El año terminó con pocas sorpresas. Es cierto que nadie pensaba que Humberto Moreira, que parecía un huracán de Coahuila apoderándose del PRI, iba a ser víctima de la andanada política-mediática más feroz que se recuerda, o que la estrella emergente de Alonso Lujambio se iba a opacar, primero porque lo obligaron a declinar en su lucha por la candidatura presidencial, y más tarde por enfermedad.
Tampoco nadie calculó que las aspiraciones presidenciales de Josefina Vázquez Mota, luego de que aguantó las presiones del PAN para que fuera candidata al gobierno del estado de México, se iban a consolidar en abierto desafío a los deseos en Los Pinos para impulsar a Ernesto Cordero como su apuesta en 2012, ni que en la guerra de las telecomunicaciones los capitanes de la industria salieran empatados en la antesala de la autorización para una tercera cadena de televisión.
No fue la política, sino en los negocios, donde se dio el choque más espectacular.
El magnate de peso mundial Carlos Slim, se enfrentó con Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas, presidentes de Televisa y Grupo Azteca, en una batalla de varios frentes: el primero, al enfrentar la oposición a la búsqueda de la tercera cadena de televisión, y los otros dos por poder ofrecer servicio telefónico en la modalidad del Triple Play, y para que les redujeran los precios de interconexión para poder ampliar su mercado de telefonía.
Esta es una guerra entre gigantes, donde todos tienen razón y todos quieren ceder lo menos posible. Parecía, sin embargo, una lucha asimétrica. Slim, que tiene dinero carece del poder real de una pantalla de televisión. Pero ni Azcárraga ni Salinas pudieron opacarlo.
Slim se batió con Azcárraga –a quien fondeó para evitar que en la crisis accionaria de Telesistema Mexicano, su familia le quitara Televisa-, y con Salinas –a quien fondeó para poderse quedar con la licitación de TV Azteca-, en los medios y en los tribunales. Con Salinas mantiene un diferendo jurídico que sigue cumpliendo sus plazos con victorias pírricas y amparos ininterrumpidos, mientras que con Azcárraga llegó a un pacto de no agresión, luego de amenazas veladas cuando atacaron a su familia.
La guerra de las telecomunicaciones comenzó cuando Slim ordenó el retiro de la publicidad del Grupo Carso –Telmex, Telcel y Sears, por ejemplo-, en protesta por los costos de las pautas, y ejecutivos de Televisa respondieron con un sitio en internet donde agredían a su yerno, Arturo Elías, responsable de las comunicaciones y las relaciones institucionales del corporativo.
Slim llamó a Azcárraga y le manoteó en la mesa. Temas personales debían quedar fuera de las hostilidades, porque de otra manera, advirtió, los accionistas de Televisa en Wall Street conocerían a detalles los estados financieros de la televisora. Azcárraga ordenó matar ese sitio y suspender las agresiones. Slim se mantuvo fuera de las pautas de la publicidad abierta, con lo que ahorró 150 millones de pesos y provocó que las acciones de Televisa cayeran más de 6%. Sus empresas no tuvieron pérdidas y mantuvieron el nivel de venta.
En todo este episodio que no termina, el gobierno federal fue como un actor ausente. En realidad, la no intervención fue una gran intervención. Que se exhiban y se desgasten, pareció la consigna. Hay una buena relación con Televisa y la mala que había con Slim se mejoró. Tanto, que al finalizar el año la Comisión Federal de Telecomunicaciones anticipó que revisaría el próximo año lo de la tercera cadena de televisión. Pero 2012 no es cualquier año; es el de la elección presidencial donde el priista Enrique Peña Nieto, como estaba al comenzar 2011, parece cabalgar seguro rumbo a Los Pinos. ¿Será?
Hay quien piensa que Peña Nieto, que sobrevivió sin un rasguño el último año de su gobierno, la elección en el estado de México y la crisis en el PRI, tendrá una elección de trámite. Quienes más saben de procesos electorales, recomiendan prudencia. Tiene hoy una amplia ventaja, pero ni hay campañas –por tanto no hay guerra sucia en su contra-, ni hay candidato en el PAN –lo que impide que se agrupe el partido en el poder y marche como una maquinaria homogénea en contra de sus rivales-.
Peña Nieto tiene, según los expertos, 17 millones de votos asegurados, contra 11 garantizados que tendrá cualquier candidato o candidata del PAN, con ocho millones de votantes flotando para cualquier lado, siempre y cuando la elección lleve a las urnas a unos 45 de las casi 70 millones de personas elegibles para sufragar. Esto, claro, si el PAN y el PRD no realizan una campaña que agite al electorado y aumente su nivel de votación.
Peña Nieto es el sobreviviente más fuerte del año, y por lo mismo, contra quien habrá más ataques para disminuirlo. En este escenario, quien jugará un papel central es Andrés Manuel López Obrador, un gran sobreviviente, que fue capaz de mantenerse vigente cinco años y derrotar por la candidatura de la izquierda a quienes las clases medias y el empresariado deseaban, el jefe de gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard.
En los mismos cálculos de los expertos, López Obrador tiene ocho millones de votos asegurados, muy lejos del puntero, y bastante atrás del abanderado panista. En las condiciones actuales no tiene fuerza para competir por la Presidencia, pero tiene suficiente respaldo para que sus opositores hagan sus estrategias con él. López Obrador le conviene a Peña Nieto porque garantiza, como sucedió en el estado de México, que no habrá alianza con el PAN en la elección presidencial. Pero le ayuda más al PAN en términos de polarización electoral.
Si el PAN eleva la figura de López Obrador apostará a que le quite puntos a Peña Nieto en la votación. Los votantes de él no lo harán por el PAN, pero ante la posibilidad de que el PRI regrese al poder, es probable que haya un voto útil, como sucedió en 2000 con cuatro millones de votos de la izquierda que respaldaron a Vicente Fox, a favor del candidato azul. López Obrador no está en esa lógica, pero pese a su cambio de actitud y discurso con los grupos con quienes antagonizó hace cinco años, confía a sus cercanos que “los poderes fácticos” no lo dejarán llegar a Los Pinos.
Los poderes fácticos son la clase política que llama “la mafia del poder”, donde incluye a las televisoras. López Obrador ha perdido mucho terreno electoral, pero el haberse mantenido en la opinión nacional, pese a ser únicamente un ciudadano, lo convierte en un enemigo fuerte, aunque por los números, no el hombre a vencer. ¿Quién será ese candidato? Peña Nieto, sin lugar a dudas, que enfrentará no sólo a sus adversarios en la boleta electoral, sino al propio presidente Felipe Calderón, que nadie duda participará sibilina y soterradamente, en la campaña electoral.
Calderón se juega el poder para su proyecto transexenal y el orgullo para no entregar la banda presidencial a quien representa al partido que más detesta. Cómo operará a favor del abanderado panista, sólo se pone en duda por cuanto al método. De la misma forma surgen las dudas cómo lo harán, y por quién apostarán las televisoras en la contienda presidencial. También ellas se juegan el futuro –el candado a la tercera cadena de televisión con la que amenaza al duopolio Slim-, y sobrevivientes de cinco años, tienen en 2012 el más importante para su viabilidad en el mediano y largo plazo. El imaginario colectivo las coloca del lado de Peña Nieto, pero para ellas, todo gira alrededor del negocio, no de la política.
Los sobrevivientes de 2011 no serán los mismos en 2012. Unos repetirán, pero la mayoría de los que saltaron el rio en este año, se ahogarán en el camino el próximo.
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