Cuentos Cortos. EL VISITANTE. |
Dime quien eres…preguntó el anciano intentando reconocer en la oscuridad la presencia que tenía enfrente.
Los que parecían un par de ojos flotaban ante la ausencia de un rostro que los contuviera y su cuerpo era una infinidad de pequeños puntos destellantes condensados en un espacio de la habitación.
Con dificultad volvió a mirar pero hasta ese instante todo le resultaba desconocido. Se sentó en la cama y encendió la luz del velador y ya con sus viejos lentes pudo reconocer detalles en esa presencia que tomaba forma frente a su cama.
Los ojos que le miraban encerraban misteriosamente paisajes muy lejanos de un sur lluvioso donde creció y liberaban el aroma intenso de los bosques de avellanos y eucaliptos donde jugó con los amigos de entonces.
-Yo era un soldado jugando a la guerra, recordó, arrastrándome furtivo por el suelo barroso lleno de hojas secas, escondiéndome detrás de los troncos, corriendo para no ser capturado...lo recuerdo, pensó triste en voz baja.
-Quien eres, volvió a insistir suplicante, pero aunque no había una respuesta verbal, esta parecía venir del sonido de los trenes y del silbato de las locomotoras que surgían de la respiración de esa entidad y en las imágenes difusas de todos los rostros que le miraban sonrientes desde sus ventanillas.
Y aunque ese ser no se movía, sus cabellos, que tenían el color de todos los cabellos que recordaba, danzaban como si un susurro intangible los desordenara, como cuando bajaba corriendo los cerros de arena que rodeaban su pueblo y la brisa invisible golpeaba fría su cara. Sus labios tampoco se movían pero extrañamente podía escuchar desde ellos mil conversaciones de otros tiempos, apagadas, como si fueran murmullos escondidos detrás de una puerta.
A esa altura la presencia ya tenía forma y sabía perfectamente de qué se trataba.
Dejó los lentes en el lugar de costumbre, con mucho cuidado para no voltear el vaso con agua que le dejaban cada noche, al lado de las fotografías de quienes ya eran recuerdos difusos en su memoria. Contempló la habitación tratando de encontrar en ella algo de esos otros tiempos, pero sabia que las paredes del asilo estaban desnudas de recuerdos y que del otro lado el mundo era extenso, distante y lejano hasta donde esa noche dormían sus hijos y sus familias.
Apagó la luz, se acomodó en la cama y cerró los ojos para esperar que esa entidad le abrazara y le envolviera con las imágenes y las voces de todos los habitantes de un mundo abstracto y que ahora, desde un lugar misterioso, esperaban ansiosos por él.
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