¿Por quién votar? ¿Por la primera candidata presidencial de un partido grande? ¿Por el heredero del Grupo Atlacomulco, un cuerpo mitificado que representa a la más poderosa maquinaria política en México? ¿Por un hombre que es capaz de irse al desierto seis años y regresar con la fuerza para aspirar por segunda vez a la Presidencia? ¿Por un académico que además de enfrentar a sus adversarios tuvo que luchar contra un molino de viento llamado Elba Esther Gordillo?
La elección presidencial este domingo tiene dos perfiles, el ciudadano, que encarnan Josefina Vázquez Mota del PAN, y Gabriel Quadri de Nueva Alianza, y el de políticos de cuna, Enrique Peña Nieto del PRI y el Partido Verde, y Andrés Manuel López Obrador, del PRD, PT y Movimiento Ciudadano. Pero uno a uno, son totalmente diferentes.
Vázquez Mota llegó a la candidatura presidencial con las herramientas que le podrían permitir ganar una contienda interna: operadores políticos, armadores de pactos, dinero y mucho trabajo. Pero para competir por la Presidencia y enfrentar al experimentado López Obrador, y a un político cuajado, Peña Nieto, necesitaba todo eso y algo más: mostrar que no era vacía ni de ligera intensidad, pero sobretodo, hambre para ganar.
Las encuestas no le favorecen, reflejo directo de los altibajos de su campaña. Tuvo fallas tácticas –sus primeros spots-, estratégicas –mala organización y la indefinición de su posicionamiento frente al partido en el poder, al que pertenece-, y personales –la fragilidad de una candidata que carecía de potencia-. Vázquez Mota quiso ser otra, pero no pudo. La faltó fuerza y foco en el discurso. Cuando cambió su estrategia a motivadora de emociones y se asumió como lo que era –la candidata oficialista-, su campaña retomó el vuelo. La pregunta hoy es si lo habrá logrado.
No sucedió lo mismo con Peña Nieto, el hijo pródigo de Atlacomulco de quien se pensaba era de plástico, etéreo y superficial, que resultó un político que no dejó cabos sueltos. Frío, mostró buenos reflejos y, sobretodo, disciplina en su campaña. No arriesgó y administró su ventaja. Resolvió los barruntos que se estaban formando en el PRI durante el proceso de las candidaturas para el Senado y la Cámara de Diputados, y amarró la alianza con quien tenía que hacerlo: Manlio Fabio Beltrones, su adversario por la candidatura, con quien arregló que, de llegar a la Presidencia, sería clave en las reformas estructurales que quiere hacer en los primeros meses de su gobierno.
Heredero de lo mejor de la clase política mexiquense, con el carisma de Adolfo López Mateos y de Carlos Hank González, Peña Nieto comenzaba a dar señales de poseer también lo peor del viejo PRI, pero los golpes que recibió en la campaña le modificaron el talante soberbio con el que la había empezado. En esos tiempos, hace ya casi 90 días, la preferencia electoral le daba ventajas por encima de 25 puntos frente a sus adversarios. “Sería una desgracia que ganara por más de dos dígitos”, se le dijo una vez, “porque si ahora están tan soberbios, ¿qué será cuando tengan un mandato tan poderoso?”. Peña Nieto sonreía: “Prefiero que me tilden de soberbio a tener un conflicto postelectoral”.
No lo decía, pero en su cabeza estaba López Obrador, quien se fue a las calles en 2006 para protestar por la victoria de Felipe Calderón. El tabasqueño no tenía opciones reales al arrancar la campaña por los malos recuerdos de aquella batalla callejera por impedir que el panista asumiera la Presidencia. Durante seis años acumuló negativos que lo convirtieron en el político más repudiado en el país. El tiempo le ayudó a reflexionar y escuchó a sus asesores que le inventaron un discurso de paz, enmarcado en lo que llamó la “República Amorosa”, de la que muchos hicieron mofa pero que, en el corto plazo, logró que una parte del electorado de clases medias –las que definen las elecciones- que lo había abandonado hace seis años, le volviera a dar el beneficio de la duda.
La campaña de golpes de Vázquez Mota a Peña Nieto y su estrategia de discursos positivos, lo volvió a la vida política y para la mitad de la campaña se encontraba en segundo lugar, enfilado a hacerle la competencia al priista. López Obrador ganó el primer debate y siguió creciendo hasta que, convertido en enemigo real, comenzaron a golpearlo en donde más le duele: la transparencia. No pudo explicar en todo un mes de dónde sacó recursos para vivir fuera del presupuesto durante seis años, ni abrió, pese a su promesa, los libros de su organización civil, Honestidad Valiente, que recaudaba fondos. Con las cosas fuera de su control, López Obrador se olvidó del amor y regresó a los amagos y amenazas, aquellas de las que Peña Nieto, sin mencionarlo, alertaba.
Quadri, en cambio, fue una bocanada de aire fresco en la carrera presidencial. Nominado como candidato del Partido Nueva Alianza a la Presidencia, era una jugada de ajedrez para ser alfil en una lucha que iba a ser propiedad de un trío. No fue un candidato de peligro para ninguno de sus adversarios en términos de posibilidades reales de victoria, pero sí fue una pieza que ayudó al partido fundado por la maestra Gordillo a cosechar puntos porcentuales en las preferencias electorales, y posibilidades de una fracción parlamentaria lo suficientemente fuerte para ser tomada en cuenta por partidos mayores.
El equipaje académico y su formación profesional lo mostraron como el mejor preparado de todos los candidatos presidenciales, y para quienes han hablado con todos los aspirantes a la Presidencia, probablemente el más culto e inteligente. Tan articulado, como arrebatado; tan polémico, como interlocutor inmanejable, que interrumpe, golpea, trata de humillar, Quadri fue un peleonero que tuvo siempre en la mira a López Obrador. Apenas si tocó a Vázquez Mota, y dejó limpio a Peña Nieto.
Quadri necesitaba otro partido para ser un candidato de cuidado, pero cumplió el objetivo. López Obrador, más allá de cómo quede la elección, fue un ganador al resucitar de entre el panteón de los elefantes, para ser una caballo que volvió a cabalgar entre el electorado. Peña Nieto tuvo que abandonar su zona de confort y probó que sí podría sobrevivir en la jungla, mientras que Vázquez Mota, que había despertado tantas expectativas, se quedó en eso, una candidata que no estuvo a la altura de lo que se soñó.
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