jueves, 29 de marzo de 2012

Puig - El largo adiós de Felipe Calderón


Hace unos 14 años, un amigo mutuo me presentó en una comida a Felipe Calderón Hinojosa. Fue en el Costa Vasca en la colonia Nápoles de la Ciudad de México. Al final de la reunión me quedó claro que Calderón tenía una ruta trazada que, si salía bien, lo llevaría a la candidatura del PAN y después a la Presidencia de México. 
Ayer, después de haber cumplido aquella ruta con disciplina, comenzó a decir adiós.
El Presidente conoce los tiempos y las formas de la política mexicana. Él mismo bromeó hace unos días que andaba apurado porque la carroza se le convertiría en calabaza. Nuestra absurda ley electoral y nuestro siempre caldeado ambiente político hacen que a partir del viernes tenga que someterse a una especie de reclusión. Y sabe que el 2 de julio la atención estará en quien será, a partir de diciembre, su sucesor. Y tendrá el ex presidente Calderón apenas 50 años de edad.
Lame Duck, Pato cojo o herido, le llaman los americanos a estos políticos que aun en su posición ya no tienen poder, o no el que tenían. Así andará los próximos ocho meses el Presidente de la República. Parte de nuestra anomalía institucional es esta larguísima —creo yo dañina— transición.
Ayer en el evento del Auditorio, el tono del Presidente lindó con la frustración.
Reclamó a los gobernadores no haber hecho lo suyo: “Del total de delitos que se cometen en el país, más de 90 por ciento debe ser atendido por autoridades locales”. Respondió en una frase el reclamo más veces repetido, el de haber golpeado innecesariamente el avispero de la violencia. “Se equivocan” —dijo el Presidente. “La intervención del gobierno no es lo que generó la violencia. Es la violencia la que obligó, en cada uno de estos rincones del país, que interviniera el gobierno”.
Parecía ayer un Presidente herido. Que se siente incomprendido. Un puñado de veces empezó una frase con “Mienten quienes afirman” o “Nada más falso” o “Se equivocan”… Era una respuesta a sus críticos más que un reporte a sus partidarios.
Y un reclamo con dolor cuando habló de la libertad de expresión “no sólo para hablar, para insultar, para calumniar a un gobierno o a un Presidente”.
Ha comenzado las despedidas. Y no son felices. Sabe que llevará en sus espaldas el peso de la leyenda de los “muertos de Calderón”, que a partir del año que viene comenzarán las denuncias y las demandas. Que le cargarán desaparecidos, heridos y secuestrados. Corruptelas, ineficiencias y excesos de otros. Será un ex presidente presente, tal vez por acosado.
Eso no era lo que imaginaba Felipe Calderón aquel mediodía en la Costa Vasca cuando la Presidencia era un sueño lejano.
Ayer comenzó a decir adiós. Un adiós tan largo, que podría no terminar en años.

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