José Woldenberg. |
En el Día Internacional de la Mujer, que en sus inicios fue el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, vale la pena asomarse, aunque sea por encima, a lo que sucede con aquellas que realizan el trabajo doméstico asalariado.
Existen en México 2 millones 99 mil 824 trabajadores domésticos, de los cuales 1 millón 922 mil 586 son mujeres. Es decir, el 92 por ciento. No sé si entre las enfermeras se dé esa proporción, pero lo que no cabe duda es que el trabajo doméstico asalariado es una fuente laboral principalmente para mujeres. (INEGI. Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo [ENOE]. Cifras al segundo trimestre de 2011).
Según la ENOE de dos trimestres antes, el 5.4 por ciento de los hogares (1,594,149) contrataba servicios domésticos. Y casi 1 de cada 9 mujeres ocupadas era trabajadora del hogar remunerada, mientras que solo 1 de cada 100 hombres realizaba esa labor. (Mary R. Goldsmith. Encuesta Nacional sobre Discriminación en México -ENADIS 2010-. Resultados sobre trabajadoras domésticas. Conapred. OIT. ONU Mujeres).
No estamos ante un asunto marginal, menor; no obstante, hay una especie de bruma instalada por los "usos y costumbres" que impide ventilar no sólo las condiciones en las que transcurre esa labor, sino las relaciones discriminatorias que genera. Se trata de un trabajo disperso -de ahí los obstáculos para construir organización-, que transcurre en espacios privados y que es parte de un cierto paisaje "natural".
La ENADIS 2010 ofrece información pertinente. Las tareas fundamentales que las mujeres trabajadoras domésticas realizan son la limpieza de la casa (89.9 por ciento), lavar y planchar ropa (76.5), cocinar y preparar alimento (63.3). Al preguntarle a los encuestados cuál creía que era el problema fundamental de quienes realizaban trabajo doméstico, el 38.8 por ciento respondió que "mucho trabajo y poco sueldo", mientras el 19.3 dijo que eran "el abuso, el maltrato, la humillación y la discriminación".
Solo el 6.7 por ciento cuenta con contrato laboral y las prestaciones son casi inexistentes. Nada más el 6.8 por ciento recibe aguinaldo y el 6.7 está inscrita al Seguro Social, para no hablar de seguro de vida (1.0), o prima vacacional (1.1). Casi el 60 por ciento trabaja entre 5 y 6 días y un 6.5 lo hace los siete días de la semana. El 47.4 por ciento contestó que su horario de trabajo es de "todo el día", el 44.7 dijo que no tiene horario fijo y el 33.9 "no puede tomar alimentos del refrigerador o la alacena para consumo personal".
Se trata de condiciones laborales que "normalmente" están por debajo de las disposiciones legales en materia de jornada de trabajo, días de descanso, salario, riesgos, etcétera, para no hablar de la dificultad para ejercer derechos (organización, contratación) y ser sujeto de prestaciones.
Y a esa situación precaria, hay que sumar los resortes discriminatorios que suelen modular las relaciones entre empleadores y empleadas domésticas. En la multicitada ENADIS se hicieron algunas preguntas que tratan de medir esa situación. A los encuestados se les preguntó, por ejemplo, "¿qué tanto se justifica dar de comer los alimentos sobrantes a una persona que hace el servicio doméstico?"; y casi el 25 por ciento respondió que mucho, algo o poco. 6 mucho y 18.8 algo o poco. Dando un pequeño giro a la pregunta, es decir, ya no preguntando por lo que uno cree, sino por lo que uno piensa que realmente pasa ("¿Qué tanto cree usted que en México las personas dan de comer los alimentos sobrantes a las personas que hacen el servicio doméstico?"), el porcentaje se incrementa hasta el 81.5.
Así, a una situación laboral por debajo de los estándares legales debe agregarse una relación marcadamente asimétrica, discriminatoria, que por supuesto es la negación misma de una convivencia social basada en derechos, construyéndose más bien relaciones de servidumbre casi en el sentido feudal del término.
Y sin embargo, cuando se le preguntó a las trabajadoras domésticas por su situación, los resultados fueron de una cierta aceptación -incluso positiva- de su circunstancia. A la pregunta: "si sufriera algún accidente durante su trabajo, ¿quién cree que cubriría los gastos médicos?", el 56.6 por ciento contestó que su patrón y sólo el 19.5 que ellas mismas. A la pregunta: "¿está usted de acuerdo con la idea de que en México no se respetan los derechos de las personas que hacen el servicio doméstico?", solo el 15.5 por ciento dijo estar de acuerdo en parte o totalmente, mientras el 54.1 se declaró totalmente o en parte en contra. Y al inquirir "en su opinión, ¿considera usted que en su trabajo ha sido o no tratado con respeto?", casi el 80 por ciento respondió que sí y solo el 6.8 que no.
Hay, al parecer, una especie de conformidad de las trabajadoras domésticas con su situación. Quizá su entorno anterior, una cultura arraigada que se encuentra a años luz de la noción de derechos, y/o una mejoría relativa en su condición de vida, puedan explicarlo. Pero es posible que existan mejores respuestas.
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