Ricardo Alemán |
Por alguna razón que deberá explicar el analista del comportamiento de la personalidad humana, parece volverse costumbre que el candidato de las llamadas izquierdas, Andrés Manuel López Obrador, mienta una y otra vez ante la indiferencia, costumbre o, incluso, ante la complicidad ciega de sus simpatizantes.
Parece, incluso, que muchos de los que queman incienso a la imagen de predicador de la política —en que se ha convertido López Obrador—, les gusta que el mesías mienta y engañe a sus audiencias, en tanto que otros ya ven como natural la mentira lopezobradorista. Lo escuchan, esbozan una sonrisa y alzan los hombros, como reconociendo que están ante otra mentira del tabasqueño.
El caso más reciente de la mentira flagrante ocurrió en la entrevista colectiva de Tercer Grado, en donde Andrés Manuel López Obrador arrancó con la cachaza de que punteaba en las encuestas, con dos o tres puntos arriba de Peña Nieto. Cuando preguntaron sobre la empresa que hizo la medición, la metodología y los detalles, se escondió en la retórica típica del mentiroso: “son mis datos”, “tengo información”, “tengo autoridad moral”.
Y viene a cuento el tema porque en el segundo debate presidencial —acaso ante la audiencia más numerosa que lo haya visto en un solo evento—, López Obrador recurrió a sus mentiras típicas. Dijo que en la base de su propuesta de gobierno ocupa un lugar predominante la lucha contra la corrupción y el fin de los excesos faraónicos de la alta burocracia.
Por eso dijo que una reducción de los salarios de la alta burocracia le daría a su gobierno una bolsa de 300 mil millones de pesos; cantidad con la que, literalmente, haría milagros. Sin embargo, la mentira fue de tal tamaño y el engaño tan temerario, que a medio debate presidencial, el propio Felipe Calderón respondió, vía Twitter, que esa propuesta era una mentira, no sólo escandalosa, sino ofensiva y peligrosa.
Y es que los cálculos elementales señalan que un ahorro como el que proponía AMLO, no sería posible ni siquiera eliminando todos los empleos del gobierno federal. Más aún, el titular de Economía, José Antonio Meade —igual que muchos especialistas—, dijo que fantasías como las expuestas por AMLO llevaron a la quiebra a Grecia; “hicieron posible la tragedia griega”. Y frente a la exhibición de tamaña mentira, López Obrador sólo respondió: “Tengo bien estudiados mis datos”.
Pero es larga la cadena de mentiras de AMLO durante su candidatura presidencial. Hace tres semanas, EL UNIVERSAL reveló un audio en el que se escucha a colaboradores cercanos de López Obrador cuando pedían a empresarios reunir seis millones de dólares “para ganar” la elección. Cuando estalló el escándalo, AMLO respaldó públicamente a sus colaboradores, negó los hechos evidentes y, en cambio, dijo que era un complot de los medios.
Frente a la contundencia de la prueba, los seguidores del lopezobradorismo hurgaron para justificar lo injustificable. Claro, en el segundo debate, cuando López Obrador enumeró a sus colaboradores, ya no apareció el nombre de Adolfo Hellmund, a quien le había prometió la Secretaría de Energía y quien encabezó el “pase de charola”.
A lo largo de seis años, AMLO ha caminado por todo el país en una campaña electoral de la que nadie sabe el origen de su financiamiento. Cálculos conservadores —a partir de los propios datos de AMLO—, señalan que habría gastado mil millones de pesos. Y cuando le preguntan sobre el origen del dinero que le permite vivir bien, hacer campaña y dedicar recursos a la política —todo ello sin trabajar—, sólo responde que la gente le da dinero. ¿Cuánto dinero, de dónde sale, quién lleva el control, dónde están los papeles que lo confirmen? Nadie lo sabe.
Frente a esa contundente evidencia de malos manejos, López Obrador insiste que la gente le da dinero, a pesar de que nada lo confirma. En cambio, construyó toda una red política por todo el país, llamada Morena. Y presume que el dinero sale de la asociación Honestidad Valiente. Pero el PRI investigó los fondos, la legalidad y las pruebas sobre el manejo de dinero en Honestidad Valiente y… nada. Otra gran mentira.
También en la campaña, Andrés Manuel López Obrador ha presumido que su gestión frente al GDF, fue el gobierno más honesto, más transparente, menos corrupto, más eficaz y más seguro. También en Tercer Grado, el periodista Carlos Loret de Mola le recetó las cifras oficiales que desmienten las cuentas alegres, pero la respuesta fue clásica. “Yo tengo otra información”. ¿Cuál, salida de dónde, comparada con qué? Nunca ofreció las cifras.
Por eso vale la pregunta. ¿Nos merecemos un presidente mentiroso? ¿Quién será capaz de decirle: “¡Andrés, ya no mienta!”?
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