Rafael Loret de Mola |
Dicen que, en materia política, en México nunca pasa nada de verdad relevante. Lo he escuchado a través de estos días, una y otra vez, entre ciudadanos de diversos países que llegan a una conclusión, muy mexicana: mucho ruido y pocas nueces.
La realidad: seguimos englobados en las tragedias cotidianas, las ejecuciones y las acciones del narcotráfico cuyas secuelas nos colocan, como desde hace varios años, entre las naciones más violentas del planeta y, sin embargo, en el primer mundo no se inmutan: no disminuyen los intereses por invertir en México porque es mejor comprar barato lo que después les generará enormes ganancias... sin o con intermediarios mafiosos según sea cada caso.
La realidad: seguimos englobados en las tragedias cotidianas, las ejecuciones y las acciones del narcotráfico cuyas secuelas nos colocan, como desde hace varios años, entre las naciones más violentas del planeta y, sin embargo, en el primer mundo no se inmutan: no disminuyen los intereses por invertir en México porque es mejor comprar barato lo que después les generará enormes ganancias... sin o con intermediarios mafiosos según sea cada caso.
Por ejemplo, las reacciones de la izquierda, y del incisivo grupo “juvenil” #Yo soy 132, son apenas conocidas fuera de nuestras fronteras; no hay línea alguna que les menciones salvo, alguna vez, en los editoriales de algunos de los escritores adscritos al establishment cuyas gacetillas plantean nuestra estabilidad financiera como garante de una tranquilidad inexistente. Nadie planeta siquiera que la rebeldía poselectoral de una izquierda que sobredimensiona las cosas ya ensució, quiérase o no, la imagen del próximo mandatario, esto es como si se tratase de un relevo de ilegitimidades cuando, sigo sosteniendo, no hay comparaciones entre los comicios de 2006 y 2012 aun cuando, insisto, las mismas dirigencias partidistas votaron a favor de que los excesos de gastos en las campañas electorales sólo fueran sancionados administrativamente y no por ninguna otra coerción de tipo penal como se establecía hace años. De tal suerte, los alegatos de la izquierda estaban irremisiblemente condenados al fracaso desde el origen.
Tampoco se ocuparon los legisladores, específicamente los perredistas, de marcar límites e incluso penas a los excesos de las empresas encuestadoras que pudieron inhibir o, peor aún, señalar los cauces del proceso electoral aumentando ventajas de manera arbitraria; para corroborar esto, además, se requeriría de una extensa auditoría a cada uno de los medios involucrados lo que violaría el principio fundamental de la libre expresión. El tema, por tanto, es muy delicado y no puede resolverse desde las rodillas aunque, en lo particular, este columnista ha manifestado y hecho público los riesgos de mantener, al arbitrio de determinados grupos con altos recursos, el desarrollo de las encuestas a sabiendas de lo ocurrido en 2006 cuando quien marchaba a la vanguardia, el mismo López Obrador, fue “alcanzado” por el aspirante panista luego de que el primero había ensalzado su ventaja y a los registros iniciales que le situaban en punta; luego ya no tuvo autoridad moral para reclamar el viraje de los propios encuestadores a sueldo. Fue, claro, y lo dijimos hace seis años, una de las claves para adulterar la voluntad popular y posibilitar la asunción a trompicones de Felipe Calderón.
Si en un sexenio fueron incapaces de poner candados a los vicios conocidos, ¿por qué ahora empeñarse en encender la hoguera cuando se avizoran grandes tempestades para México? Lo he venido preguntando desde hace dos meses y lo reitero ahora cuando el Congreso se formalizó con una andanada de la izquierda, en cuanto al número de curules y escaños, insólita en los tiempos de la democracia plural que todavía es bisoña. Vuelvo a hacer hincapié en que, si pretendemos preservar el estado de derecho y alejarnos del “fallido”, siempre será necesario adecuar normas y condiciones a la realidad y no que ésta nos salte en las manos cuando ya no exista remedio, como le ocurrió al abogado Ricardo Monreal y a su líder, pese a la experiencia de 2006 y la frustración de millones de votantes quienes se quedaron con la sensación de no haber sido defendidos con todo el rigor y toda la fuerza de los partidos coludidos.
A partir de ahora, y tras el inicio del período ordinario de sesiones el primero de septiembre –todavía faltan tres meses para la renovación, al fin, del Ejecutivo federal-, la izquierda contará, nada menos, con veintiocho senadores y 135 diputados, para conformar así, de no romperse la alianza entre el PRD, el PT y Movimiento Ciudadano, la segunda y vigorosa segunda fuerza política en el Congreso. No obstante, tendrían que aprender a negociar con otras fuerzas para hacer redituable, en materia de iniciativas y resultados, el paso de tantos legisladores, supuestamente aglutinados por una ideología de cambio permanente y con banderas sociales definidas, para poder lograr tener eficiencia, alguna razón de ser además del cobro de dietas y otras canonjías. ¿Sabían los amables lectores que, para comenzar, a cada parlamentario se le entrega un millón de pesos para que se ajuare –esto es, se vista- adecuadamente? Y con todo ello hay quienes prefieren verse como desarrapados por pura demagogia y sin soltar la cadena de los millones.
