sábado, 26 de mayo de 2012

Jorge Javier Romero Vadillo - Visión de túnel.


No quiero ser aguafiestas y menos cuando muchos queridos amigos están entusiasmados y el alma les ha vuelto al cuerpo, pero me temo que las manifestaciones juveniles contra la candidatura de Peña Nieto al final no serán más que una anécdota de esta campaña por lo demás inane. En el mejor de los casos, de crecer el rechazo juvenil, puede que contribuyan a movilizar voto juvenil indeciso y con ello consigan que la mayoría del ganador no sea absoluta, lo que no sería poca cosa y contribuiría a bajarle los humos a los priístas ensoberbecidos que ya hacen cuentas alegres sobre la vuelta a los tiempos de supremacía en los que el Presidente hacía y deshacía. Claro que ni en el escenario más favorable a sus aspiraciones hegemónicas, el PRI podría alcanzar en las Cámaras una mayoría suficiente para poder prescindir de otros partidos en caso de impulsar reformas constitucionales, pero con los números que han predominado en las encuestas hasta ahora poco les faltaría para tener la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y en el Senado, con lo que el Presidente tendría un amplio margen de maniobra para actuar sin voltear a ver a las demás fuerzas políticas a la hora de aprobar leyes ordinarias y, sobre todo, el presupuesto de egresos, para cuya sanción bastaría con llegar a buenos acuerdos de reparto con los gobernadores de su propio partido.

Las protestas estudiantiles contra el candidato del PRI, que han llegado a ser calificadas por algún entusiasta como “la primavera mexicana”, como si lo que estuviéramos presenciando fuera equiparable a las revueltas que en los países árabes terminaron haciendo caer a regímenes autoritarios longevos, son sin duda una expresión notable de movilización juvenil que muestra cierto descontento entre sectores informados de universitarios con los pobres resultados de nuestra democracia. También es una prueba de los alcances de las redes sociales, novedad que irrumpe en esta campaña, para movilizar en torno a causas políticas, pero está muy lejos de convertirse en una expresión masiva de rechazo al retorno del antiguo régimen y, por lo demás, no está claro que se vaya a convertir en un vuelco electoral a favor de alguno de los otros candidatos, aunque sin duda el principal beneficiario de las movilizaciones sea el candidato de la izquierda.

Lo que suele ocurrir en las campañas es que a quienes se involucran les de visión de túnel y pierdan la perspectiva del entorno. Las campañas mueven emociones y cntusiasmos. De pronto parece que la simpatía que muestran los convencidos es extrapolable a toda la sociedad. Cada acto, cada reunión, convence de que nadie en su sano juicio podría votar por el adversario, y en la medida en la que los activistas se rodean de quienes comparten su proyecto dejan de percibir como real la fuerza de los otros candidatos. Me temo que los jóvenes movilizados han entrado en el túnel y no ven que que si bien ellos están indignados y creen en lo justo de su protesta, las mayorías electorales se construyen de otra manera y no se limitan a los universitarios de la Ciudad de México y otras zonas urbanas del país.

Por lo demás, resulta descepcionante que la movilización tenga como punto de partida la negación y no el entusiasmo por un proyecto renovador. Si bien López Obrador es el más probable beneficiario de la movilización electoral contra Peña Nieto, no ha sido su proyecto el que ha logrado sacudir la indignación de los jóvenes ; ha sido el antipriísmo el que ha sacado del letargo a los jóvenes indignados, no la identificación con un candidato y su programa.

Sin embargo, las movilizaciones juveniles, las protestas contra la manipulación informativa y las pretensiones de ningún era sus reclamos se han convertido en los hechos más emotivos de una campaña sin otros brotes de entusiasmo. Los protagonistas que le han dado color a esta contienda no han sido ni los partidos ni sus abanderados, limitados, grises y reiterativos, sino los jóvenes que han salido a las calles a mostrar que todavía hay quienes pueden tener esperanza en el cambio.

Lo que está ocurriendo en estos días puede convertirse en una gran resaca cuando se conozcan los resultados electorales y se vea que lo que parecía un maremoto no fue más que una pequeña ola. Muchos jóvenes en el 72 estuvieron convencidos de que su entusiasmo era compartido por todo un país y no daban crédito a los resultados que anunciaban una contundente derrota de McGovern frente a Nixon, tan odiado. Lo primero que deberían considerar quienes hoy cantan victoria por el relativo éxito de su convocatoria es que el país no se reduce a los universitarios, por notable que sea la coincidencia entre los de la Ibero, los del TEC y los de la UNAM. Sólo si los resultados electorales no los desmovilizan y de esta indignación queda energía para darle cuerpo a una respuesta política organizada, capaz de exigir cuentas al próximo Presidente y de engendrar nuevas expresiones políticas organizadas, las movilizaciones juveniles de estos días tendrán trascendencia más allá de la anécdota festiva que a alguno ha conmovido hasta las lágrimas.

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