Alguien me contó ayer que el presidente Calderón se encerró una hora a llorar la muerte del secretario de Gobernación. Si así fue es comprensible, porque Francisco Blake ejemplificaba, simbolizaba, lo mejor del calderonismo.
No necesitaría a alguien de perfil más alto, le dije al Presidente un mediodía de julio del año pasado. Concluidas las elecciones de las exitosas alianzas PAN-PRD, la salida de Fernando Gómez Mont de Gobernación estaba cantada. Vamos a informar en unas horas, me respondió confiado. Y agregó que Blake era un funcionario “muy trabajador y muy responsable”, que había hecho “un muy buen trabajo de coordinación de las fuerzas de seguridad” como secretario general de Gobierno de Baja California.
Reconozco que lo subestimamos. Quienes seguimos relacionando el despacho de Bucareli con Jesús Reyes Heroles, Manuel Bartlett, Fernando Gutiérrez Barrios o Juan Camilo Mouriño, vimos en el ex jardinero tijuanense a un personaje menor para el cargo.
Él jamás levantó la voz ni se pavoneó. Su paciencia y tenacidad para la negociación eran equiparables a su tolerancia a la crítica. Es cierto que el país no tomó el rumbo de los grandes acuerdos, pero, en medio de la atroz violencia criminal, la tensión política se redujo a los niveles más discretos del sexenio. Y los más discretos desde que gobierna el PAN. Estamos hablando de más de una década.
Blake trajo de regreso las virtudes del bajo perfil, el buen trato, el respeto y la decencia. Con Blake pareció enseñorearse el sentido de la rectitud.
Tamaño de vacío deja este hombre por el que no dábamos un cacahuate.
Lo mismo en http://impreso.milenio.com/node/9061774
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