar el asesinato de Madero y Pino Suárez. Consumado el crimen, Huerta declara a la prensa que una multitud iracunda los había linchado.
Al asumir la presidencia, Huerta cuenta con todos los generales, jefes y oficiales del ejército federal -Felipe Ángeles será el único general que más tarde se unirá al constitucionalismo-, y tiene el apoyo de la mayoría de las clases poseedoras y de sus políticos, temerosos de la rebelión campesina desatada por Madero. La mayoría de diputados y senadores aprueban inicialmente su nombramiento y todos los gobernadores, con excepción de los de los estados de Coahuila, Venustiano Carranza, y Sonora, José María Maytorena, reconocen su gobierno. Los extranjeros residentes en la capital, la mayoría antiguos miembros del "Círculo de Amigos del General Díaz", aplauden el cuartelazo, al grado de que empresas extranjeras tales como la tabacalera El Buen Tono, de Ernesto Pugibet, lanza nuevas cajetillas con fotografía y servil dedicatoria con los rostros de los generales Huerta, Félix Díaz y Mondragón, y la Casa Wagner y Levien Sucrs, al expresar su incondicionalidad al nuevo gobierno, le ofrece sus tambores y cornetas. De igual modo, algunas empresas japoneses le expresan su disposición a venderle pertrechos de guerra. Y desde luego, Huerta tiene el fuerte apoyo de las empresas extranjeras favorecidas durante el Porfiriato, entre las que destaca la petrolera "El Águila", propiedad del político y contratista inglés Weetman Pearson, Lord Cowdray.
Huerta cuenta, asimismo, con el apoyo de los bancos europeos y el 8 de junio de 1913 recibe un préstamo firmado en París de 16 millones de libras esterlinas de un consorcio internacional de bancos, lo que le permitirá resistir la posterior renuencia del nuevo gobierno norteamericano de Woodrow Wilson a reconocerlo como presidente legítimo de México.
También cuenta con el apoyo de la Iglesia Católica, especialmente de José Francisco Ponciano de Jesús Orozco y Jiménez, trigésimo tercer obispo de Chiapas y quinto arzobispo de Guadalajara, a quien recibe en Palacio Nacional, y arrodillado besa su anillo pastoral al inicio y al final de la entrevista. Y desde luego, Huerta cuenta con el apoyo y control de prácticamente toda la prensa nacional, así como de escritores como Manuel Doblado, que se esfuerzan por exaltar su figura.
Para atraer a los revolucionarios antimaderistas, Huerta decreta la amnistía para actos de rebelión cometidos antes del 5 de marzo pasado y trata de formar una corriente a su favor entre los opositores a Félix Díaz y maderistas integrantes de la Cámara de Diputados. Pero "sin gran capacidad de negociar con los insurrectos, Huerta consideró que no había alternativa más que la de aplastarlos militarmente. Para su fortuna, desde el inicio tuvo el apoyo casi unánime de las fuerzas armadas. Sin embargo, el ejército federal era obsoleto, estaba desorganizado y carecía del empuje necesario para doblegar a sus opositores. Pruebas había más que suficientes: no pudo doblegar al ejército revolucionario que derrocó a Porfirio Díaz ni la rebelión zapatista que cundió en el México central, así como tampoco otros brotes menores como los encabezados por los Vázquez Gómez, sin olvidar la creciente efervescencia social entre los trabajadores textiles, mineros, ferrocarrileros y petroleros, entre otros". (Ramírez Rancaño Mario. La república castrense de Victoriano Huerta).
En materia administrativa, Huerta convierte la Secretaría de Fomento en la de Industria y Comercio, crea la de Agricultura y Colonización, y reorganiza las de Guerra y de Justicia. Continúa las políticas maderistas en materia de reforma agraria y trabajo: la Comisión Nacional Agraria trata de promover la pequeña propiedad mediante la eliminación de los impuestos que la gravan y el reparto de ejidos; además, restituye las tierras usurpadas a los yaquis y mayos durante el porfiriato; también intenta aumentar sustancialmente los impuestos a los latifundios, de modo que sea redituable para los hacendados fraccionarlos. No sólo conserva el Departamento del Trabajo, creado por Madero, sino que promueve que en cada estado se establezcan dependencias similares, y le amplia sus funciones para que pueda inspeccionar el cumplimiento de acuerdos entre empresarios y obreros, y operar una bolsa de trabajo; también, dispone para ganarse a los empleados, que a partir del 20 de julio de 1913, disfruten del descanso dominical obligatorio en todo el comercio capitalino, fábricas, transportes, fondas y similares.
