martes, 27 de marzo de 2012

Manuel Ajenjo - Benedicto XVI, misógino



La afirmación de que durante muchos siglos las mujeres fueron consideradas por la Iglesia Católica como criaturas sin alma ha sido motivo de polémica entre católicos a ultranza, historiadores agnósticos, malquerientes de la institución que actualmente lidera Benedicto XVI, admiradores de la Ilustración, seguidores de los enciclopedistas franceses y grupos feministas. Los primeros defienden a su Iglesia. Argumentan que la negación del alma a la mujer surgió de un malentendido semántico del que más adelante me ocuparé. Por su parte, los defensores de la afirmación la aderezan con detalles históricos tales como: “Fue en el Concilio de Nicea, celebrado en el año 325, donde se decidió que las mujeres no tenían alma” o “hasta el Concilio de Trento (1545-1563), 12 siglos después, se decidió que la mujer sí tenía alma”.
(Al margen de lo anterior agregaría yo a la lista de referencias de los que cuestionan y, aparentemente, aportan pruebas en apoyo de su teoría sobre la actitud de la Iglesia Católica respecto de la mujer y su no tenencia de alma, la influencia que esta idea ejerció en el siglo XX en un escritor de la talla del Premio Nobel, Gabriel García Márquez, que calificó como desalmada -carente de alma- a la abuela de la cándida Eréndira.
Esto, para no citar el influjo que el concepto tuvo en compositores de música popular mexicana como José Alfredo Jiménez y Martín Urieta, entre otros, en cuyas letras campea el concepto de que “no hay mal que de mujer no venga”-comenzando, obviamente, por sus propias personas-).
Los y las
Admito que antes de hacer una somera investigación para darle veracidad a esta colaboración yo era de los que pensaba, producto de alguna lectura que no puedo precisar, tal vez de La Puta de Babilonia de Fernando Vallejo, en la certeza de que la Iglesia Católica durante 12 siglos pregonó la negación del alma en la mujer.
Recién me convenzo de lo contrario al leer un documento, encontrado en Internet, titulado: “El alma de la mujer y la Iglesia Católica”, en el cual leo la opinión sobre el tema de Régine Pernoud (1909-1995), historiadora francesa, estudiosa de la condición femenina en la Edad Media, quien escribió al respecto: “Así pues, de ser cierto que la Iglesia consideraba a las mujeres criaturas sin alma, ¡durante siglos se habría bautizado, confesado y admitido a la eucaristía a seres sin alma!” (...) “es extraño entonces que los primeros mártires venerados como santos hayan sido mujeres y no hombres” (...) “En fin, ¿a quién creer: a los que reprochan precisamente a la Iglesia Católica medieval el culto de la Virgen María o a los que estiman que la Virgen era entonces considerada como una criatura sin alma?”.
La contundencia argumentativa de madame Régine me convence sobre la posición positiva de la Iglesia Católica en relación con el alma femenina. En el precitado escrito se advierte sobre la posición conservadora que se le puede achacar a la historiadora Pernoud y en contraposición a ella es citada Uta Ranke-Heinemann, teóloga feminista liberal, poco partidaria del magisterio eclesiástico y contraria a muchos dogmas de la Iglesia Católica. Esta mujer escribió en uno de sus artículos: “Hay que decir con toda claridad que no es cierto que la Iglesia haya llegado a negar, incluso a dudar en algún momento, que las mujeres tengan alma o que sean seres humanos”.
La confusión semántica a la que me referí líneas arriba surgió del idioma hablado en el siglo VI en el Imperio Romano: el latín. En esa lengua el vocablo “homo” tenía un doble significado: varón y a su vez ser humano-humanidad: hombre o mujer. Gregorio de Tours (538-594), obispo y cronista de la época, dio constancia de cómo un colega suyo proclive a ingeniárselas con el objetivo de hallarles glándulas mamarias a las gallináceas -dicho de otra forma le gustaba buscarle chichis a las gallinas-planteó una pregunta: ¿Puede una mujer ser designada con el sustantivo homo? El resto de los obispos lo remitió al Génesis donde se lee: “Macho y hembra los creó; y los bendijo y les puso por nombre Adán el día que fueron creados”. La traducción de la palabra hebrea “Adán” al latín era “homo”. Así los obispos concluyeron que como Dios había creado al “Homo” (Ser Humano) como varón y mujer, era lógico que la mujer fuera designada con ese apelativo. Muchos años después enemigos de la institución más antigua del mundo desvirtuaron lo anterior para decir que la Iglesia Católica había negado carácter humano a la mujer y con ello decretado su ausencia de alma.
