En junio de 1985 Octavio Paz escribió la revista Vuelta el ensayo Hora cumplida (1929-1985) en el que señalaba que al PRI le había llegado la hora de la democracia. La reacción priísta fue de linchamiento. Treinta y un años después el PRI encara, ahora sí, su última llamada: o se refunda o perderá todo.
Presionado por la sociedad abierta y disminuidos los controles del presidencialismo absolutista, el PRI ingresó a la democracia en 1997, perdió las elecciones presidenciales en el 2000, recuperó la presidencia en el 2012 y se enfila al 2018 en el peor de los escenarios de competitividad. Ya no se trata de alternancia sino de sobrevivencia.
Como toda acción política tiene una lógica, la opción del presidente Peña Nieto por el tecnócrata Enrique Ochoa Reza debería entenderse en la decisión de reformar a toda prisa al PRI para sacarlo del hoyo histórico en el que se encuentra y configurar en cortísimo plazo las bases partidistas sociales para el proyecto neoliberal de desarrollo del PRI 1982-2016.
La penúltima oportunidad del PRI estuvo en Beltrones: salido del viejo régimen priísta, su experiencia como legislador en la gobernabilidad de los dos sexenios panistas y la primera mitad de las reformas peñistas lo calificaba para la reconstrucción del PRI. Pero en los hechos Beltrones se ancló en el pasado, decidió mantener el mismo PRI, trabajó sólo en el aparato electoral y no logró imponerse al presidencialismo.
El problema del PRI es de transición. Las élites priístas no alcanzan a entender que el viejo PRI ya no funciona y sus reglas y protocolos han sido atropelladas por una sociedad anárquica, pero no hay una propuesta de reorganización total del partido: pasar de las corporaciones a una sociedad abierta. La falta de correlación entre las reformas estructurales de Peña Nieto y el viejo PRI hicieron cortocircuito con una sociedad afectada por los costos de bienestar social derivadas de las mismas reformas. La evidencia ha sido inocultable: el desplome en el voto cautivo-leal-duro del PRI ya no le garantiza una pista de despegue para el 2018.
A lo largo de los tres y medio años de gobierno de Peña Nieto el PRI ha sido inexistente. La inercia lo mantuvo como primera minoría el 5 de junio en las legislativas federales del 2015, pero en un año se desmoronó en elecciones locales. Si el PRI pierde la gubernatura del Estado de México también estará en posibilidades de perder las presidenciales.
La lógica del relevo en el PRI radica en una modernización en el corto plazo, aunque con un liderazgo débil y unas bases acostumbradas al viejo PRI. La tarea del PRI será la de construir nuevos votantes, aunque para ello se necesita de un nuevo discurso y el propuesto nuevo dirigente se declaró callista como orador oficial en el recordatorio del jefe máximo.
Las tres tareas del nuevo presidente del PRI serán decisivas: definir los espacios de una coalición dominante entre todas las tribus del poder priísta, redefinir una nueva hegemonía política con nuevas alianzas de poder y establecer una línea de autoridad respecto del presidente de la república. Sin ellas, el PRI seguirá hundiéndose en la pérdida de viejos votante y la ausencia de nuevos.
El PRI está en el peor de los mundos: no puede regresar al autoritarismo y la democracia lo borra del escenario político. El relevo en la dirigencia del PRI sería un escenario adicional sobre el fin del PRI.
Política para dummies: La política es la sensibilidad para interpretar la realidad, no para esconderla.
Sólo para sus ojos:
Problemas para instalar a Enrique Ochoa Reza en la presidencia del PRI por sus contradicciones en su militancia. Si necesitaba llegar sin problemas, desde ahora hay baches insalvables.
La represión en Nochixtlán, Oaxaca, va a llegar a organismos internacionales de derechos humanos porque en el gobierno federal no quieren reconocer que sí hubo abuso en el uso de la fuerza.
El problema del PRI fue que se quedó sin viejos cuadros y los nuevos siguen sin aparecer. La última figura era Beltrones pero no lo dejaron con margen de maniobra y prefirió irse.
Si se mira bien, el problema del PRI en las elecciones de gobernadores no fue el partido ni su dirigente sino los gobernadores salientes que hicieron y deshicieron a su antojo con el apoyo de la casa presidencial de Los Pinos. Por eso la queja de Beltrones en su discurso de despedida.
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