domingo, 25 de diciembre de 2011

El día que las armas callaron


EL DÍA QUE LAS ARMAS CALLARON
En diciembre de 1914, a sólo cinco meses de iniciada la Primera Guerra Mundial,
soldados alemanes, franceses y británicos detuvieron espontáneamente las
hostilidades para cantar villancicos. Casi como un milagro, “La Tregua de
Navidad” convirtió a los enemigos en camaradas que durante varios días
compartieron comida y regalos, y jugaron al fútbol. El episodio, conocido como
“la pequeña paz de la gran guerra” se extendió a muchas trincheras hasta 1915.
Gobiernos y medios de comunicación de la época eclipsaron este movimiento
pacífico, que algunos historiadores creen, de haber continuado, pudo haber
detenido esa guerra que mató a más de 16 millones de personas
Por: Cristina Ávila-Zesatti    Fecha:  diciembre 24, 2011 - 00:12  |






Dicen los historiadores que aquella fue la última guerra de trincheras. La
Primera Gran Guerra se llamó así porque su campo de batalla llegó a ocupar más
de la mitad del planeta, donde ejércitos de 32 países se enfrentaron entre el 28
de julio de 1914 y el 4 de agosto de 1918.
Fue el conflicto más sangriento de su tiempo. Su fatal saldo: más de 10 millones
de soldados y 6 mil 500 millones civiles que perdieron la vida, y discapacitados
que se contaron por miles.
Los combatientes principales (Alemania, Austria, Francia Rusia y Gran Bretaña)
se equivocaron cuando predijeron una contienda rápida. A lo largo de cinco años
se calcula que cada día morían 6 mil hombres en los diversos frentes repartidos
por el mundo, especialmente en territorio europeo… y así fue el panorama durante
más de mil 400 días ininterrumpidos de combates.

La magia de una canción
Hoy, a tan sólo siete años de distancia de cumplirse un siglo del fin de ese
conflicto –el 11 de noviembre de 1918– que cambió para siempre la configuración
política, militar y económica del mundo, los informes sobre su origen y su
desenlace son exhaustivos.
De esa primera batalla global, donde soldados de territorios tan distantes y
dispares de Europa, como India, Sudáfrica, Japón, Nueva Zelanda, Estados Unidos
y Canadá, se unieron a las hostilidades, lo sabemos casi todo… casi todo sobre
la guerra… pero ciertamente muy poco sobre la paz.
Porque ese conflicto planetario tuvo una “insurrección pacifista” nacida ni más
ni menos que de los mismos soldados, y sucedió en la noche de Navidad de 1914.
Un suceso que se antoja mágico y que suena a cuento, pero que fue real, a pesar
de que los gobiernos y los medios de comunicación de la época intentaron
eclipsar la historia, conocida como “La tregua de Navidad” o “La tregua de Khaki
Chum” –en alusión a las vestimentas militares de la tropa–.

Noche de Paz
En esa última guerra de trincheras, los soldados de uno y otro bando solían
estar separados por apenas unos metros. No sólo podían intuirse, sino que podían
perfectamente verse…  y oírse.
Y quizá porque la vida posee más significado de cara a la muerte, aquella
Nochebuena de 1914 esa cercanía obró el milagro: las armas callaron y los
hombres cantaron.
“Todo ocurrió espontáneamente, en forma muy misteriosa. Un espíritu más fuerte
que el de la guerra prevaleció aquella noche”, recordaría años más tarde Leslie
Walkington, un fusilero de 17 años, citado en el libro de Malcolm Brown &
Shirley Seaton, Christmas Truce (Pan Grand Strategy Series).
No es fácil cantar de paz en medio del temor y, sin embargo, varios artículos y
libros que rescataron aquella experiencia cuentan cómo los villancicos navideños
lograron hermanar a los enemigos: ingleses, franceses y alemanes que se
enfrentaban en un paraje de Bélgica.
Stanley Weintraub, autor de Noche de Paz, la increíble historia de la tregua de
1914, (1) recoge en su libro diversas fuentes que confirman esta historia.
El título no es gratuito, puesto que los testimonios recuerdan que los soldados
alemanes, comenzaron a cantar Stille Nacht (Noche de Paz). El bando de los
aliados, separados de la trinchera germana por no más de 60 metros respondió:
también cesó el fuego y acompañó los villancicos con sus instrumentos, para
luego cantar a su vez melodías en su lengua.
La música, dicen, es en sí mismo un “idioma de paz”… un idioma que, esa noche,
en alianza con la fecha navideña, terminó por borrar no sólo la distancia
física, sino la que imponían los uniformes y las insignias que aquellos
soldados.


