Quien venga atrás, que arree
No ha mucho, Felipe Calderón declaró que un legado de su sexenio será el
haber iniciado una pospuesta batalla contra el crimen organizado
(Reforma, 18 de mayo). Si legado es "cosa o conjunto de cosas que se
dejan o transmiten a los sucesores", ni duda que el "conjunto de cosas"
que el combate militar y policiaco a los cárteles de la droga, que puso
en marcha pero no resolvió el sexenio que concluye, será un legado no
sólo para quien asuma la Presidencia en diciembre sino para toda la
sociedad mexicana. Se trata de una herencia envenenada.
Hace seis años Calderón, al momento mismo de tomar el poder, decidió
correr y hacer correr a otros un gran riesgo: militarizar, como nunca
antes, la lucha contra el narcotráfico pero sin tener un plan previo.
Abrió así una auténtica Caja de Pandora. La apuesta fue encabezar un
combate frontal contra los cárteles de la droga, confiando en que el
Ejército impondría su superioridad numérica y técnica, derrotaría de
manera contundente al adversario y la Presidencia cosecharía el triunfo.
Sin embargo, no fue el caso. Ahora, 60 mil muertos más tarde, quien
suceda a Calderón deberá tratar de controlar las consecuencias no
previstas de esa política -la escalada en la brutalidad de la violencia
criminal; la ilimitada capacidad de corrupción y la sorprendente
resistencia de los cárteles frente al embate del gobierno- y sin contar
con una estrategia para la entrada y salida de tamaño embrollo.
Poco antes de ser detenido por sospe- charse que tuvo ligas con una de
las organizaciones del narcotráfico -la de los Beltrán Leyva-, el
general de división (R) Tomás Ángeles Dauahare había concluido, en una
reunión de expertos sobre seguridad nacional convocada por el PRI en San
Luis Potosí el 9 de mayo, que frente al gran desafío de los cárteles de
la droga, en México: "no tenemos estrategia de seguridad nacional".
Desde su perspectiva y conocimiento directo de la situación, el militar
dijo que el gobierno se ha pasado el sexenio apenas "dando brochazos" al
problema, sin resolverlo y provocando el desgaste mutuo de las
organizaciones criminales y de las fuerzas armadas del Estado (Proceso,
20 de mayo).
No deja de ser aleccionador que el Estado mexicano no sea el único que
se encuentra en esta situación. Hoy sabemos que cuando en 2008 el
presidente norteamericano Barack Obama examinó con sus expertos el caso
de la guerra contra el Talibán en Afganistán, también debió coincidir
con la conclusión presentada entonces por el general Douglas Edward
Lute: Estados Unidos se había metido a ese complicado problema en
octubre de 2001 sin tener una estrategia, y el resultado es que hoy ya
se ha decidido que a partir del 2013 dejará de combatir al Talibán
porque esa guerra es costosa e inganable y que lo mejor es reembarcar a
la fuerza expedicionaria (The New York Times, 19 de mayo).
Desafortunadamente en México no podemos hacer algo similar: no podemos
abandonarnos a nosotros mismos.
Los datos
Las cifras que acaba de presentar la encuestadora Latinobarómetro sobre
las percepciones de los ciudadanos de 18 países de nuestra región,
México incluido, en torno a su seguridad, pueden servir para juzgar el
legado de Felipe Calderón en la materia y, a partir de los datos,
empezar a repensar cómo rediseñar el futuro de tal manera que en el
nuevo sexenio el esfuerzo tenga ya un objetivo claro, realista y
aceptable para la opinión pública.
De acuerdo con el estudio "La Seguridad Ciudadana. El problema principal
de América Latina", firmado por Marta Lagos y Lucía Dammert y
presentado en Lima el 9 de mayo -coincidió con la reunión del PRI sobre
seguridad en San Luis Potosí-, América Latina es la región más violenta
del mundo -alberga al 9% de la población mundial pero registra el 27% de
los homicidios- y también la más desigual -el 20% más rico de su
población dispone del 57.8% del ingreso y el 20% más pobre de apenas el
2.9%. Es en esa correlación de variables donde está una de las raíces
del mal, aunque las autoras no ahondan en el tema y se centran sólo en
la naturaleza de las percepciones.