Los secretarios huertistas también hacen propuestas como si el gobierno no enfrentara la revolución y no sufriera el rechazo del gobierno norteamericano: Vera Estañol lanza una iniciativa para abatir los niveles de analfabetismo que a la fecha alcanza al 80% de la población, y mejorar la enseñanza de la aritmética, historia y civismo, así como para que los grupos indígenas aprendan español. Por su lado, Nemesio García Naranjo emprende toda una reforma educativa contra el positivismo porfirista que incluye desde los jardines de niños hasta la Universidad Nacional.
Huerta no habita el Castillo de Chapultepec, la residencia presidencial, sigue en su casa de Tacuba; tampoco despacha habitualmente en Palacio Nacional, gusta de acordar a cualquier hora en su coche y en cualquier lugar, desde su propia casa hasta cantinas y restaurantes. Toribio Esquivel Obregón, ministro de Hacienda huertista cuenta en Mi labor en servicio de México, que Huerta mostraba gran nerviosidad en las escasas reuniones a que asistía y que sin venir al caso repetía como estribillo: “Señores ministros, yo soy un hombre honrado”; y que cuando algunos miembros de su gabinete se resistieron a aceptar el nombramiento de uno de sus amigos de juerga, exclamó: “Señores Ministros, yo soy borracho, y sin embargo, ya ven ustedes, soy presidente de la República”.
Por su parte, Ramón Prida (De la dictadura a la anarquía) escribió: “El general Huerta es completamente incapaz de ser jefe de un pueblo culto: Es sanguinario, pero no es enérgico; es inteligente pero no es juicioso; es egoísta, disipado e inconstante para el trabajo”.
Huerta inicia un gobierno dictatorial y tan sanguinario como lo había sido antes en sus campañas contra los indígenas. Madero y Pino Suárez son sus primeras víctimas, le siguen Belisario Domínguez, Serapio Rendón y muchos más, entre ellos los también diputados Adolfo C, Gurrión, Edmundo Pastelín y Néstor Monroy.
Deja crecer la corrupción en todos los ámbitos: en las arcas y obras públicas, en los suministros del ejército, en los nombramientos de funcionarios y en los ascensos y reconocimientos militares. Su hijo Jorge se enriquece ostentosamente mediante grandes negocios.
Su gabinete está sujeto a constante cambios y dentro de él se rotan los miembros del antiguo “cuadrilátero”, salvo Olaguíbel, y desde luego, figuran en él mismo, Rodolfo Reyes y destacados exporfiristas. Según las Memorias mencionadas: “De estos, quien mató más, fue mi general Blanquet (secretario de Guerra) y yo no creo que haya ladrones más grandes, que De la Lama (secretario de Hacienda) y Alvaradejo” (encargado del despacho de Comunicaciones).
Trata de atraerse a los campesinos por medio de Pascual Orozco y de mantener al movimiento de los trabajadores neutral a la lucha armada, por lo que choca con la Casa del Obrero Mundial, en tanto promueve la formación de una Confederación de Sindicatos de la República Mexicana. Para anular políticamente a Félix Díaz, lo envía como embajador a Japón, pese a que se había comprometido a apoyar su candidatura presidencial.
