Lydia Cacho |
Debo plantarme primero con mis principios y creencias. Soy mujer, soy ciudadana, soy feminista; mi profesión es el periodismo y soy honesta con la sociedad que me honra al leer mis textos e investigaciones. ¿Pierdo mi libertad de expresión como individua, como ciudadana, por ser periodista? No lo creo, y me dará la razón Darío Ramírez el abogado y director de Artículo 19, la organización que defiende la libertad de expresión. Lo que sí toca, siempre y a toda hora cuando se es periodista, es aclarar si se está hablando de una investigación o dando una opinión personal. Lo peligroso es jugar a ser periodista (como los de las élites más poderosos o los que se comprometen con el Sistema) y mezclar las noticias con las agendas personales o empresariales. Dicho lo anterior aclaro: este espacio en Sin Embargo MX es un espacio libre, y hoy elijo escribir como ciudadana, esta es mi opinión.
Lo que voy a confesar a continuación es la correlación entre la periodista, la ciudadana y la activista. Si a ustedes les gustan las confesiones simplonas abandonen este texto de inmediato. Si aguantan les cuento por qué no voy a votar por el PRI.
Nací en 1963, era una niña cuando escuchaba a los amigos de mis tíos hablar sobre Tlaltelolco, la masacre estudiantil y las desapariciones forzadas. Crecí con periódicos vendidos al Sistema, con un Jacobo Zabludowsky que servía a Televisa bajo órdenes presidenciales y sin medios alternativos. Si me hubiera creído lo que el Estado y los medios me decían que éramos las mujeres, me hubiera dedicado a puta, monja o madre-esposa sumisa, sin siquiera pensar en profesión, ni en libertades plenas, salarios dignos, seguridad social, y menos en anticonceptivos y libertad erótica: por suerte en casa a prendí que tengo Derechos.
Siempre supe que me gustaban más las historias reales que me contaba la gente en las ciudades perdidas, en los orfanatos, en las calles donde mi madre trabajaba con mujeres, niños y niñas; mucho más que las historias que me contaban los medios, siempre historias a medias.
Un maestro de literatura me dijo que no sería buena poeta porque estaba demasiado obsesionada con la realidad de lo cotidiano. Luego decidí ser periodista en Quintana Roo, un estado-feudo priísta en donde los medios se someten y venden al poder (como en muchos estados) y le pegan para que pague (se llama extorsión) y no para que resuelva las necesidades de la sociedad. Seguía haciendo periodismo y comencé a hacer activismo feminista por las personas con VIH-SIDA y por las mujeres y niñas. Abrí un refugio de alta seguridad para víctimas, y pasados los años, cubrí un caso de pornografía infantil, lavado de dinero y trata sexual de niñas y jóvenes. En la red de complicidades estaban involucrados gobernadores, alcaldes, empresarios, senadores y diputados. Casi todos priístas (un neo-panista y un perredista). Primero protegimos a las víctimas y a sus familias, y una vez protegidas publiqué toda la historia en el libro Los demonios del edén. En 2005, uno de los cómplices llamado Kamel Nacif, le pidió de favorcito a Mario Marín, gobernador de Puebla, que me mandara arrestar ilegalmente, torturar y encarcelar para que negara que mi trabajo periodístico era cierto y por ende negara los derechos de las víctimas a ser defendidas y protegidas. Lo hicieron, se regocijaron, pero alguien los grabó (a todos) en conversaciones increíbles. Los medios me salvaron la vida (Carmen Aristegui y Blanche Petrich de La Jornada, principalmente) le siguieron muchos que me cobijaron ante las inminentes amenazas de muerte. Evidenciamos todo: los crímenes contra niños y niñas, contra trabajadoras de la maquila y contra mi. Fuimos a la Suprema Corte y Carlos Salinas metió la mano, (me consta porque él mismo me buscó “para ayudarme” y lo mandé a volar).
Felipe Calderón prometió hacer justicia a las niñas y protegió a Mario Marín para buscar “estabilidad” en Puebla. Apareció Beatriz Paredes para proteger a Marín y a la red de pederastas. Los gobernadores del PRI se unieron, lo defendieron contra el desafuero; la PGR, infiltrada por el PRI, produjo un vía crucis para las valientes niñas que denunciaron a sus violadores. Peña Nieto era gobernador y protegió a Marín, lo abrazó (no había elecciones entonces) lo mismo que sus cómplices Emilio Gamboa y Miguel Ángel Yunes entre otros.
Las niñas y niños sufrieron lo inimaginable para que no se cayera el juicio contra el líder pedófilo, Jean Succar Kuri, pero en 2011, contra viento y marea sentenciaron a Succar a 112 años de prisión. Faltan los demás, pero están afianzados en el poder; son intocables y Kamel Nacif está blindado porque invirtió en las campañas de todos. Calderón ayudó a que fueran intocables, el PRI, desde el Congreso, se aseguró que lo sigan siendo hasta ahora.
No hay en mí un ápice de sentido de venganza, sólo perdura en mi el sentido de justicia. La evidencia es inapelable, lo único que la debilita son los abusos del poder y la perpetuación de las redes de complicidad corrupta que todo lo avalan, todo lo perdonan. Durante estos años surgieron casos en Veracruz con Fidel Herrera y en Oaxaca con Ulises Ruíz quienes protegieron a los pederastas y violadores. En varios estados del país, de paso, arrebataron a las mujeres y niñas violadas su derecho de abortar embarazos de sus abusadores.
Por lo tanto no votaré por Peña Nieto, ni por el PRI, porque hay sido copartícipes históricos de la violación de los Derechos Humanos, porque argumentan que las mujeres somos un “grupo vulnerable”, y no nos reconocen por lo que somos: una mitad de la sociedad que merece los mismos derechos que la otra mitad. Porque sus co-partidistas se dedican a comprar periodistas corruptos y han mandado violar, secuestrar y asesinar a periodistas que no tuvieron la misma suerte que yo de sobrevivir. No votaré por Peña Nieto justamente porque estoy viva a pesar del PRI. Lo escribo porque tengo derechos civiles y políticos que nadie puede arrebatarme, ni aunque sea periodista.
@lydiacachosi
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