domingo, 29 de enero de 2012

Federico Berrueto - Después de 2012



Si hay una manera sencilla de expresar el mayor desafío de los próximos gobierno y legislatura sería algo como rescatar al Estado. No será fácil y deberá actuarse con acierto desde el 1 de diciembre. Los 100 días restantes serían de acciones decididas; el resto, apuntalar lo que desde el inicio quedó claro: el país no puede navegar en la ambigüedad por el imperio de los poderes fácticos y la consecuente incapacidad del gobierno de hacer valer el interés general y la legalidad que lo sustenta. Para Fox era muy complicado entender los términos de su responsabilidad como jefe de Estado, para él eso era simulación o tenía tufos autoritarios. Calderón inició gobierno frente a la necesidad de supervivencia, no hubo espacio para convalidar al interés general; lo demás ha sido consecuencia.
Los problemas del país son considerablemente mayores como para perderse en el maniqueísmo propio de la disputa electoral. No hay salvadores de la patria, tampoco soluciones mágicas; la retórica del voluntarismo se desvanece frente a la realidad. Sin duda que el cambio profundo requiere liderazgo, entrega y disciplina del próximo presidente y su esquipo; en las formas y modos de quienes ganen deberá iniciar el cambio, pero requerirá de mucho más, no sólo la acción del Congreso, los partidos, los jueces, los órganos autónomos y los gobiernos subnacionales. El cambio debe ser el encuentro de tres procesos: el institucional, el político y el que se origina en la sociedad.
Los medios de comunicación tienen una responsabilidad importante. Son negocios y su trabajo está condicionado por su origen empresarial, pero tienen otra razón de ser: son articuladores de la libertad de expresión, de la reflexión crítica sobre el estado de cosas y, en su pluralidad, generan el consenso necesario para las transformaciones profundas y la fortaleza para preservar lo fundamental, como son las libertades, la exigencia de legalidad y la identidad nacional.
A cinco meses de las elecciones son más los signos alentadores que los negativos. Ha pasado un mes de 2012 y se confirma que los comicios de ahora serán mejores que su antecedente. No es virtud de las reglas o de las instituciones electorales, sino de los contendientes. El juego es rudo y no siempre comedido entre los competidores y de éstos con las normas, como fue la invasión publicitaria en la ciudad capital, una forma más de la simulación a la que conduce una legislación restrictiva de las libertades políticas.
Sin embargo, todavía falta mucho por ver, de hecho las campañas en su formalidad están todavía a un par de meses. Una de las incógnitas es si el candidato presidencial de la izquierda habría de modificar su estrategia de mesura si persiste en el tercer lugar de las preferencias. También lo que pueda ocurrir en las 12 entidades con comicios locales concurrentes. Por salud de unos y otros, un escenario de cerrada competencia no puede excluirse; tampoco que un candidato o partido gane con una amplia diferencia. Todo puede ocurrir y las instituciones electorales deben estar preparadas para toda hipótesis de desarrollo y desenlace de la contienda.
La elección importa no sólo porque resuelve quien habrá de gobernar, también porque define los términos del mandato y la legitimidad de quien gana el poder. Fox, como nadie obtuvo ambos y las posibilidades para transformaciones profundas eran extraordinarias y, por lo mismo, casi irrepetibles. Calderón y el país padecieron un mandato y una legitimidad regateados por el resultado de los comicios. Por esta consideración es fundamental que la lucha en curso vaya más allá de lo electoral. Las elecciones son un medio, lo fundamental es el ejercicio del poder. De eso es lo que se trata la contienda en curso.
Rescatar al Estado es tarea de todos. Lo mismo vale para los territorios en los que el crimen organizado ha ganado ventaja, como en las áreas de la actividad económica respecto a los grupos económicos dominantes o los sindicatos. Algo semejante puede decirse con relación al gobierno del país vecino al norte. Para ello es fundamental reconocer objetivos comunes y evitar el chantaje de grupos pequeños y poderosos o que una fuerza política o proyecto se vean beneficiados de manera ilegítima por los factores de poder.
Mantener a raya el insulto y las campañas publicitarias de agresión al adversario son un buen precedente, sin que signifique dejar de ejercer el derecho de todo contendiente de luchar por lo que cree y diferenciarse de sus adversarios. Al término de las elecciones habrá un evento que será la medida de los nuevos términos de la política nacional: el reconocimiento oportuno de ganador de la elección. Tarea ingrata que debe corresponder, como en toda democracia, al candidato no favorecido, en un juego donde no hay derrotas para siempre ni triunfos totales.

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