Rafael Loret de Mola |
Es curioso: muchos mexicanos, reacios a ventilar asuntos personales aun cuando tengan repercusiones en la vida pública –legitimando el derecho a la información y a la investigación-, no tienen rubor alguno en mostrar sus perfiles en twitter o facebook con implicaciones de toda índole, insólitas diría, en plena debacle del pudor colectivo. En la misma línea, los muchachos que exigieron la transmisión, en cadena nacional, de los debates entre presidenciables pusieron mil trabas para que las televisoras alternativas en incluso Televisa recogieran, en directo, imágenes del encuentro entre tres de los cuatro aspirantes presidenciales con un formato informal diseñado para exaltar las voces juveniles y contraer la de los aspirantes; esto es, perdiendo los verdaderos contrapesos con cierto aire de indolencia. Ni siquiera Andrés Manuel López Obrador, favorito de la muchachada, pudo evitar sentirse incómodo.
Desde luego, los tales debates –los oficiales y los oportunistas que aprovecharon la expectación pública y el exceso de relevancia por la participación juvenil-, no sirvieron para modificar criterios o, de plano, cambiar las tendencias que parecen, a estas alturas, definitivas... aunque, claro, la volatilidad comicial es una de las conductas de los mexicanos más frecuentes y menos estudiadas, acaso por miedo a la reacción de los grupos vencedores y al acomodamiento dentro del establishment, como en 2000 cuando ni una hoja del árbol del sistema se movió al producirse la primera alternancia; cabe esperar un comportamiento similar, por parte del gobierno en ejercicio, si se presenta la segunda con la consiguiente caída de la candidata oficial.
El señor Felipe Calderón, de manera reiterada y sin meditarlo mucho, ha pasado del apoyo fidelísimo a la abanderada de su partido, el PAN, a la insinuación sobre las pocas posibilidades de ésta de vencer el domingo próximo, dando la impresión de que espera, ahora mismo, una transición política y democrática basada en el relevo del PAN de una Presidencia que jamás aprendió a ejercer. Quizá éste sea uno de los factores principales en el deterioro gubernamental en estas horas claves; porque, sin duda, se tiene la impresión de que contamos, desde hace una década, con un gobierno en ausencia en el que el titular del Ejecutivo sólo se coloca la banda presidencial cuando está cerca su finiquito y con el objetivo de hacer hasta lo imposible por asegurar la continuidad partidista. Y de allí a las campañas negras hay sólo un paso.
Tal ha sido el indicativo principal sobre el curso, lleno de vaivenes, de la campaña de los noventa días. Porque, desde luego, han sido varios los cambios de rutas y de percepciones de cara a un proceso impregnado de descalificaciones y lugares comunes que nos obligaron a retornar a los viejos estereotipos usados en 2006 en donde ss situaba a cada partido dentro de las fauces de la bestia de la corrupción... sin que se diera –esto es muy importante- ni una sola denuncia contra los señalados. Quizá por ello, cubiertas con la pátina del tiempo y la amnesia colectiva, han podido obtener candidaturas personajes siniestros en la historia reciente de México –concretamente por sus gestiones en el periodo presidencial de Miguel de la Madrid-, sin jamás haber sido indagados sobre las abundantes sospechas que privan en su contra y que este columnista se propone retomar en cuanto pase la jornada electoral, obtengan o no el sambenito de la impunidad legislativa. Sólo mencionar sus nombres, crispa la inteligencia de los mexicanos que no han sido devorados por la ignorancia y el olvido. Vean alrededor y juzguen.
No son pocos los candidatos que sobran. De allí que se vea con buenos ojos la iniciativa del candidato del PRI de enviar, de resultar vencedor el próximo domingo, una iniciativa de ley para reducir el número de curules y escaños en sendas cámaras del Congreso de la Unión para frenar la torpe burocracia legislativa y la consiguiente exaltación de los chantajes facciosos que han impedido el paso de algunas de las reformas necesarias para el buen curso de la democracia. Por ejemplo, de haber caminado la referente a la política, en estos momentos estaríamos sopesando quienes jugarían la segunda vuelta electoral, ante la imposibilidad de que algún postulante obtenga la mayoría absoluta en la primera, legitimando de esta manera la voluntad de la mayor parte de los electores. Siquiera eso, aunque también pesan como una losa los abstencionistas y quienes optan por anular sus votos sin convencerse de las bondades de ninguno de los acartelados –también acuartelados-, en las boletas electorales.
