·El problema original
El examen de la historia de nuestro país, o de cualquier otro, ofrece
pruebas irrefutables de lo escaso de los momentos en que la vida pública
alcanza niveles de grandeza. No sólo son pocos sino breves y
espaciados. Normalmente, el proceso político está dominado por la
mediocridad y con frecuencia por la injusticia, el abuso, la corrupción,
la violencia y el crimen. En fin, lo que escasea son los ejemplos de la
política como expresión de lo mejor del espíritu humano.
Entre los responsables de diseñar y poner en práctica las grandes
decisiones de carácter político, la conducta basada en una elevada
altura de miras y sentido de la responsabilidad es tan rara que cuando
ocurre la celebramos como cosa extraordinaria y se toma como la
excepción que confirma una regla: que el ejercicio del poder en la
esfera pública es una actividad sórdida, incompatible por naturaleza con
la honestidad y con el respeto a los códigos de la ética de cada época.
Hace ya más de dos milenios, Platón en su República, obra escrita
alrededor del 380 A.C. y en otros de sus famosos diálogos, concluyó que
los mejores gobernantes deberían ser los individuos más sabios, los más
dedicados a la búsqueda y el respeto por la verdad. Justamente ese
compromiso con la adquisición del conocimiento -que se equiparaba con la
virtud- llevaría a que tales personajes, en caso de ejercer el poder,
lo hicieran en función no de su interés particular sino del bien del
conjunto social. Sin embargo, el gran filósofo griego concluyó que en la
práctica era muy improbable que una polis, cualquiera, permitiera a sus
mejores ciudadanos desempeñar el papel de gobernantes. Y es que los
valores e ideas de quienes Platón definió como mejores -los sabios y
virtuosos- siempre serían diferentes de los que mantenían la gran
mayoría de los ciudadanos. Irremediablemente esas diferencias se
reflejaban en las divisiones y pugnas que caracterizaban el ejercicio
del poder, que desembocaban en la hostilidad entre facciones e incluso
en luchas civiles, lo que, para Platón, era el fracaso de la política.
A dos milenios y varios siglos más de distancia, el análisis político
emplea un vocabulario y unos planteamientos distintos a aquellos de la
Grecia clásica, pero en lo esencial sigue enfrascado en diseñar fórmulas
para cuadrar el círculo: cómo llevar a los puestos de responsabilidad
política, si no a los mejores -la mira se ha bajado-, al menos a
personajes inteligentes, preparados y, sobre todo, honestos y
comprometidos a ejercer el poder dentro del marco de la legalidad
imperante y en beneficio de aquello que en cada época puede considerarse
el mejor interés de la comunidad.
·El siglo XX como ejemplo
El conocimiento sobre los grandes hitos de la política mundial del siglo
pasado es lo suficientemente generalizado como para echar mano de ese
periodo y comprobar lo raro y fugaz de la grandeza política, lo
persistente de la política como horror y lo ancho de la zona de
mediocridad que se extiende entre ambos extremos.
·El extremo nocivo
Los casos más monstruosos de ejercicio nocivo del poder en el siglo
pasado los ofrecen los regímenes totalitarios, uno de cuyos efectos fue
la guerra más sangrienta de la historia -la Segunda Guerra Mundial- que
tuvo un costo en vidas humanas que se calcula en alrededor de 60
millones de personas -el 2.6% de la población mundial de la época- y
donde las víctimas civiles superaron a las militares (Ferguson, Niall,
The war of the world, Nueva York: Penguin, 2006, pp. 649-651). No hay
cálculos más o menos exactos sobre las víctimas del terror interno y del
Gulag soviéticos, pero el historiador inglés Eric Hobsbawm, cuya visión
no puede calificarse de derecha, no duda en considerar entre 10 y 20
millones, e incluso más, las muertes atribuidas a ese sistema (The age
of extremes, Vintage Books, 1996, p. 393). El militarismo japonés
significó la pérdida de la vida del 5% de la población china -mucho más
civiles que militares- y el 2.9% de la japonesa -más militares que
civiles (Ferguson, op. cit., p. 650), en total entre 13 y 23 millones de
personas. Y ya que se toca el caso de China, la colectivización, "el
gran salto adelante" y la "gran revolución cultural", que se llevaron a
cabo en ese país bajo el liderazgo de Mao Zedong entre 1955 y hasta la
muerte del líder en 1976, también cobraron varios millones de vidas amén
de mucha penuria y humillación.
