domingo, 29 de enero de 2012

Manuel Ajenjo - Los rarámuris y César Duarte



El humor se nutre, entre otras esencias, de la paradoja. Por ésta entendemos una situación que contradice el sentido común. Una declaración, una circunstancia, un estado de cosas, que conllevan una contradicción lógica.
México es el país de las paradojas. Donde lo revolucionario cohabita con lo institucional. Donde en un banquete para 3,000 personas -políticos y empresarios-, el arzobispo de la Iglesia Ortodoxa, Antonio Chedrauí, conmina a reflexionar sobre “la carestía y el desempleo, causantes de la miseria”. Donde al máximo dirigente sindical del país públicamente se le otorga el tratamiento de don -don Joaquín Gamboa Pascoe, se escucha decir en anuncios de radio-; título de cortesía más para un patrón porfiriano que para el líder de los trabajadores por más que éste ya no se cueza al primer hervor -ni siquiera en un horno de microondas de los que otrora contrabandeara-.
En ese orden de contrasentidos hoy hago mía una paradójica sentencia: “Nadie tiene más necesidad de tomarse unas vacaciones que la persona que acaba de tomárselas”. Tal vez los lectores notaron mi ausencia durante la semana pasada. Pedí vacaciones. Éstas las supuse edénicas, tomando el sol, tumbado en la playa, leyendo. Resultaron endémicas -mi acostumbrada gripe invernal-, tomando ibuprofeno, tumbado en la cama, leyendo el termómetro.
Retorno al trabajo, descansado, por supuesto, pero con la necesidad de tomar otras vacaciones para hacer lo que me impidió la inoportuna enfermedad. Además de las suposiciones ya relatadas también me había propuesto poner en orden mi desbarajustado escritorio donde conviven desde el siglo pasado en un promiscuo laberinto libros, revistas y periódicos viejos con documentos, archivos, cuentas por pagar y ya pagadas, papeles, papeles y más papeles, apuntes que no recuerdo haber hecho y variados objetos. Me ha sucedido que en la búsqueda del Pequeño Larousse de la Conjugación encuentre la engrapadora que necesité el año pasado, la visa estadounidense que dí por perdida, de la que pedí una reposición que ya está insertada en mi pasaporte que por ahí anda, una fotografía de bodas de mi primer matrimonio junto a una cajetilla de cigarros de una marca que dejé de fumar hace cinco años y mi certificado de preparatoria.
Ni la burla perdona
Entre estornudos, dormitadas y bostezos se me fue la semana. Para conectarme con la realidad, el domingo, acudí a los periódicos y revistas del día. Un reportaje de Zósimo Camacho, publicado en la revista Contralínea llamó mi atención. Es a propósito de los tarahumaras -castellanización de la palabra rarámuris-, etnia que habita en el suroeste del estado de Chihuahua y que literalmente se muere de hambre.
El reportaje del que transcribiré un fragmento de la introducción es desgarrador: “Habitan cavernas y viven alcoholizados: es más fácil conseguir tesgüino -bebida embriagante de maíz fermentado- que agua potable. En sus propias palabras, ‘muchas veces es lo único que hay para llevarse a la panza’. Harapientos, su patrimonio es la pila de ramas secas a la entrada de la cueva y lo que llevan puesto. (...) Son hombres, mujeres y niños rarámuris que sobreviven en el corazón de la Sierra Tarahumara, adonde los aventó hace siglos el chabochi o conquistador y, por extensión, el mestizo de quien siguen huyendo y, despavoridos, corren aunque se les grite que son médicos o maestros quienes esporádicamente los buscan.
En la profundidad de las barrancas o en la cima agreste de las montañas, arañan, con rudimentarios instrumentos, las peñas casi desnudas para arrancarles algo de sunú o maíz”.