Paz: el mejor regalo entre los regalos
Para la primera Navidad en el frente, tanto los aliados como los alemanes habían
recibido de sus respectivos gobiernos paquetes con chocolate, cigarros, botellas
de alcohol, cartas de sus familiares y, del lado teutón, hasta unos pequeños
árboles de navideños que la tropa colocó a lo largo de su trinchera.
Sin saberlo, los dirigentes políticos y militares estaban alimentando así lo que
sucedería aquella Noche de Paz, pues una vez terminada la tanda de villancicos,
el espíritu navideño iría aún más lejos: los soldados de uno y otro bando
comenzaron a aventurarse en la llamada “tierra de nadie”, la zona entre
trincheras donde muchos de sus compañeros yacían muertos.
Los sobrevivientes de esa tregua de Navidad escribieron cartas a sus familias y
describieron la experiencia como mágica. Y lo fue, puesto que los llamados
“enemigos” bebieron y comieron juntos, compartieron cigarrillos, intercambiaron
fotografías, se contaron sus vidas y se dieron los regalos que unos y otros
tenían a la mano: vino, cigarrillos, botones de sus uniformes, chocolate, unos
pocos dulces… en fin, aquello que los gobiernos enfrentados habían enviado para
animar a sus soldados, terminó como un obsequio en manos de sus supuestos
enemigos… era la noche de Navidad.
“Como ni nosotros ni ellos nos entendíamos en el idioma, comenzamos a hacernos
entender por medio de señas y signos (…) todo el mundo parecía agradable. Y aquí
estábamos, riendo y conversando con los hombres a quienes apenas unas horas
antes, estábamos intentando matar”, recordaba el oficial inglés John Ferguson.
El inaudito suceso llegó a oídos de los superiores de aquellos soldados que de
pronto se habían convertido en amigos.
Las cartas enviadas desde las trincheras llegaron a unos pocos diarios locales,
aunque de los grandes periódicos, sólo el Daily Mirrow de Londres se atrevió a
publicarla: “Armisticio extraordinario”. “Británicos y alemanes estrechan las
manos”, decía el titular del rotativo que salió a las calles a principios de
enero del año siguiente.
Y a pesar de los esfuerzos de los altos mandos por detener la confraternización
de quienes se supone deberían odiarse, aquel episodio se extendió en territorio
y en tiempo.
En más de una trinchera, la paz entre las tropas continuó hasta pasado el Año
Nuevo y algunos de quienes vivieron para contar la realidad de aquel “cuento de
Navidad” recuerdan que en muchos frentes los soldados se obstinaron por no hacer
la guerra hasta bien entrado el mes de febrero de 1915.
Alfred Anderson, un oficial escocés que presenció el armisticio espontáneo de
Ypres, en Bélgica, murió apenas en 2005 a la edad de 109 años.
No sólo era el ciudadano británico de más edad, sino que fue el último
sobreviviente de la “Tregua de Navidad” y, hasta el día de su muerte, recordó
los hechos con nostalgia: “Aquella mañana había un silencio de muerte. De
pronto, dejó de sonar el ruido de la guerra”, repetía Anderson a quien quisiera
oírlo.


