La muerte del ex presidente Miguel de la Madrid volvió a darle aire a la candidatura de Manuel Bartlett al Senado por el Partido del Trabajo, y a las críticas a Andrés Manuel López Obrador por haber avalado a quien señalan como el responsable de haber “tirado el sistema” en las elecciones presidenciales de 1988. Quienes dicen eso de Barteltt, tienen toda la razón, pero quienes piensan que con ello se consumó un fraude electoral, viven en el mundo de lo irreal.
Bartlett era el secretario de Gobernación de De la Madrid en 1988, y hay testimonios que juran cómo, cuando llegaban los primeros resultados de la elección procedentes del Distrito Federal, que daban una clara ventaja a Cuauhtémoc Cárdenas sobre Carlos Salinas, ordenó, inclusive de manera violenta, que apagaran las computadoras. Ese momento, dice la historia popular, es donde se consumó el fraude.
Sin embargo, hay un pequeño, pero monumental detalle. En ese entonces, como hasta hoy en día, el cómputo oficial de los votos no se hace mediante una computadora, sino es manual, voto por voto, en cada casilla y ante los representantes de todos los partidos. La hoja de resultados firmada por todos se pega en la puerta de la casilla. Ese es el único dato que vale, no lo que aparezca en las computadoras.
Es decir, si los colaboradores de Bartlett callaron las computadoras a patadas, como algunos testigos narran ese momento, fue totalmente irrelevante para el resultado, pues lo que escupían esas máquinas no alteraría el cómputo final. Pero sí fue importante para la construcción de la leyenda del hombre que “cayó al sistema” para llevar a Salinas a Los Pinos. Bartlett, un secretario de mano muy dura, tiene muchos otros aspectos para ser criticado –como la operación contra el PAN en Chihuahua en 1985 y contra la disidencia del PRI en 1987 y 1988-, pero por haber sido arquitecto de fraude, no.
Este episodio de 1988 es uno de los grandes mitos que apasionan al imaginario colectivo mexicano. Otro es el que se refiere a “las dos horas” en las cuales el entonces procurador general, Diego Valadés, “le prestó” al entonces gobernador de Sonora, Manlio Fabio Beltrones, a Mario Aburto, la misma noche en que asesinó a Luis Donaldo Colosio.
Beltrones viajó a Tijuana tras el asesinato por una petición del presidente Salinas, quien quería tener en el lugar del atentado a un político con experiencia que, pese a su amistad con el candidato, le pudiera informar sin pasiones sobre el entorno y las primeras informaciones de las autoridades. El dato que Beltrones estuvo solo con Aburto –que salió de sus enemigos en Los Pinos-, sirvió para que se consolidara la versión de un complot y que el ahora senador fue a interrogar a Aburto para silenciarlo. La realidad fue diferente. Beltrones nunca estuvo solo con Aburto, y Valadés nunca perdió de vista al asesino.
La teoría del complot se fue alimentando rápidamente. Empezó con una declaración apresurada del procurador de que era un asesino solitario, y con un mal peritaje de la autoridad local que estableció erróneamente la ubicación del cuerpo, que dio origen al giro de 180 grados de Colosio al recibir los dos impactos. Siguió con una fotografía de Aburto con gotas de sangre en la cara y otra limpio, de donde nacieron “los dos Aburtos”.
La mente conspiracionista es compañera de viaje de las mayorías en las sociedades del mundo. En México, toma fuerza viral porque la inteligencia emocional supera con creces la inteligencia racional. Siempre es más divertido, pero es más inútil. Es más entretenido y juega contra el ocio, pero no llega a ningún lado. La percepción nunca es más real que en estos casos. Y luego se preguntan por qué los políticos siguen burlándose de los electores, sin entender que esa vulnerabilidad se debe a las creencias en la sociedad, que prefieren lo imposible sobre lo real. Estos dos mitos son, apenas, pequeños botones de muestra.
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