jueves, 22 de marzo de 2012

Meyer - Futuros: posibles e imposibles



En varias épocas de nuestra historia, la esperanza del grueso de los mexicanos se ha refugiado en el ámbito de lo metafísico –en la Virgen de Guadalupe, por ejemplo– y poco o nada se ha relacionado con lo de este mundo, con la acción práctica. México pareciera encontrarse hoy en uno de esos periodos, pues como colectividad los indicadores mundanos –economía, justicia, seguridad, política– son desalentadores.

Por lo anterior, una invitación para articular y exponer ante un público joven en Tijuana alguna idea alentadora y que perteneciera al aquí y ahora tenía tonos de misión imposible, especialmente si se parte de un juicio del presente que se condena como básicamente inaceptable. 

Los destinatarios del mensaje eran jóvenes entre los 20 y 25 años, que habían ya imaginado, diseñado y presentado proyectos de acciones prácticas –ecológicas, educativas, jurídicas, de vialidad, etcétera– para mejorar las condiciones de vida de sus comunidades, básicamente de carácter urbano. El mensaje pretendía alentarlos a seguir en el empeño.

¿Qué decir desde la experiencia acumulada y sin faltar a la verdad para no desalentar a ese primer paso en la ciudadanía activa de quienes apenas otean el horizonte en busca de formas de vida que vayan más allá de la búsqueda de la salvación individual en un entorno avaro en oportunidades?

El entorno

El escenario de los jóvenes en México no sólo es desalentador, sino incluso peligroso. 

Por ejemplo, un buen número de los caídos en el tipo de lucha en que se hallan empeñados el gobierno y los cárteles de la droga son gente joven. Basta abrir un diario para enterarse de que las 10 cabezas de los decapitados dejadas junto al rastro municipal de Teloloapan, el simbólico 18 de marzo, corresponden a hombres y mujeres de entre 20 y 25 años. 

Al día siguiente se informa que también eran jóvenes ocho asesinados en Nuevo León (Grupo REFORMA, 19-20 de marzo, El Universal, 20 de marzo). Todo este mundo de violencia no es ajeno a otro fenómeno: a la falta de oportunidades en la estructura productiva. 

De acuerdo con un estudio de 34 países de la OCDE, del 2009, con 24.8 por ciento de sus jóvenes entre los 15 y los 19 años de edad que no estudian ni trabajan, México ocupa el tercer lugar con mayor proporción de "ninis", apenas detrás de Turquía e Israel. Que en años anteriores la situación era peor es un pobre consuelo para quienes se ven en esa condición (véase "Jóvenes que no estudian ni trabajan: ¿Cuántos son?, ¿quiénes son?, ¿qué hacer?" de Rodolfo Tuirán y José Luis Ávila, Este País, marzo, 2012). 

¿Y qué decir de la calidad del trabajo –sueldos y seguridad– o de la educación que reciben quienes sí estudian o trabajan? La mitad de ellos no llega a ganar tres salarios mínimos (Contralínea, mayo 2011). Frente a una economía que desde 1982 crece alrededor del 2 por ciento anual, el narco mexicano ofrece ganancias donde la diferencia entre el precio inicial y el de venta final es de ¡6 mil veces! (Ioan Grillo, "El narco. Inside Mexico's criminal insurgency", Nueva York: 2011, p. 183).

Imaginación

Para encontrar lo positivo en un panorama así, debe ponerse el acento en la imaginación y en un futuro posible. Para eso José Ortega y Gasset ofrece una pista en "La rebelión de las masas" (1930). Ahí, el célebre pensador español dice, respecto de su país, que antes de existir como nación debió de soñarse, "Y basta [que] tenga el proyecto de sí misma para que la nación exista, [...] aunque fracase la ejecución, como ha pasado tantas veces". 

Pues bien, para que un proyecto de futuro colectivo en que puedan incubar los proyectos de todos los ciudadanos de buena fe se pueda intentar, primero hay que imaginarlo. Y aunque finalmente el proyecto se quede a medio camino, basta que logre despertar la imaginación de la parte más dinámica de la sociedad y le aliente para considerar que el esfuerzo cumplió su papel.

Y es que todos los grandes proyectos nacionales, lo mismo los generosos como el de los revolucionarios franceses que los infames como el Reich de los Mil Años del nacionalsocialismo alemán, se topan con la realidad y sólo algunos de sus fragmentos alcanzan a fraguar. Pero no hay que desanimarse, si se corre con suerte, en el intento el conjunto social puede lograr avances.

