Orondo debe sentirse Felipe Calderón, pues encabeza el primer gobierno mexicano poseedor de un récord, y para mayor orgullo inscrito en el Guinness, ni más, ni menos. Que no se amilanen los panistas ni los mexicanos globeros, esta administración de las manos limpias trascenderá por algo más que el puente Baluarte, porque todo lo sucedido en la patria entre el 1° de diciembre de 2006 y el 30 de noviembre de 2012 será para recordar como lo nunca visto en materia de administración pública.
Sobre el ingenio de la arquitectura mexicana manifestado en el diseño y la construcción del Baluarte, y para no apartar al lector de la asignatura, brillará en las noches oscuras del Distrito Federal, para evocar el Bicentenario y ratificar aquello de las manos limpias, la Estela de luz, que rompe cifras por dónde se le vea, pero sobre todo en rebasar el presupuesto asignado, sin explicación ni transparencia. Como récord, ni hablar.
En el ámbito de la sociología, la salud y la dignidad, los logros fulguran la razón y sorprenden a propios y extraños, porque hay más mexicanos en situación de pobreza extrema y en condiciones de pobreza alimentaria, condiciones de vida que de inmediato afectan la salud y la dignidad, crean rencor social y resentimiento, pero sobre todo propician que muchos miembros de la sociedad piensen, seriamente, en la violencia como único camino para resolver su falta de oportunidades y las contradicciones en las que el gobierno de las manos limpias los obliga a sobrevivir.
Pero la cereza en el pastel es el récord de muertes, sean éstas producto de la casualidad criminal o de la declarada guerra por el gobierno contra los barones de la droga -a cuenta de las agencias estadounidenses que combaten la delincuencia- o de la limpieza social que el gobierno carga sobre la credibilidad de las fuerzas armadas y las autoridades de administración y procuración de justicia, con la única intención de servir al proyecto de seguridad regional y nacional de Estados Unidos, sin beneficio alguno para los que ponen territorio, muertos y humillaciones y deponen leyes y dignidad, como son los mexicanos aterrorizados por la pavorosa inseguridad pública.
Con el agravante de que no son las únicas muertes, cuya sumatoria maquillan por considerarla de seguridad nacional, sino que a las violentas desapariciones de mexicanos habría que añadir los decesos humillantes, propiciados por el hambre, las enfermedades curables. La guerrilla salvadoreña no sembró tantos cadáveres, como no lo hicieron la revolución nicaragüense ni la guerra sucia Argentina.
Este es, entonces, un gobierno Guinness, de récord, para dejar boquiabiertos a propios y extraños, con enormes joyas arquitectónicas y con resultados de vergüenza, porque el combate al narcotráfico y la limpieza social en nada benefician a México; por el contrario, el costo es enorme, más allá de toda consideración, pero de cualquier manera merecedor de quedar anotado en el libro Guinness.
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