Pero si el reportaje es para sentirse avergonzados de pertenecer a una sociedad insensible a la injusticia y a la marginación de los seres humanos, dueños originales de la geografía en la que viven -si a eso se le puede llamar vida-, la paradoja y con ello el humor, el que expresa el conflicto entre la razón y la animalidad humanas, surge cuando rascándole al tema uno se entera, según reporta el Diario de Juárez, que en la clausura del Operativo Conago III Navidad Segura, el gobernador de Chihuahua, César Duarte, aceptó que en la zona de la Sierra Tarahumara hay hambruna pero, aseguró, que pese a ello los indígenas rarámuris son felices (¿le caé? ¿En qué encuesta basa su aseveración?) y se niegan a abandonar sus tierras (¿adónde les ofreció mandarlos a vivir?).
Duarte Jáquez, según nota del precitado periódico, volvió a negar que se hayan registrado suicidios colectivos en la comunidad tarahumara y disfrazado de Perogrullo dio cátedra de sociología económica: “En la Sierra Tarahumara hay hambre porque no hay maíz, hay hambre porque no hay frijol, hay hambre porque las vacas están flacas y no hay leche, tampoco hay avena... (pero) los habitantes de la sierra quieren vivir en su entorno de felicidad que se envidia al conocer su ambiente y su cultura. (¿De verás conoce usted el ambiente en el que se desarrollan? Si le parece envidiable su modo de vida, ¿por qué no se trasladan usted y su familia a Batopilas o a Boycona y se quedan a vivir ahí? No le sugiero que su estancia, en cualquiera de los dos municipios, se prolongue por el resto de su sexenio, pues sería mucho pedir, ni el resto del año porque éste apenas empieza, pero ¿qué le parece el resto del mes?
Señor gobernador Duarte: Con todo respeto le voy a pedir un favor: No mame. Tal vez mi crítica le suene a burla -y lo es-, pero conste que usted empezó.
Letras vencidas
Mientras he ido pergeñando estas líneas, en cada ocasión que me he atorado en su redacción, he tratado de poner en orden el escritorio que reseñé. Para mi sorpresa encontré un legajo de ejercicios literarios: cuentos breves, fallidas fábulas, intentos de aforismos: letras vencidas.
Entre ellas los dos primeros cuentos que escribí. Le ofrezco al lector uno de éstos. Apelo a su benevolencia de juicio. Tome usted en cuenta que lo escribí a los 22 años. Antes de prostituirme y convertirme en textoservidor.
Mi media hermana
Estoy triste porque se casa mi media hermana. Mi media hermana se llama Rosaura. Rosaura es hija de mi papá y de mi mamá. Es mi media hermana por parte de tren. A los seis años perdió brazos y piernas en un accidente ferroviario.
El accidente no fue obstáculo para que Rosaura asistiera al colegio de monjas, donde aprendió a leer como cualquier niña y a escribir, borrar y dibujar con las orejas que se le desarrollaron de una manera fantástica por no decir fenomenal.
¡Que buena ama de casa va a ser Rosaura! Guisa de chuparse los dedos. A pesar del trabajo que le cuesta enhebrar hilo y aguja ella misma cose su ropa. Borda que es un primor. Y, aunque de oído, toca el piano.
Rosaura contraerá nupcias con don Taito Barnum, un señor que le lleva más de veinte años. Hace apenas diez días se enamoró de ella a primera vista: Te necesito -le dijo en la primera cita, agregó: Quiero que seas mía, de nadie más y para siempre. Dos días después, le propuso matrimonio. Don Taito es dueño de un circo.
Mientras les platico, estoy pintando de blanco el tripié rodante que sostiene la base acojinada en donde se sentará mi media hermana vestida de novia; luego aceitaré muy bien las ruedas para que con un simple empujón de su madrina de tripié, Rosaura llegue al altar.
Mi mamá y don Taito ultiman los detalles de la boda. Mamá propone que la ceremonia religiosa sea el domingo en el templo de Nuestra Señora de los Lisiados. Don Taito está de acuerdo en el lugar pero no en el día: -Imposible que la boda sea el domingo doña Cuchi, el domingo el circo tiene cuatro funciones. Tiene que ser antes. ¿Qué tal el viernes al mediodía?
-¿Por qué al mediodía, por qué no el viernes en la tarde? -interroga mamá.
-Porque el viernes en la tarde es el debut de Rosaura -contesta don Taito. Empiezo a sospechar que en lo sucesivo para ver a Rosaura, mi media hermana, tendré que pagar boleto.

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