En el campo económico, Huerta suspende el pago de la deuda externa; contrata en mayo de 1913 un préstamo de seis millones de libras esterlinas a una muy alta tasa de 8.33%, lo que refleja la falta de confianza en su administración (ya no podrán los gobierno sucesivos obtener créditos sino hasta 1943). La Comisión de Cambios y Moneda devalúa el peso ante la fuga de capitales y en agosto siguiente, prohíbe infructuosamente la exportación de cuños nacionales de oro y plata. Para obtener más recursos, Huerta obliga a los bancos a emitir papel moneda y ante el rechazo de la gente, decreta el curso forzoso de los billetes de banco, por lo que México tiene que salir del patrón oro; además, para contratar más crédito disminuye los límites de reservas legales a los bancos. Así obtiene durante el periodo que ejerce el poder créditos por unos 63.7 millones impresos. Las consecuencias son inflación y devaluación galopantes sin posibilidades de control y la inminente bancarrota de las instituciones financieras.
En el terreno de la guerra, Huerta organiza sus fuerzas territorialmente en seis Cuerpos de Ejército con un mínimo de dos divisiones y dedica el grueso del presupuesto federal al gasto militar para aumentar el número de efectivos a más de 80,000 hombres mediante la leva acelerada, para sustentar el ascenso de sus generales y de casi todos los cuadros medios del ejército, así como para comprar armas y municiones. Autoriza a los hacendados e industriales a formar guardias armadas para defender sus propiedades, pero prohíbe la importación de armamento y cartuchos a particulares, y reubica el cuerpo de rurales que dependía antes de la secretaría de Gobernación a la de Guerra. Así, desde el primer día de su gobierno, Huerta lucha inútil, pero muy cruentamente, durante diecisiete meses contra los constitucionalistas encabezados por Carranza y los zapatistas que se niegan a aceptar su dictadura. La capacidad de los federales para vencer a los revolucionarios se ve limitada por la desconfianza de Huerta en sus propios generales, que hace que les regatee fuerzas suficientes y oportunas, además de la desorganización prevaleciente.
Durante su gobierno, Huerta impone 26 gobernadores militares en otros tantos estados y territorios del país, pero muchos de ellos sin un ejercicio real del poder. Militariza todo lo que está a su alcance, pese a que el aumento de los gastos militares incrementa el déficit gubernamental. La leva “vacía las cárceles y aumenta las filas”. Militariza la educación. Como escribe en sus “memorias”:
“La militarización de México la hice con el fin de obtener un gran contingente de fuerzas para el caso de tener que emprender una campaña y también con este objeto: someter a todos los que quisieran oponerse a mi política, por medio de la disciplina militar.
No creo que nadie haya establecido un Gobierno Militar como el mío. Todos los mexicanos fueron militares. Los maestros de escuelas, los empleados, los barrenderos, los Ministros, los niños, los Gobernadores, los secretarios particulares, los diputados, los empleados de todas las ramas,... todos fueron militares.
Hasta las mujeres tuvieron grados en corporaciones militares: me valí de las instituciones de la Cruz Roja, la Cruz Blanca, la Cruz Azul… de no sé cuántas cruces...
Regía la Ordenanza en vez de la Constitución.
Por otra parte, extendía nombramientos de Generales, de Coroneles, de Capitanes, de todos los grados, a los civiles que me lo pedían.
Los orígenes de muchos fracasos militares estuvieron en la participación que tuvieron los irregulares (así se denominaba a los militares que no eran de línea) en los combates contra los revolucionarios. Por un General Argumedo, que por su arrojo avergonzó a veintidós generales federales en el desastre militar más grande, en San Pedro de las Colonias, había mil Generales y Jefes irregulares que saqueaban, mataban, incendiaban y huían ante el enemigo...”
En el ámbito político, Huerta inicia en México lo que hoy se conoce como la “guerra sucia”, ejerce la violencia y hace uso de los instrumentos de fuerza del Estado sin mediación alguna de la ley. Escribe Ariel Rodríguez Kuri (1913-1915: El gran desasosiego):
"Un grupo compacto de cuatro o cinco hombres, entresacados del Ejército, la Secretaría de Gobernación y la policía, hacían ese trabajo. Provistos con el "automóvil de la muerte", sólo recibían órdenes verbales y eran recompensados pecuniariamente por cada caso "resuelto". Sin orden judicial de por medio, el comando secuestraba a las víctimas en su casa particular o en la calle, usando frecuentemente la cobertura de la noche; luego asesinaba a los prisioneros, o bien, en una bárbara división del trabajo los entregaba a otras fuerzas (rurales, unidades del Ejercito) para -como se le denominaba en la jerigonza homicida- "la barbacoa". Las ejecuciones se llevaban a cabo casi siempre en la periferia, por ejemplo en los descampados de Coyoacán, San Ángel, La Villa o Tlalnepantla; enterraban los cuerpos sin llevar registro alguno, y los familiares recibían sólo informaciones, por decirlo así, no oficiales. No estamos ante atavismos, sino ante prefiguraciones. Es difícil valorar los alcances numéricos de aquellas operaciones de limpieza política, pero un periódico de la Ciudad de México (El Sol, 20, 30 Y 31 de julio de 1914) calculó que en un sólo día la policía de Huerta asesinó a 62 disidentes políticos en el panteón de la Villa de Guadalupe.”