El PRI, por su parte, contará, por sí solo, con 52 senadores y 207 diputados a los que deben sumarse los 22 senadores del Verde y un senador más del PANAL así como 34 diputados del Verde y diez del PANAL. Con ello podría hacer mayoría absoluta en la Cámara baja, apenitas, con 251 legisladores –lo que le daría la posibilidad de actuar sin otros consensos salvo cuando se refiera a las reformas constitucionales para lo cual requiere de dos tercios de sufragios de los legisladores-, pero en la Cámara alta sólo sumará 62 escaños, restándole tres para alcanzar la mayoría absoluta. Esto es: en el Senado, las oposiciones, la izquierda y el PAN se entiende, podrían tirar por la borda lo acordado en la Cámara de Diputados, volviéndose a frenar toda posibilidad de desarrollo.
El ejercicio es de lo más trascendente porque con este avizoramos lo que nos espera con un coordinador priísta en el Senado, Emilio Gamboa, ajeno a la menor moral política y formado en un grupo ajeno al de Enrique Peña Nieto. Si consideramos que a éste le pusieron más que piedritas, desde adentro, tendremos que mirar al yucateco cuya suma de sexenios cobrando en el presupuesto se extiende ahora a seis, treinta y seis años, bajo la mayor y grotesca impunidad concebible. Su caso sólo es equiparable al de Manuel Bartlett. Por cierto, me congratulo de ser crítico de ambos personajes desde hace tanto tiempo aun cuando sigan en los escenarios políticos a pesar de los señalamientos más graves. Al final del camino, estoy seguro, recogeremos la cosecha porque, tarde o temprano, tales tipejos habrán de morder los desechos de la historia para terminar entre olores fétidos. Pero, mientras ello ocurre, el riesgo es de elevado monto. Sobre todo cuando se trate, precisamente, de negociar con el patrimonio de todos los mexicanos. Otra vez, quienes tenemos la soga al cuello somos los mexicanos.
Mirador
Una versión que se agudiza por los corrillos priístas es la animadversión que se ha venido dando entre los colaboradores de Peña Nieto y el grupo liderado por Manlio Fabio Beltrones que se extiende hacia otros partidos; por ejemplo, su yerno, Pablo Escudero, quien casó con Sylvana Beltrones y acaban de bautizar a su vástago con todos los honores de la nueva aristocracia, es senador por el Verde. Así las cosas, Manlio será no sólo jefe de su bancada en la Cámara baja sino definitorio en las de sus aliados con lo cual se constituirá en el mayor contrapeso, todavía más fuerte que el de la izquierda, del próximo mandatario de la República. Una perspectiva, claro, que sopesará Enrique Peña, “en su momento”, como me adelantó hace ya casi tres años en la representación del gobierno mexiquense en el Distrito Federal donde “olía” a presidente.
Recuérdese que Manlio se caracteriza por disputarle a sus adversarios cada escenario. Por ejemplo, con Manuel Camacho, tras el asesinato del sonorense Colosio y siendo Beltrones gobernador de la entidad de Luis Donaldo, se enfrentó abiertamente y a punto estuvieron ambos de liarse a golpes en un estacionamiento, injuriándose y desafiándose, lanzándose mutuas acusaciones y nada pequeñas: desde complicidad en la tragedia hasta nexos con el narcotráfico. Toda una catarata de improperios que no han sido, de ninguna manera, investigados dentro de las formas institucionales a las que tanto dicen apegarse... cuando precisamente las rompen.
Para los peñistas sólo existe una salida: el reemplazo, a su tiempo, del poderoso diputado quien se dio el lujo de rechazar la invitación a formar parte del gabinete presidencial, como secretario de Gobernación nada menos, porque midió consecuencias y observó que, de aceptar, quedaría supeditado a las decisiones de otros poderosos integrantes del mismo; y él ya vivió la experiencia, muy de cerca, con Fernando Gutiérrez Barrios, su mentor, en los tiempos de Salinas. Manlio fue un subsecretario eficaz pero que saltó a tiempo del barco que naufragaría al ser nominado para el gobierno de Sonora, allí donde tantas historias se cuecen al calor de las mafias dominantes y ahora bajo la aureola del panista Guillermo Padrés Elías. ¿Para cuándo las definiciones de éste sobre la tragedia de la guardería ABC de Hermosillo?¿O seguirá protegiendo a su antecesor, el priísta Emilio Bours, hasta la ignominia?¿Por qué? Las tormentas, desde luego, no amainan. Acaban de comenzar y bien lo sabemos.
Por las Alcobas
En España y Francia, lo mismo que en Alemania e Italia, preocupados por la posibilidad de que los quebrantos de Grecia precipiten la salida de ésta de la zona euro –los efectos laterales podrían alcanzar a los españoles cuya desocupación aumenta dramáticamente-, sólo se conoce que México ganó el oro olímpico en fútbol, unja proeza que nos hizo sentir bien durante unos días. Pero ni una sola palabra del conflicto poselectoral ni de la posición de la izquierda mexicana. Un amigo madrileño definió muy bien nuestro estatus, digamos, diplomático:
--El oro es el de los Juegos; el morro, claro, la política que sólo ustedes entienden. Y es que nadie se explica cómo es que volvimos a tropezar con la misma piedra. Tampoco este columnista por más que haya analizado y explicado los contextos.
E-mail: loretdemola.rafael@yahoo.es
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