sábado, 4 de febrero de 2012

Calderón no sabe ponerse en los zapatos del otro

Rosario Robles

El Presidente abusó de su condición y de que se encontraba en un acto a modo para responder de manera autoritaria a un ciudadano crítico de sus políticas.


De dar miedo. También pena. El mismo día que un numeroso grupo de actores y actrices (solidarios con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad que encabeza el poeta Javier Sicilia) presentó la campaña “Ponerse en los zapatos del otro” para convocar a la sociedad a entender el dolor de las víctimas de esta guerra contra el crimen organizado y tomar como nuestra su causa porque nadie está exento de vivir ese dolor, el Presidente dio muestras de que es incapaz de escuchar este clamor. De que no puede ponerse en los zapatos de quienes han perdido a sus hijos, parientes, maridos, amigos, no importa si la sangre derramada es la de un ciudadano, un uniformado o un sicario.

En el evento Ciudad Creativa Digital realizado en Guadalajara, un joven que estaba presente, Tonatiuh Moreno, lo interpeló mientras el Presidente hablaba. El jalisciense no lo insultó. Es cierto que su reclamo lo hizo a gritos (de qué otra manera), pero en ningún momento lanzó una ofensa. Lo que hizo fue ponerse en los zapatos de muchos mexicanos que nos preguntamos hasta dónde llevará el Presidente este empecinamiento, esta idea de que su estrategia es correcta. Sin dar argumentos, sin presentar datos contundentes, aludiendo a la clásica polarización de que quienes no están con él son cómplices del crimen organizado, con un discurso meramente ideológico, Calderón hizo gala de su intolerancia y autoritarismo. Abusó de su condición y de que se encontraba en un acto a modo para responder a un ciudadano crítico de sus políticas que, debe reconocerse, se atrevió a hacer público su cuestionamiento en medio del Estado Mayor Presidencial y de altos funcionarios del gobierno panista de Jalisco encabezados por Emilio González.

Los aplausos al monólogo presidencial no tuvieron más objetivo que hacerle sentir al intrépido toda la fuerza de ese poder que se atrevió a cuestionar. Poder que hace mucho tiempo los políticos tradicionales piensan es su patrimonio exclusivo, aunque nuestra Constitución diga que radica en el pueblo. El Presidente respondió lo mismo de siempre, que la violencia no la generó su gobierno, que quien la origina es el crimen organizado, pero deslizó y es lo grave que actitudes como las de Moreno (aún más ¡o de quiénes lo movían!) habían hecho posible que las bandas criminales se fueran apoderando de grandes ciudades. Vaya respuesta arbitraria. Vaya sinrazón.

Ahora resulta que el más alto representante del Estado mexicano culpa de la ineficiencia de su gobierno a quienes no comparten sus políticas en materia de seguridad y combate al crimen organizado. Son (somos) los responsables de que hay mayor consumo de droga (ésa que dijeron que con esta política ya no llegaría a nuestros hijos), o de las muertes de más de 50 mil mexicanos, o de los miles de desplazados por esta guerra absurda.

Todo por cuestionar, todo por preguntar, todo por desear que termine este sexenio trágico, como lo calificó el ombudsman Raúl Plascencia, que en su reciente informe hizo alusión a este incremento de la violencia, de muertes, de inseguridad y al restablecimiento de prácticas violatorias de los derechos humanos. ¿A él también culpará el Presidente? ¿O lo hará con Santiago Creel, su compañero de partido, el único precandidato panista que abiertamente ha disentido de la estrategia presidencial? ¿O culpará a Human Rights Watch por presentar su informe en el que se acreditan violaciones a los derechos humanos? ¿O cuando se encuentre con Carlos Fuentes le dirá que es responsable, ya sea él o los que lo mueven, por andar diciendo que es inadecuada la política gubernamental por las muertes que ha dejado?

¿O de plano se atreverá a culpar a Luz María Dávila, madre de dos de los jóvenes asesinados en Salvacar, por exigir que el gobierno deje de ser inútil y frene la violencia? ¿Va acaso a descalificar la conclusión del International Centre for Science in Drug Policy que dice: “La evidencia científica disponible apunta claramente a que el incremento de la intensidad de los operativos contra las drogas no reduce, sino que aumenta los niveles de violencia”? Nada que decir. En México, en 2007 había 11.1 homicidios por cada 100 mil habitantes, en 2011 la cifra aumentó a 25 por cada 100 mil. Así de simple.

Leido en http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9106971

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