La represión del gobierno huertista se extendió hasta las organizaciones obreras, principalmente a la Casa del Obrero Mundial COM, por lo que algunos de sus miembros se unieron a las filas del zapatismo. Y finalmente, la COM fue clausurada el 27 de mayo de 1914.
Conforme a lo pactado en la embajada norteamericana, Félix Díaz comienza a recibir adhesiones a su candidatura desde marzo de 1913 y a organizar agrupaciones y clubes políticos en su apoyo en las principales ciudades del país, principalmente en el Distrito Federal. El programa del Club Central del Partido Nacional Felicista ofrece "el orden como base imprescindible de la prosperidad, pero también prometía la efectividad de la justicia, la extensión de la instrucción pública, particularmente la rudimentaria, la resolución del problema agrario, dentro 'del respeto más absoluto a la propiedad legítimamente adquirida; la concordia internacional; la moralidad en los asuntos gubernativos, y la formación de virtudes y capacidades cívicas', entre otros temas". (Josefina Mac Gregor. 1913: la primera elección presidencial a través del voto directo. Pésimo augurio.)
Los partidarios de Díaz presionan para que las elecciones se realicen de inmediato; los de Huerta para que se aplacen y éste afiance su poder. Huerta logra que se difieran las elecciones, que Díaz y De la Barra retiren sus candidaturas hasta que salga la convocatoria correspondiente, y que las elecciones se pospongan hasta el 26 de octubre, cuando supuestamente se podrá garantizar la efectividad del sufragio. También se reforma la ley electoral vigente, pues por primera vez en la historia mexicana el voto será directo.
Lanzada la convocatoria a elecciones, ante el avance de las campañas de Díaz y De la Barra, Huerta los envía de embajadores, el primero a Japón como ya se mencionó y el segundo a Francia. Además no cumple con lo pactado con Wilson y se postula con la fórmula Huerta-Blanquet; lo que realmente pretende es dar gusto a Wilson realizando elecciones y hacer todo lo posible para que sean anuladas.
Poco antes de los comicios, el 10 de octubre, Huerta disuelve las Cámaras de Diputados y de Senadores y encarcela a 110 diputados. Así culmina una serie de desencuentros con los diputados motivados por la aceptación -después rechazada,- de cargos por delitos oficiales presentados por José Barros en contra de José Yves Limantour; la negativa a aceptar el nombramiento del diputado Eduardo Tamariz del Partido Católico, como secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes y de obstruir el del diputado Nemesio García Naranjo para el mismo puesto; la crítica a la designación como gobernador de Querétaro del general Chicarro y del general Juvencio Robles de Morelos; y finalmente, la creación de una comisión de diputados para investigar la desaparición del senador Belisario Domínguez, que había ordenado asesinar el propio Huerta.
El Senado, ante estos atropellos en contra de los diputados, “acuerda suspender todos sus trabajos por todo el tiempo que perdure la aludida perturbación del orden constitucional”. Huerta lanza un manifiesto para explicar sus hechos: "Mexicanos: sólo un compromiso he contraído con vosotros: hacer la paz en la República. Para lograrlo estoy dispuesto a hacer el sacrificio de mi vida y emprender la más abnegada empresa... Todos mis esfuerzos para hacer de la patria un pueblo respetable en el interior y respetado en el exterior, lamentablemente se han visto nulificados por la acción perturbadora y obstruccionista de las cámaras con las cuales quise ser conciliador hasta el último extremo". El gobierno estadounidense desaprueba la disolución del Congreso y amenaza con el boycot financiero, el reconocimiento a los revolucionarios o la intervención armada si Huerta no se retira del gobierno.
