martes, 25 de octubre de 2011

¿Qué hacer? Primero, pensar estratégicamente Carlos Salinas de Gortari


No sólo en el foro hay foristas invitados, en Milenio y en El Universal, también hay invitados. Ayer el ex-presidente Salinas manifestó que La República está en peligro.


Antes de elaborar un programa de acciones encaminadas a la construcción de una democracia republicana, es necesario prepararse para pensar de manera estratégica.

Al final, el amor ganó sobre el dinero en una historia que no fue pretenciosa. Foto: Octavio Hoyos
¿Qué hacer? La alternativa ciudadana, es el título del libro que ahora se presenta al público. El nuevo contexto internacional y nacional obliga a pensar en acciones inéditas pero, si se pretende que resulten efectivas, es preciso fijar metas claras y factibles. En cualquier caso, el camino que el país elija debe apuntar hacia dos objetivos esenciales: mantener la soberanía y promover la justicia social.
Ante los riesgos que hoy enfrenta la República se hace urgente plantearse: “¿Qué hacer?”. Y responder implica la construcción de la fuerza necesaria para ir en pos de lo que se quiere alcanzar.
Diferentes objetivos requieren de medios distintos y por esto la fuerza de que se trata tiene que ser en relación al terreno donde se da la lucha. En el contexto interno, los rivales a enfrentar son los neoliberales, los neopopulistas y, claro está, los intelectuales que diseñan y sostienen los proyectos de ambos bandos. En el externo, los adversarios son el capital especulativo y su dinámica perversa: el control desde el extranjero del sistema de pagos del país y las constantes presiones que desde el exterior se ejercen sobre los energéticos mexicanos.
Por lo general, los debates en torno a la pregunta “¿qué hacer?” no desembocan en una estrategia sino en una lista de temas y tareas; un inventario de objetivos y aspiraciones, algo así como un catálogo de políticas públicas.
Antes de elaborar un programa de acciones encaminadas a la construcción de una democracia republicana, es necesario prepararse para pensar de manera estratégica.
El “pensamiento estratégico” exige establecer un propósito específico, saber qué queremos. Implica evaluar las posiciones estratégicas en el contexto de un conflicto.
Lo siguiente es analizar las fuerzas en ese conflicto y el campo en el que cada una intentará desplegarse. Pensar de forma estratégica implica evaluar las distintas posiciones en el contexto de una lucha. La discusión sobre lo que es necesario hacer puede llevar a la conformación de una agenda, pero no conduce al diseño de una estrategia.
Para el estudioso Peter Paret, “el pensamiento estratégico es, antes que nada, pragmático. Depende de las condiciones geográficas, sociales, económicas y políticas.” Citando a Hans Delbrück, autor de Historia del arte de la guerra, Paret destaca: “Una vez que el pensamiento estratégico se torna inflexible y autosuficiente, la más exitosa de las tácticas puede conducir al desastre político”. Si bien se requieren estrategias diferentes para conflictos distintos (bélicos, políticos, sociales, culturales, en la producción…), el pensamiento estratégico, como ha señalado John Womack Jr. en Posición estratégica y fuerza obrera: significa calcular los poderes más probables, los campos de las fuerzas en conflicto por el periodo en que se estima luchar; calcular lo que se puede ganar o perder, decidir entre los escenarios lo que más se aspira a ganar ante las condiciones prevalecientes; lo que se tiene que ganar y lo que no se debe perder. Lo primordial es detenerse a reflexionar sobre el carácter del conflicto para luego establecer si es posible modificar su naturaleza, o si es inevitable asumirlo tal y como se ha identificado desde el principio. Una estrategia es un plan general de operaciones, cuyo principal objetivo es ganar lo más posible y minimizar los daños que pueda ocasionar el adversario. “La estrategia debe tomar en consideración todos los aspectos, tanto los propios (representados por el Estado con todas sus capacidades económicas y políticas) como los del adversario. El estratega será exitoso si evalúa correctamente la naturaleza del conflicto”, señaló el teórico soviético Aleksandr A. Svechin en su clásico Estrategia.
¿Por qué insistir ahora en la importancia de la soberanía? Porque es la esencia de toda nación y porque hoy está en riesgo. Para nuestra nación, mucho más que para otros países de Latinoamérica, el factor geopolítico (la vecindad con la nación más poderosa del mundo) ha propiciado que la lucha por la soberanía sea una premisa indispensable para la preservación de la República. Para quienes habitamos esta tierra, el propósito fundamental es persistir como nación soberana. No hay soberanía sin un Estado fuerte. Pero la fortaleza del Estado no reside en su tamaño, mucho menos en el ejercicio de un gobierno basado en la cerrazón y la intransigencia. Es la legitimidad la que le confiere fuerza al Estado. Y esa legitimidad deriva de que el Estado sirva al pueblo y no se sirva de él. Es el gobierno por el pueblo y para el pueblo.