Los totalitarismos no fueron los únicos ejemplos de la brutalidad y la
estupidez como esencia de un tipo de política. La larga lista de
dictaduras que se esparcen a lo largo del siglo XX en América Latina,
Europa, Asia y África han sido mejor explicadas por la literatura que
por las ciencias sociales, sobre todo en nuestra región (un buen ejemplo
es Mario Vargas Llosa, que aborda la dictadura de Trujillo en
Dominicana en La fiesta del chivo, Alfaguara, 2000). Esa Tercera Guerra
Mundial que fue la Guerra Fría, y que duró 45 años, provocó varios
millones de muertos en la periferia del sistema internacional -Asia,
África, América Latina y partes de Europa-, donde también consolidó
sistemas antidemocráticos tanto en el área capitalista como en la
socialista. El caso mexicano entre 1946 y 1994 se puede explorar y
explicar con esa perspectiva.
·El gran medio o la política de tono gris
En la mayor parte de los países la mayor parte del tiempo la política es
confrontación y cooperación dentro de la normalidad. El liderazgo
simplemente administra con mayor o menor fortuna las presiones y las
pugnas de individuos, grupos, partidos y clases más las demandas
provenientes del medio ambiente externo. En esos casos domina lo
mediocre y predecible; el tono sobresaliente es el gris.
·La política como un intento por alcanzar la grandeza
Los breves periodos en que el ejercicio del poder aspira a la grandeza,
generalmente, corresponden a lo que sugirió Platón: al momento en que
las circunstancias propician la coincidencia entre liderazgo y calidad;
definida ésta como una mezcla de altura de miras, conocimiento a fondo
de la coyuntura histórica y del entorno social, valentía, generosidad y
buen juicio sobre las fortalezas y debilidades de colaboradores y
adversarios, entre otros elementos.
En el siglo XX no abundan pero sí existen estos casos. Gandhi y la
movilización de la India para lograr su independencia es uno de ellos.
Sin proponérselo, y en nombre de la dignidad de la comunidad india
discriminada en Sudáfrica, Gandhi se metió al mundo de la política a
finales del siglo XIX, aprendió por la vía dura -humillación, cárcel,
represión- a enfrentar la brutalidad del poder con la fuerza de los
grandes principios morales; más tarde, armado de esa experiencia,
arremetió contra los males provocados por la dominación imperial en su
país de origen: India. Ahí se transformó en el improbable gran líder de
masas que encabezó una resistencia pacífica pero sin cuartel a favor de
la independencia. La lucha contra los británicos se basó en ocupar las
alturas morales y desde ahí, haciendo del ejemplo personal un gran
instrumento de persuasión, inspirar, movilizar y dirigir a millones,
hasta vencer al adversario en sus propios términos. Años más tarde,
también en Sudáfrica, Nelson Mandela lograría, con una combinación de
lucha pacífica primero y armada después, un gran discurso moral y un
ejemplo de congruencia entre el decir y el hacer -28 años en prisiones
de la isla Robben y en Pollsmoor- para finalmente ganar su libertad,
derrotar la brutal política de segregación racial del Apartheid y
encabezar desde la Presidencia un gran proyecto para hacer de Sudáfrica
una sociedad multirracial comprometida con la convivencia de la mayoría
negra con las minorías blanca y asiática. Hay, desde luego, otros
ejemplos de la política dirigida por los mejores, aunque ya no alcanzan
el consenso que hay en torno a Gandhi o Mandela. Para México, lo más
cercano al modelo en cuestión sería el cardenismo.
·Conclusión
Los ejemplos de la política como una actividad encabezada por un
personaje, un grupo y un conjunto de principios e ideas, y que en
circunstancias adversas logra encauzar las energías de una sociedad
hacia un estadio superior de su desarrollo, sin recurrir o muy poco al
uso de la fuerza, sólo se da muy de tarde en tarde y por un periodo
corto. La India posterior a Gandhi y la Sudáfrica después de Mandela ya
no lograron mantener el momentum, aunque tampoco perdieron todo lo
alcanzado. El logro de Gandhi y Mandela es haber mostrado el rostro
positivo de la política cuando lo mejor de una sociedad puede hacerse
cargo de ella.
Leído en http://www.reforma.com/editoriales/nacional/644/1286740/
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