En una misa celebrada en 1997, en la Basílica de Guadalupe, el sacerdote Raúl Soto, misionero del Espíritu Santo, expresó en su sermón lo siguiente: “Les he dicho aquí tantas veces que hay gente, pues no pecadores, pero al menos gente poco recomendable, como Rafael Caro Quintero, que ya quisiéramos hacer las limosnas que él hace (…) Si los pecadores hacen cosas buenas, cuantimás nosotros”. (La anécdota la analiza el investigador Fernando M. González en un texto publicado en la Revista Mexicana de Sociología en 1999).
La anterior es tan sólo una “perla” de las diversas oportunidades desaprovechadas que ha tenido la Iglesia Católica para fijar claramente una postura sobre el fenómeno de la violencia que, hay que repetirlo, ni comenzó en este sexenio, ni surgió necesariamente de la (también fallida, qué duda cabe) estrategia implementada por Felipe Calderón.
Si la declaración del sacerdote Raúl Soto les parece lejana, o surgida en un contexto donde no había “conciencia” cabal de los altísimos costos que la convivencia con el narcotráfico conllevan, recordemos este diálogo de 2005, donde un obispo hablaba de que las narcolimosnas “se podrían limpiar”:
Ramón Godínez, obispo de Aguascalientes: Ellos dicen esto es mío y yo quiero dar esto, pero no investiga uno de donde lo conseguiste, a nadie.
Reportero: ¿Mucha gente por años ha dicho que sí, que el narco aporta algunos diezmos?
Ramón Godínez, obispo de Aguascalientes: Claro que aporta, si tiene dinero pues lo tiene que gastar, no se por qué han hecho escándalo de eso. Recibimos de todos, si ustedes dan, recibimos lo que da; si da un narco, no vamos a investigar si da un narco o no; nosotros de eso vivimos, de las ofrendas que dan los fieles y no investigamos de donde consiguen ese dinero.
Reportero: ¿Mucha gente por años ha dicho que sí, que el narco aporta algunos diezmos?
Ramón Godínez, obispo de Aguascalientes: Claro que aporta, si tiene dinero pues lo tiene que gastar, no se por qué han hecho escándalo de eso. Recibimos de todos, si ustedes dan, recibimos lo que da; si da un narco, no vamos a investigar si da un narco o no; nosotros de eso vivimos, de las ofrendas que dan los fieles y no investigamos de donde consiguen ese dinero.
Ramón Godínez, obispo de Aguascalientes: Cuando alguien tiene dinero mal habido lo deber enderezar, si es robado lo tiene que restituir.
Reportero.- ¿Y dándolo a la Iglesia como donativo eso se podría limpiar?
Ramón Godínez, obispo de Aguascalientes.- Se podría limpiar.
Reportero.- ¿Y dándolo a la Iglesia como donativo eso se podría limpiar?
Ramón Godínez, obispo de Aguascalientes.- Se podría limpiar.
(Tomado de http://www.esmas.com/noticierostelevisa/mexico/476241.html).
Esa tolerancia frente a las narcolimosnas marca una de las caras de la ambivalencia que ha tenido la Iglesia Católica en México frente al crimen organizado. Ello a pesar de que hay un documento de 2010 mediante el cual la Conferencia del Episcopado Mexicano analiza el fenómeno de la violencia (se llama Que en Cristo Nuestra Paz México tenga vida digna y es un amplio texto en el que se analizan las distintas variables del problema y en él hacen “un llamado vehemente a quienes producen la droga y la transportan, a los que se prestan al comercio del narcomenudeo, a los que la consumen, a los sicarios y a todos los implicados en este nefasto negocio: ¡arrepiéntanse y cambien de vida! Busquen la vida y no la muerte. Dios está siempre dispuesto a perdonarles; sólo les pide que reconozcan sus errores; que se arrepientan de ellos y no lo ofendan más agraviando a sus hijos; que reparen los daños y se retiren de esta actividad de muerte”).
A pesar de lo anterior, se puede decir que los jerarcas católicos no han mostrado en público una voz unificada o contundente sobre este tema; no son referencia ni actores de la discusión sobre el problema que más preocupa a México desde hace años. Acaso lo más claro llamativo que han manifestado fue lo que pronunció el Arzobispado de la Ciudad de México en noviembre de 2010, cuando en el semanario Desde la Fe se reconoció que “para vergüenza de algunas comunidades católicas, hay sospechas de que benefactores coludidos con el narcotráfico han ayudado con dinero, del más sucio y sanguinario negocio, en la construcción de algunas capillas, lo cual resulta inmoral y doblemente condenable y nada justifica que se pueda aceptar esta situación”. Pero ese mea culpa suena tardío o intrascendente, pues no va ha ido a más.
Y ahora es el arzobispo de León, José Guadalupe Martín Rábago, quien nos hace cuestionarnos cuál es la postura de la Iglesia frente a los criminales. Este domingo, el prelado dijo “a los que hacen el mal, si de alguna manera mi palabra llega hasta ellos, quiero decirles que tomen en cuenta el tiempo que vamos a vivir, que es tiempo de paz y de gracia. Que colaboren siquiera permitiendo que todas estas personas que vienen a un acto que es totalmente respetable, no aprovechen para hacer algo que de alguna manera pudiera llevarnos a una experiencia de duelo y de muerte”.
Suena a súplica no a exigencia de quien tiene una autoridad moral. O quizá sea una alarmante señal de sensatez: como en el polémico caso de El Diario de Juárez de 2010, cuando los periodistas se dirigieron mediante un editorial directamente a los criminales para preguntar qué querían de ellos, ahora es el jerarca anfitrión de Benedicto XVI el que llama en público a los criminales, reconociendo de paso que son ellos los que pueden, los que tienen el poder, a permitir un ambiente adecuado para la visita.
Mal parado deja además Martín Rábago al gobierno, su socio en la visita papal. Y de paso lo mete en una situación incómoda: si cuando en julio pasado el padre Alejandro Solalinde pidió perdón a Los Zetas -otra polémica declaración de un religioso-, la Secretaría de Gobernación reprobó enérgicamente esa expresión, ¿qué hará ahora la dependencia de Alejandro Poiré frente a la petición de Martín Rábago a los criminales?
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