En las elecciones participan varios candidatos como Federico Gamboa, Manuel Calero, David de la Fuente, Félix Díaz, Nicolás Zúñiga y Miranda, (De la Barra no) y el propio Huerta, quien el 24 de octubre rechaza verbalmente su postulación por inconstitucional, ya que está prohibida la reelección, pero no la retira oficialmente. La votación es muy reducida, dado que extensos territorios del país están ocupados por fuerzas revolucionarias. Huerta y Blanquet ganan mediante la intimidación y el voto de sus propias tropas, en medio de un enorme abstencionismo y una gran desorganización, de modo que los diputados, electos en los mismos comicios y afines a Huerta, anulan las elecciones presidenciales, lo ratifican en la presidencia y fijan el primer domingo de julio de 1914 para celebrar nuevos comicios. Así es como Huerta intenta legitimar su permanencia en el poder y lograr el reconocimiento de su gobierno por los Estados Unidos.
En el campo internacional, todas las potencias representadas en México están de acuerdo en la caída de Madero por su incapacidad para aplastar una revolución social que amenaza sus intereses. Sólo difieren momentáneamente en quien deba sucederlo: los ingleses apoyan a Huerta y los norteamericanos a Félix Díaz. Huerta asumirá el poder y Díaz será su sucesor, convienen. De cualquier manera, el cuerpo diplomático está consciente que el nuevo gobierno es impuesto por la embajada estadounidense.
Sin embargo, desde que asume la presidencia de Estados Unidos, Woodrow Wilson se niega a reconocer al gobierno de Huerta porque considera que dada su ilegitimidad no garantiza la estabilidad política del país, que juzga conveniente a los intereses norteamericanos. Wilson desea aprovechar la revolución para implantar en México un gobierno de democracia parlamentaria con elecciones libres y transferencia pacífica del poder, que respete la libre empresa, garantice los intereses y propiedades norteamericanas, limite "el imperialismo europeo" y busque consejo y orientación en su vecino del norte. Acepta la necesidad de una reforma agraria que nunca define con claridad y rechaza cualquier tipo de expropiación. Cree que de tener éxito, México puede ser un modelo para toda América Latina. (Katz Friedrich. La guerra secreta en México).
Huerta rechaza toda medida democrática sugerida por Wilson y busca el apoyo de Gran Bretaña a través de su embajador Sir Leonel Carden, para mantenerse en la presidencia y resistir las presiones norteamericanas. Los principales intereses petroleros británicos están representados por el magnate Lord Cowdray, ligado al dictador y abastecedor de combustible para la flota inglesa. Ante el decreciente apoyo de los Estados Unidos, Huerta hace concesiones al imperialismo inglés, su principal proveedor de armas. Su acercamiento a los británicos, hace que Huerta pierda el apoyo de Alemania y causa disgusto al presidente Wilson. Los ingleses están dispuestos a apoyar a Huerta hasta que obtenga el reconocimiento de los estadounidenses, o hasta que éstos, estén de acuerdo en garantizar los intereses británicos; por eso le envían armas a bordo de barcos alemanes.
El 12 de agosto de 1913, Wilson envía como su representante personal a Mr. John Lind para que gestione la renuncia de Huerta, a lo que éste responde el 29 de septiembre siguiente, con un proyecto de ley para nacionalizar la industria petrolera a través de su secretario de Fomento, Querido Moheno, a quien después nombra secretario de Relaciones Exteriores.
Este desafío aumenta las crecientes diferencias entre ambos gobiernos. El 3 de febrero de 1914, Wilson levanta el embargo de armas que impedía a los constitucionalistas recibir abastos bélicos. Después, "marines" desembarcan en abril del mismo año, en Tampico y Veracruz para cortar el suministro bélico que Huerta obtenía de los ingleses. Con este motivo, Huerta rompe relaciones con Estados Unidos. La invasión es aprovechada por el dictador para exaltar el patriotismo y llamar a la unidad nacional a los revolucionarios para defender a la nación, pero éstos no caen en la trampa. Los combates siguen con mayor vigor hasta la derrota del ejército federal.
