Cuauhtémoc, ¿por qué vas hasta San Quintín?, le preguntó a Cárdenas su jefe de prensa, Rubén Aguilar, durante una extenuante excursión por Baja California Sur que no ofrecía mejorar la suerte del candidato. La campaña de los trayectos penosos de 1994.
—Porque la gente está muy amolada, Rubén —le contestó mirando el desierto con fijeza.
Los reporteros se acercaron para preguntarle si no pensaba detener aquel viaje enloquecido de 11 horas. Parsimonioso, Cuauhtémoc les respondió:
—Mientras haya una comunidad marginada, un hombre sin oportunidades y una mujer sin igualdad, aquí seguiremos.
Quedó en tercer lugar, muy atrás de Ernesto Zedillo y Diego Fernández de Cevallos. Quizá porque marchó a contracorriente de asesores y espontáneos que lo urgían a olvidar el antediluviano estilo de estrechar la mano de los miserables. Con un programa de radio, trataron de convencerlo, se podía saludar a miles. Con una buena noche en televisión, podía ganarse la Presidencia.
Cuauhtémoc cavilaba. Comprendía la fatiga del equipo. Entendía que eran ideas bien intencionadas, pero tenía claro lo que quería hacer en su segunda campaña presidencial: llevar unos minutos de esperanza a esas zonas del país que parecían arrasadas por una tragedia, chupadas por el diablo.
Recordé la anécdota de hace 17 años ayer que le ponían la medalla Belisario Domínguez a este hombre al que acompañé como reportero por todo el país, y sobre el que escribí decenas de crónicas y entrevisté en las buenas y las malas.
No sé si volveré a sentir ese respeto y cariño por otro personaje público sobre el que he trabajado. Gracias, Cuauhtémoc. Contigo la palabra ética tiene un sentido inequívoco.
Contigo y muy, muy pocos más.
Lo mismo en http://impreso.milenio.com/node/9052037
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