No es ésta una buena hora para México. Lo sabemos de sobra. Más aún: jamás había sido tanto la vulnerabilidad política de un régimen en fase de finiquito y deseoso de superar la prueba electoral evitando las confrontaciones de los opositores. Nada sería más terrible para la historia de este sexenio, el de la “guerra de Calderón”, que terminar el lapso exactamente igual como inició: con las calles impregnadas de protestas y el tufo del fraude merodeando por doquier al no contarse con suficientes elementos para garantizar, y sobre todo hacer creíbles, los sufragios emitidos. Por desgracia esto no depende sólo de quienes ejerzan su derecho al sufragio sino de las posturas extremas que tome cada aspirante ante los escrutinios. El riesgo mayor está en la intolerancia y la ambición sectarias, no en el comportamiento de la ciudadanía, salvo la que por sentirse y hacerse incondicional de una causa sacrificaron su capacidad de raciocinio. Son peores éstos a los batallones que cooptan voluntades.
Esta es la coyuntura para México cuando ya sabemos lo que avizoramos por el futuro: los efectos de la crisis recesiva europea nos llegarán este mismo año; y no será culpa sino de quienes no supieron tomar las debidas providencias por entrometerse en los temas electorales a última hora, cuando observaron perdida su propia causa.
Ahora le espera un largo calvario, de cinco meses, a Calderón... y su posterior crucifixión cuando llegue la hora de la justicia... a menos de que algún Poncio Pilatos, cobardemente, se lave las manos.
Debate
Podemos adelantar que, una vez más, quien da lecciones de civilidad es la ciudadanía y no los dirigentes partidistas. La primera se muestra interesada, todavía no atemorizada –falta lo que ocurra, desde hoy, con las redes sociales que se quedaron con todos los espacios inexpugnables-, por la jornada electoral inminente. En cambio, los postulantes y sus líderes no hacen otra cosa que extender, con un lenguaje ambiguo, el temor entre una población ahíta de manipulaciones... y violencia. No olvidemos que la posibilidad de un enfrentamiento de las mafias con algunos de los postulantes a puestos de elección popular, puede estar a la vuelta de la esquina. Recuérdese 2010 en plena eclosión de las alianzas entre el gobernante PAN y el PRD que desconocía al gobierno de Calderón a quien llamaban espurio. Sólo falta que ahora, a última hora, se entiendan otra vez.
La ciudadanía se la está tomando con calma y seriedad. A donde acudo escucho hablar de política y del sentido del voto; las polémicas surgen de manera natural lo que revela el alto interés en la cuestión que, en México, no se daba ni era frecuente ni siquiera cuando se produjo el revulsivo foxista y la caída del “muro” priísta en 2000. Ahora, lo siento así, existen más elementos de juicio y el convencimiento de que no hay candidatos perfectos; tampoco existen seres humanos de esta condición. Y debe asumirse, entonces, el balance entre las virtudes, que cada uno exalta, y las historias ocultas que dan la dimensión de su verdadero perfil. Sólo de esta manera puede encontrarse un sano punto medio.
Los ciudadanos, ustedes y yo, la mayor parte de quienes van a acudir a las urnas, están haciendo su labor mientras se inquieta a la población con mensajes crispados –ya lo presentíamos-, y cantaletas sobre un fraude adelantado. Por cierto, ¿quiénes hacen el fraude? Sin duda alguna, cuando lo hay, surge del gobierno y sus derivados. Lo señalo porque, contrariando la normalidad, en esta ocasión ninguno de quienes están más adelantados en la contienda pertenece al cerrado grupo gubernamental y no tienen en las manos los mecanismos necesarios para alterar las votaciones, salvo los arcaicos métodos de compra-venta de sufragios cada vez más sencillo de detectar.
Finalmente, cuantos tengan conocimiento de un delito electoral –como la pretendida fotografía a las boletas para asegurarse un pago ilegal como si no bastara con una sola imagen para reproducir millones achicándolas o agrandándolas de acuerdo a los buenos oficios de las computadoras-, deben denunciarlo si de verdad creen en la posibilidad de instalar un régimen democrático. Otro sexenio de confusiones no lo soporta México.
La Anécdota
“Esto de las elecciones –me dice un amigo de esta columna- me parecen las viejas estaciones de ferrocarril de México: arrinconadas o convertidas en museos a falta de efectividad”.
Escuché la dura sentencia y sólo me atreví a sugerir que aún estas estaciones pueden habilitarse en el mundo moderno. Basta observar los trenes de alta velocidad europeos para corroborar que los nuestros se quedaron en la época de “la bola” a golpes d corrupción y demagogia. ¿Habrá quien le entre e, en serio, a este desafío... o seguiremos observando la extinción de aquella costumbre magnífica de viajar por ferrocarril?
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E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com.mx
DESEO QUE RESISTAN A LAS TENTACIONES DE LAS REDES SOCIALES Y PUEDAN DEFINIR CUÁLES MENSAJES SON CONFIABLES. EL MIEDO, NO LO OLVIDEMOS, ES LA ÚLTIMA CARTA DE CUANTOS APUESTAN POR EL CONTINUISMO. COMO EN 1994.
Leído en: http://www.vanguardia.com.mx/conductaciudadanaestacionelectoral-1315028-columna.html
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