La inminente Primera Guerra Mundial hace perder interés a Inglaterra en seguir apoyando al gobierno de Huerta. Finalmente, es derrotado por los constitucionalistas. Renuncia el 15 de julio de 1914, no sin sufrir un atentado contra su vida dos meses antes.
Escribe Mario Ramírez Rancaño (La Disolución del Ejército Federal. Teoloyucan 1914): "El 15 de julio por la mañana, Huerta preparó su salida del país y la de sus más allegados. Para protegerlos, firmó sendas comisiones en beneficio de una docena de generales, con lo cual aseguraba su futuro en el extranjero. Horas más tarde, ordenó al general Ramón Corona, jefe de su Estado Mayor, transmitir a los miembros de su gabinete, a excepción de Francisco S. Carvajal, titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores, la orden de dimitir en sus cargos, bajo el entendido de que él mismo lo haría a las 6 de la tarde. Al quedar enterados, los secretarios de Estado redactaron su dimisión y la turnaron al secretario de Relaciones Exteriores. Para evitar el vacío en la administración pública, las citadas secretarías quedaron a cargo de los subsecretarios. Aduciendo razones de orden particular, el secretario de Guerra y Marina, Aurelio Blanquet, envió su renuncia al secretario de Relaciones Exteriores. Casi de inmediato recibió respuesta, en la cual se le indicaba que el presidente de la República le encomendaba una comisión militar en Europa. En forma interina quedó al frente de la citada secretaría el general Gustavo A. Salas".
Huerta acudió al Congreso de la Unión y presentó su renuncia: “Dejo la presidencia de la república llevándome la mayor de las riquezas humanas, pues declaro que he depositado en el banco que se llama conciencia universal, la honra de un puritano”.
La renuncia fue aprobada por mayoría de votos: 121 a favor y 17 en contra. De inmediato, Huerta abandonó la ciudad de México, en una virtual huida. Desde Puerto México, partió dos días después en el crucero alemán Dresden rumbo a Europa.
En marzo de 1915 llega a Nueva York, el gobierno norteamericano lo mantiene bajo estricta vigilancia porque se rumora que tiene acuerdos con los alemanes para recuperar su gobierno a cambio de una alianza contra Estados Unidos; lo apresa en Nuevo México junto con Pascual Orozco, y ambos son trasladados a El Paso, Texas; salen libres bajo fianza.
Pero como Orozco huye, Huerta es llevado a la prisión Militar de Fort Bliss; mientras se integra su expediente para ser juzgado por actividades subversivas, inesperadamente enferma y muere el 13 de enero de 1916 de cirrosis hepática. Corre el rumor de que fue asesinado por su traición a los intereses norteamericanos.
Nemesio García Naranjo, que formó parte del gabinete de Huerta como secretario de Educación Pública, escribe: “No fue un dictador más, antes que todo fue un traidor”.
Sin embargo, para Rosendo Bolívar Meza (La presidencia interina de Victoriano Huerta) la dictadura tuvo por lo menos "cierta utilidad para la historia. Si la lucha revolucionaria había menguado bajo la política conciliadora de Francisco I. Madero, que consideraba triunfante la revolución simplemente con la retirada de Porfirio Díaz del poder, la usurpación de Victoriano Huerta fue el elemento aglutinante del descontento de las fuerzas revolucionarias, tanto las encabezadas por Venustiano Carranza, Álvaro Obregón y Francisco Villa, agrupados en el Ejército Constitucionalista y teniendo como principal radio de acción militar el norte del país, como las tropas de Emiliano Zapata que luchaban en el sur".
Doralicia Carmona: MEMORIA POLÍTICA DE MÉXICO.
Efeméride. Nacimiento 23 de marzo de 1845. Muerte 13 enero de 1916.
Leído en http://memoriapoliticademexico.org/Biografias/HUV45.html
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