Manuel Camacho Solís |
El plan A consistió en ganar las elecciones por un margen muy amplio que le diera mayoría en el Congreso y un alto grado de control sobre el poder presidencial. Con ese poder impulsaría las reformas estructurales neoliberales que quedaron pendientes desde los años 90. La manera de lograrlo fue mediante la creación y manejo de unas expectativas de triunfo electoral por un amplísimo margen. El método es el mismo que el que se aplica en la economía: cuando los números no dan, algunos hacen creer que sí, y con ello logran ganar tiempo o incluso cambiar comportamientos. Claro que si fallan, se revienta la burbuja y alguien termina pagando los costos del aterrizaje forzoso.
Esa estrategia empezó a fallar el día en que se presentó un imprevisto —el descalabro en la Ibero— frente al cual EPN y el PRI no supieron reaccionar. Ahí cambió todo: se cerró la elección, creció el interés por votar, se potenció a la oposición política y social. Con una más alta participación, ocurrió lo inimaginable: que AMLO le disputara la Presidencia. Se aglutinaron las fuerzas conservadoras y el PRI recurrió a diversas irregularidades, pero ni así se logró el resultado esperado. El saldo es un Congreso plural, endurecimiento de la oposición social contra EPN y una disputa en curso sobre la legalidad y legitimidad de la elección que ya le ha causado daños dentro y fuera de México.
EPN sigue reaccionado como si nada hubiera ocurrido. Niega cualquier irregularidad, al punto de sostener reiteradamente que mete las manos al fuego respecto a que no ocurrió nada fuera de la ley. Sus afirmaciones no hacen sino irritar adicionalmente a quienes piensan lo contrario y que representan a una parte considerable de la población, sobre todo de las zonas urbanas y entre los ciudadanos con más alto nivel de educación. Peor aun resulta cuando va saliendo la verdad y se comprueba que una parte de los reclamos tiene sustento, como se va demostrando con el caso Monex.
Lo mismo va a ocurrir con sus posicionamientos frente a la protesta social. ¿Si no la reconoce, cómo podría encauzarla? O frente a la oposición política: ¿tiene algún sentido seguir insistiendo en mayorías amplísimas y contundentes que respaldan su programa cuando no alcanzó el 40%? ¿Es viable su reforma privatizadora del petróleo, cuando no lo respalda una mayoría constitucional en el Congreso y eso radicalizaría la movilización de la calle en su contra?
Entre más tarde EPN en reconocer que sí hubo irregularidades graves en su campaña, que su actitud contribuyó a aglutinar a una oposición social que no se había expresado con tal fuerza, que no tiene mayoría en el Congreso y que en sus propios votos y alianzas están las resistencias al cambio, más se encerrará en una posición defensiva que lo incomodará y que limitará las oportunidades de que, entre todos, encontremos una salida decente al final del proceso electoral.
El punto no es sentarse en Los Pinos, sino crear las condiciones para fortalecer a la autoridad. No es intentar convencer de que se es un demócrata y meter las manos al fuego sobre que no hubo irregularidades, sino palpar el sentir de la gente y sentar las bases de una auténtica reconciliación. Su dilema es: hacer concesiones de peso que serenen a la sociedad y prestigien a las instituciones antes de entrar; o empecinarse en forzar la entrada al extremo de desconocer políticamente al Congreso y a la mitad de la población para intentar gobernar con la presidencia autoritaria.
Leído en: http://www.pulsoslp.com.mx/Noticias.aspx?Nota=122936
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