Rafael Loret de Mola |
Fuera de especulaciones, es evidente que los mandos castrenses con capacidad operativa –no hablo de quienes están segregados o pensionados quienes mantienen, casi todos, la flama del patriotismo, lo que me consta-, pusieron sus condiciones al mandatario entrante, en este caso Vicente Fox, como lo hicieron tiempo atrás durante dos momentos especialmente álgidos: La asunción de Miguel de la Madrid, quien durante su primer año de gestión debió aceptar las “peticiones” de los altos oficiales sobre todo pecuniarias, abriendo la puerta para la “tolerancia” respecto a nexos con las bandas organizadas –recuérdese que se dio en aquel sexenio el primer “boom” del narcotráfico-; y posteriormente durante el sexenio de Carlos Salinas con la obsesión por la legitimación de su mandato con la aplicación de fuerza extrema –no se olvide el episodio que culminó con la aprehensión del líder sindical más poderoso del país y América Latina, “La Quina”-, contra cuantos jugaron a la contra durante su campaña electoral, por ejemplo el célebre Manuel Clouthier del Rincón “Maquío”, muerto en un extraño “accidente” en el que sus familiares no creen aunque ahora opten por amenizar los actos públicos pulsando la guitarra –tal es el caso del secretario de Desarrollo Social, Heriberto Félix Guerra, quien no tuvo tiempo de pedirle la mano de Leticia, la hija del prominente personaje, si bien se casó con ella; también el hijo mayor de “Maquío” sigue sosteniendo sus propias dudas e hipótesis sin poder avanzar en las averiguaciones-. Los panistas, insisto, son así: Olvidan a sus muertos en el panteón de la ignominia sin siquiera buscar explicaciones.
Otro caso sintomático es el de la extraña muerte de Carlos Castillo Peraza, en Bonn y en la residencia de un íntimo amigo, cuando ya se había separado del PAN y pensaba ocupar el sitio que había dejado vacío –y lo sigue estando- Octavio Paz. El suceso, en 2000, estuvo enmarcado en los prolegómenos de la asunción de Fox quien creyó, desde el principio de su régimen, que la victoria había sido suya, sólo suya, y no del partido que le postuló. No admitió ceder ni un ápice de la gloria “por haber sacado al PRI de Los Pinos”. Fue entonces cuando Diego Fernández de Cevallos sentenció: “Aumentará su fama cuando se vaya y vuelva a meter al PRI a la residencia oficial”. Pasaron seis años, luego de las truculentas elecciones de 2006, para cumplir el tremendo pronóstico.
Me cuentan igualmente que durante la administración de Luis Echeverría, ya anciano y con el estigma de 1968 y 1971 sobre sus hombros, el Ejército igualmente le presionó para lograr canonjías. Fue entonces cuando este mandatario, además de conceder ciertos privilegios a los militares, reforzó al Estado Mayor Presidencial con preparación de élite y capacidad para poder superar a siete soldados en caso de llegar a un enfrentamiento. De este tamaño era el temor del presidente cuando sintió que no tenía todos los controles en la mano. Pese a todo, terminó su gestión en plenitud y permitiéndose un amago de golpe de Estado contra su sucesor, José López Portillo, a 10 días de la transición sexenal. Luego, claro, fue a parar a Canberra, el punto geográfico más alejado del país, como “embajador plenipotenciario”.
Estas historias pueden ilustrarnos sobre los riesgos actuales, cada vez más severos. Es obvio que la vulnerabilidad de Calderón, que tan útil fue para las mafias que se sirvieron con la cuchara grande, se pretende trasladarla a Enrique Peña por obra y gracia de la desobediencia civil. Un segundo “espurio”, para una población confusa con un padrón de votantes cuya quinta parte es incondicional de Andrés Manuel López Obrador –los incondicionales, por cierto, me remiten a los jamelgos de los picadores en las plazas de toros, con los ojos vendados para que sólo olfateen el peligro sin verlo-, es la mejor carta para los criminales y las injerencias del norte, sobre todo cuando caigamos al nivel de un “estado fallido”, construido a pulso por los ambiciosos listos a apoderarse, a precios de oferta, de cuanta empresa sea rentable a futuro.
De eso se trata el drama actual. Y en medio está un Ejército hondamente dividido al grado de que un amplio sector de generales insiste en el nombramiento del general Tomás Ángeles Dauahare como secretario de la Defensa Nacional desde su posición actual de arraigado sin que, hasta este momento, se haya podido comprobar ninguna de las acusaciones armadas en su contra. ¿Y la procuraduría militar por qué no reclama al personaje para juzgarlo de acuerdo a las leyes castrenses? Es la primera vez que se deja a un lado esta instancia tras ser señalado un general de alta graduación como enclave o colaborador de las mafias organizadas. Y esto no será fácil perdonarlo en la visión de quienes, desde dentro, saben bien cómo se han formulado las intrigas al más puro estilo de la derecha y con Marisela Morales, la procuradora general, en plan de testaferro político.
Hay malestar y mucho. De allí que jugar con fuego a la desestabilización, como pretenden los radicales de izquierda quienes no aceptan otra cosa que no sea la entronización fastuosa de López Obrador, es andar el camino hacia la hoguera, primero, y el abismo, después. ¿Es esto lo que alegraría la conciencia de un patriota ante las asechanzas diversas? En un mundo global, como el actual, no puede pensarse en México como una burbuja inmune a los factores externos y a las crisis recesivas generales. Mucho menos cuando la buena impresión que causó entre los observadores internacionales y los estadistas de buena arte del mundo llamado civilizado, incluyendo algunas naciones con tendencia hacia la izquierda, fue devastada por la negativa de López Obrador a reconocer los resultados dados por el IFE, a lo que él se había comprometido firmando un pacto de civilidad ya terminada la campaña proselitista y cuando los vicios que hoy se alegan se habían consumado, y su beligerancia en crecida... hasta llegar al punto de encenderse denostando al PRI por haber recurrido al “lavado de dinero” sin señalar a quienes serían parte de la trama ilegal. Poco falta que, en breve, se nos involucre a los treinta y cuatro millones de mexicanos que votamos por otras opciones o anularon sus boletas.
En el considerando anterior, los pobres, quienes menos tienen, estarían en primer plano. Ellos representarían más del 65 por ciento del total de los supuestos votos “comprados”. Insisto en que fue el propio Andrés Manuel quien marcó la regla: “Acepten todo y luego voten libremente”. Esta consigna, que pocos citan en estos momentos de confusión, pudo ser la ruta a seguir por algunos de sus incondicionales quienes, al fin y al cabo, sufragaron por López Obrador y se nutrieron de las ya célebres despensas, una costumbre que viene de muy atrás, esto es de cuando el propio ícono era miembro del PRI en su Tabasco natal. ¿Quizá en esos tiempos aprendió la estratagema? ¿Él está, de verdad, libre de pecado? Las truculencias verbales que tienden a los llamados a la anarquía están tipificados como delitos. No lo olvidemos.
rafloret@yahoo.com.mx
Leído en: http://www.zocalo.com.mx/seccion/opinion-articulo/los-caminos-torcidos
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