Ciro Gómez Leyva |
Ellos lo despreciaban, él prosperaba. Se agarraban a la frase de Carlos Fuentes de que era muy pequeño para los grandes problemas del país, mientras él afinaba estrategia y táctica. Parece que de los tres, Enrique Peña Nieto fue el único en comprender que estaba en una elección, no en un talk show de disfraces, insultos y puntadas.
El 29 de marzo, la víspera del inicio de la campaña, registraba un arrollador 47 por ciento de las intenciones de voto en la encuesta de seguimiento diario MILENIO-GEA/ISA. Hoy, a 72 horas de la meta, marca prácticamente lo mismo.
Los adversarios se asumieron superiores al afirmar que no sería capaz de articular tres frases al hilo. Lo catalogaron como producto chatarra que se podriría al tercer día a la intemperie. Y nunca dejaron de creer que era un imbécil.
Pero no lo pudieron masacrar en los debates. Ni lo vieron sucumbir o asustarse ante las humillaciones multitudinarias tras el surgimiento del #YoSoy132, ni siquiera cuando fueron a intimidarlo a las plazas. Estuvo en lo suyo, fiel al concepto de que una elección la gana el mejor candidato, no el que grita más.
Tuvo al mejor equipo de producción (“Este Peña Nieto los puede hacer pedazos”, La historia en breve, marzo 21) y al mejor estratega (Luis Videgaray). Expulsó sin tentarse el corazón a quienes le pudieran restar puntos (de Salinas y Moreira para abajo). Corrigió las veces que fue necesario, sin dejar de ser el mismo personaje.
“Se ganó la simpatía y la confianza de la mayoría de los mexicanos”, resumió ayer su antagonista y compañero Manlio Fabio Beltrones. De eso se trataban estos 90 días, de convencer a millones.
Y a eso se dedicó, mientras sus rivales lo tildaban de pendejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, sean civilizados.