Lo heredado

Un proyecto nacional mexicano para el futuro, y dentro del cual pueden encontrar cobijo los proyectos de los jóvenes, ni debe ni puede partir de cero, pues a lo largo de nuestra historia se han desarrollado visiones que, si bien no llegaron a cuajar del todo y terminaron desvirtuadas, algo dejaron y ese algo debe recogerse y reformularse.

La idea de algunos evangelizadores del siglo 16, como Fray Bartolomé de las Casas o Vasco de Quiroga, era construir aquí esa utopía cristiana que veían como imposible en la corrupta Europa. Ese esfuerzo se diluyó muy pronto y una ventana de oportunidad similar –construir algo realmente nuevo y generoso– sólo se volvió a abrir siglos después, al concluir la etapa más violenta de la Revolución Mexicana. Mientras que, en ese inicio del siglo 20 y tras la Primera Guerra Mundial, el centro del sistema capitalista mundial había mostrado la enormidad de las cuarteaduras de sus fundamentos éticos, en México se inició la reforma agraria y el muralismo, surgió el indigenismo y se impulsaron las misiones culturales. Todo eso abrió nuevas posibilidades políticas y morales para el país [véase lo asentado por Frank Tannenbaum en "The Mexican agrarian revolution" (1929), "Peace by revolution" (1933) o "Mexico, the struggle for peace and bread" (1950)].

El último gran momento de este esfuerzo por transformar a México desde la base fue, para usar el título de la obra de Adolfo Gilly, "El cardenismo, una utopía mexicana" (1994). Con el cardenismo llegó a su clímax ese impulso generoso que buscó hacer de México una sociedad menos fiel al espejo colonial y más cercana a una comunidad de iguales en derechos y en oportunidades. Ese ímpetu se agotó para transformarse en un presente donde el 10 por ciento más afortunado tiene el 42 por ciento del ingreso y el 10 por ciento más desfavorecido debe sobrevivir con apenas poco más del 1 por ciento. Sin embargo, si hay voluntad política de la mayoría, el camino hacia la equidad bien pudiera volver a encontrarse.

Otro elemento que viene de atrás y no debería quedar fuera de un marco general que dé sentido a la multitud de proyectos individuales o de grupo de quienes hoy están entrando a vivir la ciudadanía es el de la independencia. Ese derecho a decidir de manera responsable pero autónoma cómo queremos relacionarnos con el resto de la comunidad internacional y, sobre todo, por razones de geografía e historia, cómo relacionarnos con la gran potencia vecina: Estados Unidos.

La independencia significa cosas distintas en cada época. Hoy México no puede aspirar a retornar a la economía semicerrada que fue característica de la etapa anterior a 1982, pero sí requiere repensar una estructura productiva que no dependa de su relación con Estados Unidos de la manera insana con que lo hace hoy como resultado de tener el 80 por ciento de las exportaciones centradas en ese país. Tampoco asumir como propia una guerra como la que se declaró a las drogas mientras que la sociedad norteamericana persiste en prohibirlas y demandarlas a la vez, pero casi sin pagar una cuota de sangre equivalente, pues el fuego real se centra en frentes externos al gran consumidor.

Posibles e imposibles

Un futuro esperanzador es posible y debe configurarse como objetivo de la acción política, pero las fuerzas que lo obstaculizan son enormes y es en su remoción que las generaciones más jóvenes deberían estar ya empeñadas. Que esto es posible lo demuestran las protestas que han tenido lugar en Chile en los últimos años. Ahí las movilizaciones de los estudiantes han puesto en tela de juicio las inequidades de una sociedad que si bien económicamente es exitosa, tiene un claro déficit de justicia. Sin embargo, en un México igual de injusto no hay nada similar a la determinación de los jóvenes chilenos. Cualquiera que haya observado las movilizaciones de los inconformes aquí en los últimos años no puede dejar de notar que el grueso de éstos no es joven.

Los intereses creados que favorecen el status quo en México están no sólo en los partidos de derecha, sino en las grandes concentraciones de dinero y privilegios no legítimos. Mover esas montañas de poder fáctico que taponan el acceso a un futuro mejor será misión imposible en tanto quienes más deben interesarse en el futuro, los jóvenes, se mantengan aferrados a la búsqueda de una salvación individual y ajena al esfuerzo político colectivo.

Leído en http://www.elnorte.com/editoriales/nacional/680/1359380/

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