Si Max Weber definió al Estado como aquel que dentro de un determinado territorio ejerce el monopolio del uso de la fuerza, única fuente del derecho a la coerción, hay que insistir en que su carácter soberano lo adquiere cuando tiene el poder para decidir sobre las reglas en un territorio y el poder para aplicarlas. Es la nación la que es soberana. Y la lealtad del pueblo hacia el gobierno y sus instituciones surge ahí donde avanza la justicia cuando el pueblo es el sujeto de su propia transformación, y no el objeto pasivo de la dádiva gubernamental. Un Estado pierde legitimidad cuando se sirve del pueblo en lugar de cumplir con su obligación fundamental, que es la de servir al pueblo.
La exigencia de justicia social es impostergable en México. Luego de un siglo de revolución y a pesar del esfuerzo de varias generaciones, el país registra una de las peores distribuciones del ingreso en el mundo y una desigualdad social inadmisible. La mayor violencia es la pobreza.
¿Por qué es necesaria la justicia social para consolidar la libertad? Es más que la antigua utopía, sencilla y conocida, de “poner fin a la desigualdad”. La justicia es la esencia de la legitimidad, y sin ella no hay soberanía. No hay legitimidad sin respaldo popular. No un respaldo sostenido por multitudes de acarreados o por muchedumbres sin proyecto, como sucede bajo los gobiernos neopopulistas; tampoco uno que provenga de ciudadanos desvinculados que sólo participan a la hora de responder encuestas, como acontece en las administraciones de corte neoliberal. La justicia que deviene legitimadora del Estado es aquella que edifica el pueblo convertido en sujeto de su propia transformación. Hoy en México es necesario postular nuevos principios de justicia, más sólidos y de más amplia cobertura. Para la gran mayoría de ciudadanos del país, la evidencia de tanta riqueza en manos de tan pocos es inaceptable. Pero igualmente inadmisible, además de ingenuo, es suponer que la buena voluntad de los que más tienen o la actitud magnánima del Estado representan un camino viable para aliviar los males que afligen al país.
Las líneas precedentes abren el camino para formular con mayor nitidez la esencia de la democracia republicana: Una forma de participación y convivencia que permite a los ciudadanos superar su condición de objetos condicionados por el poder y convertirse en sujetos de su transformación. En la democracia republicana, los individuos se convierten en ciudadanos al participar organizados y hacer por sí mismos lo que sólo ellos pueden por su comunidad; así convierten sus prácticas cívicas en iniciativas políticas y dan un sentido a su poder transformador. Con esto se evita que el Estado tome en sus manos responsabilidades que sólo corresponden a los ciudadanos.
Son republicanos aquellos hombres y mujeres que participan de manera activa en los asuntos públicos. Lo hacen de manera organizada, en agrupaciones territoriales o vinculadas a la producción. Se involucran en la vida ciudadana mediante el diálogo y el debate, a través de la organización relacional y la política popular. Expresan opiniones y diferencias en reuniones y asambleas (la democracia republicana se asemeja, en más de un sentido, a la democracia deliberativa). Tras el diálogo y el debate, pasan a la acción a través de grupos y organizaciones autónomas, sin intervención del Estado. Se trata de pasar de una ciudadanía de individuos que se limitan a votar y consumir a una de personas que participan y se organizan; los individuos de una cuadra, un barrio, una sociedad, dejan de ser ajenos a la comunidad que los rodea, seres anónimos, para ejercer las más diversas actividades cívicas y convertirse en verdaderos vecinos y compañeros: en con/ciudadanos.
En el México de hoy, los antiguos conflictos se agravan con la aparición de otros inclusive mayores. Conviven la falta de progreso justo y sustentable, el deterioro de la vida democrática, el debilitamiento de las instituciones y, por si faltara, el secuestro de la paz y el orden en distintas regiones del país. Persistentes, todos estos males han puesto en jaque la soberanía nacional y la justicia para hacer realidad la libertad.
Sí, la República está en riesgo.
*Ex presidente de México"

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