domingo, 29 de enero de 2012

Juan Villoro - Fallas de origen



Cuando la televisión pierde la señal y la pantalla se cubre de ceniza luminosa aparece un letrero: "Falla de origen". Eso significa que el aparato no está descompuesto; el problema se debe a una mala emisión de las imágenes.

Televisa y el PRI han querido construir al primer telecandidato a la Presidencia, Enrique Peña Nieto, hombre dotado de fotogenia, es decir, de lo que importa como superficie.

En condiciones normales, eso es poco para llegar al poder. ¿Pero desde cuándo un país con más de 300 chiles se somete a la normalidad?

Peña Nieto apareció como político-holograma en un momento en que se desconfiaba de los políticos con personalidad, comenzando por Felipe Calderón, que sacó al Ejército a las calles después de 11 días en Los Pinos. Ajena a todo consenso, la decisión estuvo más cerca del arrebato que de la estrategia.

Combatir al crimen organizado es necesario; hacerlo en forma impulsiva conduce a la situación que padecemos: 50 mil muertos en cinco años y pocas posibilidades de vislumbrar una victoria. La enjundia presidencial no ha sido otra cosa que irresponsabilidad histórica.

Por su parte, López Obrador ha mostrado otros excesos de carácter. El candidato que en 2006 se quejó -con razón- de las calumnias sufridas durante su campaña, también fue el pendenciero que se dirigía al Presidente con una frase de domador de pericos: "¡cállate, chachalaca!". Antes de que el Tribunal Federal Electoral fallara respecto a la elección, López Obrador organizó un plantón como protesta preventiva. Las autoridades aún no habían emitido un juicio, pero él ya las consideraba indignas. Sin pasar por la autocrítica, esa misma persona se promueve hoy como emisario de la buena onda, el Fourier tabasqueño que propone un nuevo mundo amoroso. Su capital es el deterioro generalizado de la oferta política. Por default, queda bien situado: el PRI representa el retorno de la impunidad que degradó al país durante 71 años y el PAN 12 años de inoperancia en el poder.

La izquierda mexicana es poco novedosa. En un cuarto de siglo ha tenido dos candidatos y ambos son caudillos de viejo estilo. Su ventaja es que, al no haber llegado a la Presidencia, ese arcaísmo aún tiene pasado por delante.

López Obrador busca capitalizar su condición de "menos peor" ante quienes están cansados del PRI y el PAN y se reinventa como el cariñoso AMLOVE. Lo cierto es que al votar por él no se vota sólo por una imagen, sino por un talante mercurial que pasa del desafío afrentoso (la "honestidad valiente") a la promesa de concordia.

Después de la crispada elección de 2006, el país sufrió heridas que no han cerrado. En estas condiciones apareció un político atractivamente hueco. Se ha comparado a Peña Nieto con un recipiente vacío. La metáfora es perfecta porque aclara tanto la inanidad del candidato como su posible impacto. Si los demás remedios son tóxicos, el inocuo placebo parece preferible.

Mientras el Presidente se ponía la casaca verde de los militares y su rival de 2006 hacía giras de mandatario "legítimo", surgió un aspirante amparado en una propuesta tranquilizadora: "no se asusten, esto sólo es una imagen".

Max Weber tomó la palabra "carisma" de la religión para definir el aura intangible que favorece a un líder. En sus exitosos mítines populares, López Obrador encarna cabalmente el concepto. Esa ventaja no siempre lo ha favorecido. En 2006, arropado por la multitud que coreaba "¡cha-cha-la-ca!", endurecía su discurso en aras de la aclamación. Pero el acto ocurría en dos realidades simultáneas. Quienes estaban en la plaza celebraban la comunión del candidato con la indignada multitud, quienes lo veían por televisión se asustaban del tono enardecido.

Hoy en día no hay elección que no se decida en los medios. Confiando en este precepto, el PRI se decantó por un candidato con telegenia. El problema es que no parece tener nada más que lumínico envoltorio.

La campaña es el momento en que todos los candidatos parecen frascos de medicinas con un letrero en la etiqueta: "agítese antes de usarse". El imperturbable peinado de Peña Nieto y el triunfo arrollador de su partido en el Estado de México sugerían que podría llegar a la Presidencia sin moverse mucho. El dislate en Guadalajara hizo que por primera vez su habitual lejanía del tema no fuera vista como asepsia sino como incapacidad, y su desencuentro con Elba Esther Gordillo revela fisuras para mantener apoyos. Las acusaciones sobre la desatención de uno de sus hijos serían letales en Estados Unidos; en México no lo son tanto, pero revelan que el frasco tiene contenido, y no es muy puro.

El PRI se decantó por Peña Nieto para ganar rating. Sin embargo, en el nuevo escenario, el líder no parece un personaje de televisión sino de PlayStation.

Hace un par de milenios una mujer conquistó su nombre al ver el rostro de Jesús en una manta. La conocemos como Verónica, que significa "imagen verdadera".

Peña Nieto es una imagen falsa, producto, como otros problemas televisivos, de una "falla de origen".


Leído en http://www.reforma.com/editoriales/nacional/643/1285204/default.shtm

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