Está muy bien instalada la red de insultantes que sirve a Andrés Manuel López Obrador. Apenas les molesta algo, empiezan a aparecer tuiteros anónimos, inventados, camuflados, repetidos y vueltos a inventar, para crear la impresión de que hay una oleada de opinión en contra del sacrilegio en turno.
Hay espontáneos genuinos, pero son parte de la misma marea, creada por otros. Rápidamente, la oleada se vuelve nota en medios periodísticos afines a la causa de esta extraña república lopezobradorista que dice amar, pero está llena de odiadores.
Una vez publicados los insultos, la cargada adquiere objetividad para los espontáneos. Y se vuelve pura utilidad para los maliciosos, quienes repiten lo publicado como un registro independiente, como si no fueran ellos sus fuentes.
Muchos habitantes de este submundo de la opinión pública radical son incondicionales de López Obrador, tuiteros de consigna que no pueden decir su nombre, a los que todo se les va en seudónimos idiotas y autorretratos cursis. Fuenteovejunos anónimos.
No me dirijo a ellos en este texto, sino a su referencia y guía, López Obrador, candidato absoluto de la república del odio tuitero, donde tantos están dispuestos a insultar y calumniar en su nombre.
Razones personales de antiguo cariño y amistades recíprocas me han hecho mantener hacia López Obrador una actitud especialmente cuidadosa, precisamente para no cruzar los límites del respeto personal y la contención civilizada que sus seguidores cruzan cada día, atacando, infamando, calumniando, derogando a todos a los que se imaginan, con un ojo estrábico y el otro ciego, enemigos de su causa.
He aprendido de los abogados que cuando un perro muerde a alguien, no hay que demandar al perro, sino al dueño del perro. Y como creo que López Obrador es el mayoral político de esta jauría, me dirijo a él en este texto, evitando rodeos y hablando de lo que pienso sin tapujos, como él diría.
Le digo, con todo respeto, como él diría también:
Diga usted, ciudadano López Obrador, a sus enjundiosos partidarios que dejen de ladrar, porque acaban logrando solo que otros ladren como ellos, y terminen ladrándole a usted. Añado lo que sabemos usted y yo del mismo sitio: no solo no hay enemigo pequeño, ciudadano, tampoco hay amigo pequeño, por distante o adversario que parezca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, sean civilizados.