México no es el país más violento de la región más violenta del mundo,
pero hace mucho que dejó de ser ese país relativamente pacífico que fue
cuando su economía crecía de manera sistemática al 6% anual y su régimen
autoritario mantenía bajo control al crimen organizado. Hoy, y según
los datos de Naciones Unidas, por cada 100 mil habitantes, Honduras
tiene 82.1 homicidios anuales, Venezuela 49, Guatemala 41, Brasil 22 y
México, como Ecuador, 18.1. Si bien no estamos tan mal como nuestros
vecinos inmediatos del sur, estamos muy lejos de otros países similares.
Para el mismo número de habitantes Chile, por ejemplo, registra apenas
3.7 homicidios anuales, Vietnam 1.6 y China 1.1.
Pero una cosa son las estadísticas del dato duro y otra las
percepciones. Y en política las percepciones son fundamentales. Si bien
México no tiene la tasa de homicidios más alta de la región, sí tiene la
más alta de "victimización" -proporción de personas que dicen que han
sido víctimas de la delincuencia. En 2011, el 42% de los encuestados
mexicanos respondieron afirmativamente a la pregunta "¿Ha sido Ud. o
algún pariente asaltado, agredido o víctima de un delito en los últimos
doce meses?", y más de la mitad dijo que ese delito había sido con
violencia (p. 29). Es verdad que en 2000 la proporción de personas que
en nuestro país se dijo víctima de un delito había sido mucho mayor
-79%-, pero si bien la tasa de "victimización" ha disminuido a partir
del inicio del siglo, resulta que justamente en los dos últimos años ha
vuelto a subir y de manera pronunciada, pues pasó de 30% en 2009 a 42%
en 2011. Vamos pues de regreso. Al concluir el sexenio calderonista el
39% de la población mexicana considera que el problema más importante al
que se enfrenta el país no es el económico sino el de las fallas en la
seguridad pública.
Cuando Calderón asumió la Presidencia, de inmediato montó una campaña
para convencer a la ciudadanía que nuestro problema principal era
justamente el de la seguridad y que él lo resolvería gracias a su
decisión de emplear a fondo la fuerza del Estado. Pues bien, las autoras
del estudio en cuestión consideran que aquí hay una paradoja pues "en
una sociedad democrática, el miedo al crimen instalado como problema
público no favorece al poder público, sino que lo damnifica", sobre todo
si desde el inicio prometió empeñarse en su solución y al final la
percepción es que fracasó. Y es que a mayor temor, mayores las demandas
por seguridad, y como consecuencia los gobiernos responderán con mayores
medidas de control, reflejadas en su promesa de más policías y más
cárceles. Pero esto no sólo no resuelve el problema sino que implica
mayores gastos y, cuando el resultado no es el anunciado, como es el
caso mexicano, entonces la legitimidad y la confianza en las
instituciones públicas se erosiona y, finalmente, ese déficit de
legitimidad repercute negativamente en la gobernabilidad (pp. 27 y 35).
Parte de esta paradoja, y que no nada más es mexicana, es que mientras
el 68% de los mexicanos dijeron sentirse más o menos seguro en su
entorno inmediato, el 61% contestó afirmativamente a la pregunta de si
consideraba que el vivir en México era cada día más inseguro. En fin,
que si bien la gran violencia mexicana se concentra en un puñado de
estados, es el país entero el que se percibe viviendo en la inseguridad
(p. 43).
Calderón afirma que su legado es la lucha contra la inseguridad, pero
apenas el 6% de los mexicanos consideran que específicamente es esa
política del gobierno contra el narcotráfico la que más les ha
beneficiado. Y sólo el 35% cree que el gobierno pueda finalmente
resolver el problema del tráfico de drogas (únicamente Guatemala tiene
un índice de confianza más bajo que el de México). En fin, las
percepciones muestran que el supuesto gran legado de este sexenio no
pareciera ser apreciado por el público.
Solalinde
Para cerrar el tema del calderonismo y la seguridad, está el caso del
sacerdote Alejandro Solalinde, defensor indispensable e indiscutible de
los derechos humanos de los migrantes centroamericanos en México, quien
ha tenido que salir temporalmente del país por las reiteradas amenazas a
su seguridad. Y el sacerdote denunció al ex gobernador priista de
Oaxaca Ulises Ruiz, como una de las fuentes de esas amenazas (Reforma,
16 de mayo). En conclusión, es difícil aceptar la autoevaluación de
Felipe Calderón en materia de seguridad, pero quien gane la elección de
2012 tendrá al tigre sujeto de la cola y fuera de la jaula.
Leído en http://www.reforma.com/editoriales/nacional/658/1315453/
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