José Woldenberg |
Estamos aprendiendo -todos- el abc de las elecciones. Quizá sea porque hemos vivido solo cinco votaciones presidenciales competidas y solo tres, contando ésta, que además fueron equitativas -en lo que a las condiciones de la contienda se refiere-, pero ya podemos enunciar algunos descubrimientos tan relevantes como el de los cinco dedos en la mano izquierda.
1. Las campañas son campañas. Una vez que existe un sistema de partidos equilibrado y que las condiciones de la pugna son más o menos parejas, la disputa por los votos deja de ser un ritual anodino y se convierte en un auténtico forcejeo por la voluntad de los ciudadanos. De tal suerte que durante las campañas el tejido de relaciones sociales, con sus intereses, pasiones, sensibilidades e ilusiones, se mueve en ocasiones como un mar calmo y en otras como una auténtica marejada. Las elecciones son como un inmenso paraguas bajo el cual se cobijan no solo propuestas y programas distintos sino adhesiones y odios que encuentran un cauce para su expresión y contienda. Y las campañas sirven para tender puentes (o para dinamitarlos) entre candidatos (y partidos) y votantes. Y entre estos últimos lo mismo hay los hiperconvencidos de dar su apoyo a determinada opción, que indecisos, dubitativos, melancólicos, e incluso aquellos que dan la espalda por completo al juego electoral.
2. Nadie sabe para quién trabaja. Dado que nuestro sistema de partidos no es de dos, sino de tres (o bueno, de siete), no resulta fácil adivinar el impacto de las campañas "negativas" en el trasiego de votos. El PAN realizó una dura cruzada en contra de quien era (o es) percibido como puntero: Enrique Peña Nieto y el PRI. Enfiló sus baterías contra él, y vimos multiplicarse spots que lo criticaban a diestra y siniestra. Al parecer, la estrategia surtió efectos, porque no solo la intención de votos hacia el tricolor se redujo, sino que los llamados negativos de su candidato aumentaron; pero al parecer también, el beneficiado fue el tercero en discordia: la alianza de izquierda y Andrés Manuel López Obrador. Lo dicho: nadie sabe...
(Por cierto, vale la pena subrayar, como las autoridades electorales no se cansaron de decir, que las llamadas campañas de contraste, negativas, críticas, o como usted las quiera bautizar, no están ni estaban prohibidas por la legislación. Lo único que la norma impide son la calumnia contra las personas y la denigración de instituciones y partidos. Esto viene a cuento, porque luego de la reforma de 2007 muy diversos comentaristas repitieron una y otra vez que la ley prohibía la crítica al adversario y por ello inhibía la libertad de expresión y el derecho de los ciudadanos a obtener información relevante sobre los contendientes. Pues bien, es claro que no es así. Aunque, en efecto, como todas las libertades, la de expresión también tiene límites marcados por la ley).
3. Ni muy, muy, ni tan, tan. Los medios masivos de comunicación resultan imprescindibles como mediadores entre las ofertas políticas y el océano de ciudadanos. Es a través de ellos que los eventuales votantes reciben información, explicaciones, arengas, publicidad, imágenes, prejuicios (y súmele usted). Juegan un papel relevante sin el cual no se puede explicar la jerarquización de las agendas, las percepciones públicas, las intenciones de voto. Son poderosos y por ello diferentes legislaturas confeccionaron normas para tratar de que su comportamiento fuera profesional y equilibrado. Pero poderosos no quiere decir todopoderosos.
Coexisten en medio de una trama de redes sociales -no me refiero solo a los adictos al Twitter o al Facebook- que modulan y modelan buena parte de los mensajes de los medios y que compiten con ellos. En las familias, las escuelas, los barrios, los centros de trabajo o recreación, los ciudadanos reciben igualmente información, arengas, y ya no me repito. De tal suerte que los medios no son irrelevantes (lejos están de ello), pero tampoco titiriteros todopoderosos.
4. El todo y las partes. Somos una República con 32 entidades. Pero no todas pesan lo mismo en términos electorales. Por ello, las dinámicas regionales nos ayudan a entender los resultados nacionales. El Estado de México tiene el listado nominal más numeroso. Suma 10 millones, 396 mil 537 ciudadanos, es decir, el 13.08 por ciento del total (79.45 millones). El Distrito Federal tiene el 9.08 por ciento de los electores de tal suerte que entre ambas entidades suman el 22.16. Más de uno de cada cinco electores se encuentra en ellas. Pero si agregamos además a Veracruz, Jalisco y Puebla llegamos al 40.42 por ciento de los votantes potenciales. Y si añadimos a Guanajuato, Nuevo León, Michoacán y Chiapas arribamos al 57.22.
En contraste, Baja California Sur y Colima representan en conjunto el 1.13 por ciento de los votos. Y si le sumamos a Campeche, Nayarit, Aguascalientes, Tlaxcala y Quintana Roo, llegamos al 5.98 por ciento de los inscritos para votar. Siete estados juntos tienen menos electores que Jalisco o Veracruz.
Leído en: http://noticias.terra.com.mx/mexico/jose-woldenberg-de-todo-un-poco,e15b795e896c7310VgnVCM4000009bcceb0aRCRD.html
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