Está claro que cada ciudadano —en su calidad de potencial elector— tiene un candidato presidencial favorito, aquel en el que deposita todas sus esperanzas, aspiraciones y preferencias, y al que defenderán a capa y espada.
Pero también es cierto que, más allá del amor individual por tal o cual aspirante presidencial —tendencia o corriente electoral—, al final de cuentas, la realidad político-electoral terminará por imponerse en el resultado de las urnas. ¿Y cuál es esa realidad? Todos lo saben: la que dicten las mayorías.
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