lunes, 28 de mayo de 2012

Zamarripa - El tren

Un hondo malestar cultural confluye con una fractura política y, con el empuje de los jóvenes, han colocado en la encrucijada no solo al proceso electoral sino a las abusivas formas de ejercer el poder en el país.

Prendidos por una chispa (la visita de Enrique Peña a la Universidad Iberoamericana) en realidad los fogones estaban listos, animados y prendidos desde hace bastante tiempo.

El malestar cultural y la fractura política tienen rato y guardan un denominador común: su fuente es el desprecio por audiencias y ciudadanos y el abuso de poder por quienes lo detentan en los diferentes frentes de la vida pública.

Las manifestaciones juveniles de los últimos 15 días enarbolan un cuestionamiento a los monopolios mediáticos, sus contenidos y esencialmente lo que denominan manipulación informativa.

Es una rebelión de las audiencias frente a medios que suponían tenerlos cautivos. Una rebelión cultural.

La fractura política tiene que ver con el golpe en el centro de la naturaleza de la política facciosa que desprecia al ciudadano y que envilece al político. Es un movimiento que cuestiona los enriquecimientos de los políticos, la corrupción y la carencia de rendición de cuentas. Y la fabricación de figuras anodinas por medio de los pactos oscuros con las televisoras.

El movimiento de los jóvenes decidió ubicarse en el centro del proceso político: las elecciones. Y ha retado a los dos principales factores históricos de despolitización y abstencionismo: las televisoras y los partidos.

La campaña electoral más afectada sin duda es la de Enrique Peña Nieto, cuyo equipo suponía que su candidato era puntero por gracia divina y así, por tanto, sería por los siglos de los siglos. Los muchachos advirtieron, en todas las repulsas recibidas tras sus cuestionamientos a Peña, que enfrentaban algo más que una estrategia electoral de apabullamiento. Entendieron eso como el intento de una imposición y de ahí su rebeldía.

En el equipo de Peña hay desconcierto. Lleva una quincena fuera de su guión, a la defensiva, con extremas medidas de seguridad cotidianamente burladas, con una imagen resquebrajada donde suponía tenerla blindada.

Presumía una presencia invicta en redes sociales. Hacía de una gracejada un trending topic y vapuleaba con miles de mensajes generados por robots a sueldo las críticas recibidas. Hoy el deporte preferido en redes sociales es burlarse de Peña Nieto, sin encontrar gran resistencia.

Era una campaña que presumía un mensaje y un compromiso. Los compromisos han sido objeto de cuestionamiento y hace una quincena que Peña no posiciona algo diferente. Su decálogo democrático resultó un acróstico de la escuela primaria repetido mecánicamente en plazas y auditorios, pero hueco. Las evaluaciones de los estrategas de Peña tienen algo más que alarmas: en apenas una semana cayó cuatro puntos de preferencia.

A decir verdad, la responsabilidad de la expansión del antipeñismo proviene de las campañas negras, particularmente las que lanzó el PAN. El bombardeo de "Peña no cumple" tuvo su efecto, similar quizás al "Peligro para México", slogan de campaña sucia que caló en 2006. Lo paradójico es que la candidata presidencial del PAN no ha capitalizado esa beligerancia de spot. Nadie sabe para quién trabaja.

El malestar cultural es hondo y la fractura política no se resuelve con una férula o una prótesis.

Los muchachos han apostado al voto y deberán entender -siempre y cuando la contienda sea limpia y equitativa- que hay ganadores y perdedores. Pero la sociedad y sus instituciones deben perfilar la apertura de espacios y ambientes para que la inquietud juvenil crezca y florezca, después de la elección.

El sistema político no puede seguir funcionando atado a los intereses mediáticos. Y los instrumentos de expresión de los jóvenes y los ciudadanos deben expandirse no solo con la competencia en cadenas televisivas sino también en un mejor servicio de internet.

Para ello hay que quebrar los monopolios y evitar las asociaciones ilegales que pretenden hacer uso indebido del espectro en detrimento de los derechos de usuarios.

El nuevo gobierno, el que sea, y la nueva Legislatura deben tomar en serio el estímulo de servicios públicos gratuitos de internet en escuelas y plazas públicas de todo el país y zonas rurales y alejadas.

Con ello, incorporar medidas que inserten con mayor amabilidad y productividad a los jóvenes en la vida política y cultural. Debe definirse ya la reducción de la edad para votar a los 16 años de edad. Las plazas llenas, los argumentos en redes sociales, la activa participación pública de los muchachos es el mejor argumento para entender que ya es hora de que tengan una intervención directa en los procesos democráticos.

La próxima elección es apenas una estación de parada en el tren juvenil. México necesita de esa energía para un cambio en sus modos de hacer política y de hacer gobierno. No solo de sus votos. Han subvertido una elección que parecía anodina. Faltan otras estaciones y, también, los intentos de descarrilarlos.



Leído en http://www.reforma.com/editoriales/nacional/659/1316386/default.shtm

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