La tierra de todos
En las trincheras, los hombres habían dejado de creer que sus contrincantes eran
“unos bárbaros”, y pasada la Navidad habían dejado a un lado los fusiles para
jugar partidos amistosos de fútbol en los helados campos de esa zona llamada
“tierra de nadie”, convertida en esos pacíficos días en “tierra de todos”.
Pero antes de jugar, los soldados se habían dado a la tarea de sepultar a los
compañeros caídos de uno y otro bando, presentando honores y condolencias a los
compatriotas de las víctimas.
Algunas reseñas de la época afirman que en aquel paraje de Bélgica donde comenzó
la “Tregua de Navidad”, para la ceremonia de entierro se habría leído el Salmo
23 de la Biblia, como una suerte de  salvoconducto religioso común, tanto para
los creyentes católicos, como para los protestantes.
El episodio, que más tarde sería conocido como “la pequeña paz de la gran
guerra”, no fue tolerado por los altos mando militares ni por los gobiernos de
los países contendientes, que habían gastado millones en propaganda y en armas.
Bajo amenaza de corte marcial, Alemania, Francia e Inglaterra obligaron a sus
soldados a reanudar las hostilidades. Interceptaron las cartas enviadas desde el
frente y presionaron a los medios informativos para detener cualquier publicidad
a ese “levantamiento pacífico” nacido en el corazón de quienes hacían
físicamente posible la guerra: los soldados rasos.
Y aún si es verdad que la paz, por su fragilidad, es más difícil de hacer que la
guerra misma, lo cierto es que tuvieron que hacerse verdaderos esfuerzos para
que los hombres que habían confraternizado volvieran a atacarse.
Los combatientes se negaron a disparar a sus ahora amigos y muchos tuvieron que
ser trasladados de compañía. Otros tantos, intentaron ingeniárselas para que sus
contrarios no murieran,  aún cuando los oficiales superiores los obligaban a
disparar.
Si las armas tenían que volver a hablar, aquellos soldados quisieron que por lo
menos no volvieran a matar; hacían disparos al aire o tiros erráticos que, a
pesar de la corta distancia que los separaba, fallaban en dar en el blanco de
sus otrora enemigos.
En su libro Noche de Paz, Stanley Weintraub rescata el texto de un mensaje
enviado desde las tropas alemanas a la trinchera franco-británica.
Fechado el 30 de diciembre de 1914, poco después de que fueron forzados a
terminar aquella “Tregua de Navidad” y acompañado de algunos cigarrillos como
regalo, el envío decía:
“Estimados camaradas: Siento mucho informarles que tenemos terminantemente
prohibido salir a encontrarnos con ustedes, pero seguimos siendo sus compañeros.
En caso de que nos veamos obligados a disparar, lo haremos muy alto.
Ofreciéndoles algunos cigarrillos, quedamos sinceramente de ustedes”
Finalmente, la ofensiva se reanudó y la guerra continuó con su conocido y mortal
paso. Los dirigentes políticos y militares se aseguraron de aplastar “cualquier
intento de tregua” en los años subsiguientes.
La Primera Guerra Mundial, que en aquel diciembre de 1914, ya había cobrado la
vida de medio millón de personas en apenas cinco meses de combates, vivió
realmente una “insurrección pacífica”, que algunos historiadores consideran que,
de haber continuado, habría podido detener la maquinaria ofensiva de los
gobiernos que se enfrentaron durante cinco mortales años.
En diciembre de 1915, algunos oficiales intentaron repetir el alto al fuego
navideño, pero la cercana vigilancia de los mandos superiores lo impidió.
Después de ese año, los países contendientes ordenaron intensificar sus ataques
al enemigo durante la semana de Navidad y Año Nuevo con fuertes bombardeos y
asaltos constantes, para cerciorarse de que ninguna intentona pacífica se
abriera nuevamente paso entre las tropas.


Como de película, pero la paz fue real
En 2005, el mismo año en que moría en Escocia Alfred Anderson, el último
sobreviviente de la “Tregua de Navidad”, el director francés Christopher Carion
llevó al cine esta hazaña con su película “Joyeux Noël” (Feliz Navidad), que fue
candidata a llevarse el Oscar como mejor filme extranjero
Años antes, en 1983, el ex Beatle Paul McCartney grabó la canción “Pipes of
Peace” (Pipas de la Paz) inspirada en “La Tregua de Khaki Chum” o “Tregua de
Navidad”.
A la postre, esta historia sirve quizá para recordarnos que son los gobiernos y
la alta política militar quienes envían a los hombres a unas guerras que los
dirigentes jamás librarán cuerpo a cuerpo.
Y quienes están en el frente, bajo el influjo de esa propaganda guerrera, suelen
olvidarse de que en realidad el enemigo no es más que un igual, vestido acaso
con uniforme diferente…
Actualmente, algunas tácticas militares aconsejan a los soldados que durante el
cruce de un puente no lo hagan con pasos acompasados, pues se ha comprobado que
la energía de un mismo ritmo prolongado y de un grupo numeroso, puede ser capaz
de cimbrar y hasta de romper algunas estructuras.
¿Podría esto aplicarse de modo contrario, lograr que los ejércitos del mundo
acompasaran algún día el ritmo para tender puentes y construir estructuras
distintas?
Es una metáfora, pero historias que parecen sacadas de un cuento, como la
“Tregua de Navidad” de 1914 nos invitan a creer a veces es posible invertir el
curso de los acontecimientos, y que la paz es una opción viable aún en medio de
la peor guerra.

Leído en http://www.sinembargo.mx/24-12-2011/101326

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, sean civilizados.