Al saber la anécdota anterior, mi admiración por Vicente Fox crece. En su inmensa sabiduría, el gran saludador de Guanajuato impuso la moda lingüística de anteponer los artículos los y las a los sustantivos genéricos. Por ejemplo: las y los mexicanos. De haber vivido en la época señalada por Gregorio de Tours, don Vicente habría sugerido decir el y la homo. Se hubieran ahorrado el malentendido posterior.
La persuasión
Ya en la recta final de la columna, me percato que he dedicado el espacio a compartir con el lector el resultado de una investigación que me ha persuadido de lo equivocado que estaba yo al inicio de este trabajo. Debí haber recurrido al sentido común para pensar de manera lógica: Dado el reconocido mercantilismo de la Iglesia Católica hubiera sido un error imperdonable eliminar por motivos de género, con el argumento de carecer de alma, a 50% de su mercado potencial.
Pero las intenciones de mi colaboración y el encabezado de la misma era -es- la de escribir sobre la misoginia del Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Característica, ésta, que no es privativa de Benedicto XVI, sino una particularidad de la institución que encabeza y de su jerarquía que históricamente le ha negado derechos fundamentales a la mujer como la equidad de género.
La intención de esta columna surgió el pasado día 21 del presente cuando leí un desplegado publicado por la organización Católicas por el Derecho a Decidir, en el cual, con todo respeto le expusieron al Obispo de Roma, al que llamaron Su Santidad, apreciado hermano en Jesucristo y pastor de la Iglesia Católica Romana, un catálogo de sueños y esperanzas, y al mismo tiempo le hicieron una serie de peticiones.
El documento no tiene desperdicio y nos pone en contacto con una grey católica moderna, que sin renunciar a sus principios religiosos está muy por encima de la cúpula jerárquica. Transcribiré, dado que me gasté el espacio en la introducción al tema, sólo dos puntos que me parecieron más importantes desde el punto de vista femenino: “Queremos una iglesia que reconozca a mujeres y hombres como iguales, como portadores de la divinidad, y que fomente con acciones concretas la erradicación de la violencia y la discriminación. En México la violencia contra las mujeres se ha incrementado y el feminicidio ha cobrado dimensiones dramáticas; en este escenario la iglesia no ha dado su palabra de denuncia y exigencia de denuncia”.
¿Alguien escucho a Benedicto XVI pronunciar algunas palabras de ánimo para este grupo; alguien oyó una respuesta a sus peticiones, alguna frase de aliento para sus creencias? Yo no escuché nada relativo a la mujer en ninguna de las homilías pronunciadas por el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica durante su tan publicitada visita.
OÍ POR AHÍ
Este chiste me lo contó mi amigo el caricaturista Toño Garci. Es una plática entre un gallego de 50 años y un médico que le hace un chequeo en Madrid: ¿Qué tal come? Normal. ¿Qué es para usted normal? Comer tres veces al día, alimentos con poca grasa. Muy bien, ¿y de ejercicio físico? Normal. ¿Qué es para usted normal? Dos o tres veces por semana juego al fútbol y ando en bicicleta. Muy bien, ¿y de sexo? Normal. ¿Qué es para usted normal? Bueno, una o dos veces al mes. Eso no me parece muy normal. A su edad lo normal sería una o dos veces por semana. Sí, para usted que es médico en Madrid, pero para mí que soy cura en Galicia..

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